viernes, 25 de abril de 2008

Comentario de Link sobre notas de Walsh en 1969*

EN MARZO DE 1969 WALSH había publicado en CGT la que sería su última "pro­ducción periodística" para ese periódico: "Vuelve la secta del gatillo y la pica­na ". En mayo de ese mismo año aparece un fragmento de ¿Quién mató a Rosen­do? bajo el título "Qué es el vandorismo". Pero ese mes Walsh está ya en otra parte: en Fisherton y Resistencia y Las Toscas y Villa Ocampo, realizando, con Pablo Alonso, la investigación para una nota sobre la gloría y la decadencia de La Forestal, la tristemente célebre compañía productora de tanino. Siete días in­vierte Walsh en ese viaje. Entre mayo y agosto, mes de publicación de la nota en Georama, el periódico CGT es prohibido y pasa a la clandestinidad. Indepen­dientemente de lo que Walsh pensara en ese momento, lo cierto es que debe vol­ver al otro periodismo. En Georama, Siete Días, Panorama y La Opinión apare­cerán, durante los dos años siguientes esporádicas colaboraciones. ¿Quién mató a Rosendo?, mientras tanto, se convierte en un best-seller. Las notas que se re­producen a continuación continúan, temática y retóricamente, las dos series de Panorama que presentamos antes. Sobre la nota publicada en Siete Días escribe, lo que da una buena idea de su método de trabajo: "Para la nota sobre luz eléc­trica invertí 60 páginas de apuntes y transcripciones, unas 30 páginas de borrado­res y 20 páginas de original, es decir un total de 110 carillas dactilografiadas. Realicé unas 6 horas de grabación. Invertí un total de 87 horas de trabajo, reparti­das en 13 días, o sea casi 7 horas diarias."



*Publicado en El violento oficio de escribir, ed. Planeta, 1995.

jueves, 17 de abril de 2008

Invitación a muestra de pintura


"Desde hace años escribo y pinto mis sueños. Busco comprender
esas narraciones nocturnas, su lenguaje, su misterio. Encuentro
secuencias de historias que se continúan, como sagas, y habitan
un tiempo antiguo. Los sueños son mis maestros, traen mensajes
de una voz sabia, lúcida, poderosa. Escucho lo que puedo.
Escribo y pinto para escuchar, para ver, para entender.
Las pinturas reflejan esta búsqueda y también el encuentro
con el norte, un lugar que atravesó mi vida como un vertiginoso
viento. Un viento que trae el conocimiento de la tierra y de la
piedra, que habla con la misma voz mensajera de los sueños."
Celia Güichal

Inauguración: 19 de abril, 19 hs.

en el Conventillo Verde. Magallanes 890 (La Boca)
(abierto de mie. a dom. de 12 a 18hs.)
Del sábado 19 de abril al domingo 11 de mayo de 2008


Más información: http://www.interno-externo.blogspot.com/


sábado, 12 de abril de 2008

Frase (2) para corregir entre todos

"Momentos significativos en la escritura no recuerdo muchos. Me inicié escribiendo de chica en un diario íntimo y alguna que otra carta para mis amigas. Pero siempre le escapé de alguna manera, por temor a no lograr producir algo lindo y poder llenar esa enorme hoja en blanco, que me pedía a gritos que escribiera pero cuanto más lo hacía más me atemorizaba".

Entrevista a Norman Briski y Eduardo Pavlovsky

Diálogo | Norman Briski y Eduardo Pavlovsky

Pasiones coincidentes

Juntos acaban de reponer Potestad y preparan el estreno, en julio, de Solo brumas, en el Centro Cultural de la Cooperación. Amigos desde hace más de 40 años, hablan de política, de cómo abordan la creación actoral y del significado central del teatro en sus vidas

Sábado 12 de abril de 2008 | Publicado en la Edición impresa La Nación

Al fondo, una hilera de cunitas de hospital, con la pintura blancoamarillenta descascarada y nada más que un revoltijo de trapos sobre los colchoncitos, producen una mezcla de inquietud y perplejidad. Un poco más adelante, acodados en una mesa, Eduardo "Tato" Pavlovsky y Norman Briski toman mate y convidan, en un gesto amistoso que contribuye a distender la impresión que -lo saben- provoca la ambientación, más allá de que se trate de una construcción escenográfica. La fuerza de la imagen instala inmediatamente el punto de partida de la charla entre dos hombres de teatro a quienes une mucho más que la reposición de Potestad y el estreno de Solo brumas . Tanto la primera, que se repuso el sábado 5, como la segunda, que subirá a escena el 4 de julio (ambas en el Centro Cultural de la Cooperación), tienen en común a Pavlovsky como autor y protagonista y a Briski como director. El vínculo nació en los años sesenta, cuando el joven psiquiatra y creador del psicodrama con niños acababa de fundar su grupo teatral Yenesi, junto a Julio Tahier, y el actor de La fiaca formaba parte de la renovación estética del Instituto Di Tella. Ya desde el vamos compartieron el primer deslumbramiento poético frente a la obra del irlandés Samuel Beckett. Aquel flechazo selló la profundidad del encuentro, cuya continuidad se mantuvo a través del oficio teatral y otras pasiones coincidentes. "No es una novedad que Norman dirija obras mías; ya lo hizo con El señor Galíndez , con Poroto , con La Gran Marcha . Compartimos una afinidad estética, ideológica, incluso política", confirma el autor. Lo nuevo, lo que pide respuesta, es el funesto clima sugerido por el aún inacabado escenario, en el primer piso de Calibán, el teatro que Briski tiene en el 1400 de la calle México, en medio del cual ahora descansan después del ensayo.

"A mí me resulta muy difícil contar el argumento, y no es por hacerme el raro. ¿Vos lo podés explicar?", pide el dramaturgo al director.

Norman Briski: -Voy a intentarlo. Diría que en Solo brumas hay un cuento que produce una atmósfera; pero lo que vale es la atmósfera, no el cuento. El argumento permite producir un lugar donde tres personajes, empleados de una institución, están a cargo de una tarea marginal, una actividad un poco escondida, de esas que no se ven pero que están ligadas al funcionamiento del capitalismo.

-¿Pero qué significan esas cunitas alineadas?

Eduardo Pavlovsky : -En la obra, los personajes pertenecen a una categoría de empleados públicos especialmente seleccionados entre personas con ciertos trastornos psicológicos, gente que tal vez ha estado internada, que ahora está medicada

N. B.: -Han sido seleccionados para una tarea que tal vez otros no aceptarían. Y tienen la ventaja de que además del salario reciben un espacio, comida, cierta atención. Pero no tienen que preguntar mucho.

-¿Qué tarea deben realizar?

E. P.: -Están para recibir chicos que a veces llegan muertos, a veces moribundos, a veces más sanos. No tienen que atenderlos ni curarlos. Solo recibirlos y, en algún momento determinado, cremarlos. La consigna es que el mundo que representan desaparezca. Pero estos empleados no tienen conciencia de lo que están haciendo. Lo viven como una tarea más de las que hacían en el ministerio, solo que ahora están más cómodos. Son un hombre y dos mujeres entre los cuales no hay ninguna relación previa y han sido elegidos porque tienen algún tipo de trastorno de la personalidad que les impide el nivel de responsabilidad y de conciencia de una persona normal. Pero si bien el eje temático pasa por las cunas, la anécdota no se centra en esos objetos sino en la vida personal de estos tres personajes, que hablan sobre su cotidianidad, de sus ideas a veces banales y a veces hasta filosóficas, románticas, poéticas o existenciales. Por ejemplo, Eusebio, mi personaje, está profundamente enamorado de Liz Solari, y es interesante lo que dice sobre el amor. En ese papel, yo me desespero, me desorbito por esa mujer, y siento que el encuentro con ella me va a sacar ese dolor espantoso. Pero cada encuentro es peor. Recién me doy cuenta cuando me lo sacan de la cabeza. Entonces disminuye el dolor. Y por otra parte, están las otras mujeres, las que uno conoce, con las que el encuentro puede ser lindo porque como uno no espera, algo siempre llega. Es raro este personaje, porque tiene cierta cultura y por momentos se vuelve un filósofo.

N. B.: -Y las chicas son diferentes pero rarísimas, ¿no, Tato? Una piensa todo el tiempo. Piensa tanto que a veces casi se aproxima a darse cuenta de dónde está. Pero no puede irse. La otra, no. La otra está obsesionada con un amor de su juventud que no comprende y trata de saber algo más de aquella experiencia. Y mientras tanto, las cunas siguen entrando

E. P.: -Sí, sí Mientras hablan de esos temas entran las cunas y mi personaje, que estudió medicina, tiene que chequear si el chico que entra está vivo o muerto. Lo ausculta, lo revisa

N. B.: -Es un tipo que podría llegar a tener una idea más aproximada de lo que pasa, pero huye de la posibilidad de solo pensarlo. En cambio la mujeres, Pepi y Pipi, no pueden hacerse cargo de esa realidad ni de tomar una decisión. Son víctimas de un enorme sometimiento, algo que se va a ver al final de la obra.

-¿Cómo logran el autor y el director las necesarias coincidencias en esta clase de textos donde las conductas, los diálogos y los niveles de responsabilidad de los personajes son tan ambiguos?

E. P.: -Yo suelo descubrir los verdaderos sentidos que explican a mis personajes solo cuando ensayo, no cuando escribo. Lo mismo me pasó, por ejemplo, con Potestad , con mi personaje del apropiador que ama sinceramente, con sentimiento paternal, a la hija de desaparecidos a la que robó su identidad. Un personaje se construye con las palabras del texto tanto como con las ideas del director y las de los actores. Cuando escribo, trato de despojarme de la obligación de dar identidad a los personajes. Es en el escenario donde el texto encuentra la multiplicidad de sentidos. A tal punto que en esta obra tengo un monólogo final que me parece que no lo hubiera escrito yo. Bueno, tal vez Norman diga que sí. Pero a veces me pasa que no puedo encarnar lo que escribo. Entoces es cuando lo necesito a él, para que le encuentre el sentido y la forma de interpretarlo.

-¿Y usted acepta fácilmente lo que el director cree descubrir en su texto? ¿Nunca ocurre que el autor se sienta violentado por la interpretación que hace el director o viceversa?

E. P.: -Como autor, yo siempre actúo muy ingenuamente. No suelo pedir que se acepte lo que quise decir porque con frecuencia no sé qué quise decir. Por eso me gusta cuando lo discutimos, cuando empiezo a imaginar cómo lo vamos a hacer.

N. B.: -Personalmente, siento que la multiplicidad de sentidos enriquece al personaje. Escuchar lo que cada uno piensa es lo que va haciendo aparecer el cuerpo de cada criatura de ficción. Yo también soy autor y sé que cuando uno escribe, escribe. Aunque lógicamente, uno percibe algo, una cierta resonancia que le indica cómo se va a corporizar ese texto. Pero es necesario tener una dosis de confianza recíproca. Porque entre Tato y yo existe esa confianza es que nos aliamos.

-El título Solo brumas parece anticipar una mirada escéptica. ¿Hay algo detrás de esas brumas?

E. P.: -El título describe la realidad en la que están esos individuos. No tienen baños, las mujeres usan pañales y mi personaje, Eusebio, es el único que sale al exterior a buscar la comida; pero está locamente enamorado de Liz Solari y la convivencia con las otras dos mujeres se ha vuelto tierna aunque no erótica. Parece que la sexualidad ya no le interesa tanto; solo ejercita una pasión romántica, pero los movimientos asociados con el acto sexual son solo gestos reflejos. Y los tres dependen de alguien de afuera, que está por llegar, una especie de Godot que evalúa lo que hacen, que los estimula

-¿Tiene voz y presencia escénica ese personaje que asocian a Godot?

N. B.: -Sí, claro. Aparece como un tipo normal. Pertenece a una organización que vigila las conductas de los empleados. Es el que paga el salario y garantiza la alimentación y el bienestar de los tres.

E. P.: -Hasta que yo, o mejor dicho Eusebio, dice "Tengo ganas de abrazar a alguien" y nos abrazamos los tres, cosa que no hacemos mucho. Entonces mi personaje tiene como un brote y le sale un discurso más coherente, revolucionario y esperanzado

-¿Dónde está la esperanza?

N. B.: -Supongamos que la bruma es la esperanza. Los desechos de toda esta detrucción, eso que ya no se distingue bien, podrían ser los residuos del capitalismo o de las organizaciones genocidas. Porque las formas van variando. Antes eran los 30.000 muertos y ahora es la desnutrición y la mortalidad infantil. De eso habla la obra, y lo que está entre brumas es qué queremos hacer. Con Tato nos entendemos hasta en el modo de leer a Beckett, un autor que nos ha influido mucho. Para el dramaturgo irlandés, sobre todo en sus últimos escritos, ya no hay palabras, ya no queda lugar para nada. Pero para nosotros, que pertenecemos a estas geografías donde hay todavía entusiasmo por hacer vidas más alegres, tal vez haya algo. Yo le preguntaba a Tato si el mar todavía está, si todavía viene y trae cosas a la orilla. Y Tato me dijo: "Sí, el mar todavía está". No es que no haya nada. El oleaje de los residuos nos puede traer una esperanza.

E. P.: -Ese es el sentido del monólogo de Eusebio. Cuando el personaje propone hacer un lenguaje potente, alegre, obsceno, está ofreciendo una didáctica.

N. B.: -Está proponiendo utilizar y resignificar lo prohibido, un lenguaje hecho de pornografía, de lo que no se puede decir, lo que está escondido. Justamente hoy planeábamos con Tato ir a los basurales para ver de cerca ese paisaje de residuos, con el mosquerío y las personas que transitan por ahí, para comprobar cómo todo eso está vivo. Necesitamos meternos en la locura, en esa realidad que estamos acostumbrados a negar. Creemos que esas señales van a hacer de esta una obra movilizadora. Aunque aparezcan algunos síntomas en nosotros que [Briski se ríe y mira con complicidad a su amigo].

-¿Qué síntomas?

E. P.: -Bueno, es un poco privado. Pero es que Susy [Evans, su mujer] y yo estamos un poco invadidos por la cosa psicótica de la obra; de personajes que funcionan como artefactos para matar niños y simultáneamente hablan del amor, de la vida. Una obra así involucra también nuestras vidas privadas. Algo parecido nos pasó cuando hicimos Paso de dos, una obra sobre el sometimiento consentido de la víctima al torturador. Allá también era tan grande el nivel de destrucción y de locura que nos alteró bastante la vida de pareja. Tuvimos que recurrir a Fernando Ulloa [el psicoanalista] para que nos atendiera.

-¿Consideran que la realidad que describen exige del artista un compromiso tal que ponga en riesgo su propia vida, su salud o sus vínculos?

E. P.: -El personaje que encarno tiene claro que algo hay que cambiar. Hay que darse cuenta de que lo que hay que cambiar es la impudicia del lenguaje viejo.

-¿Cuál sería un ejemplo de ese lenguaje viejo?

E. P.: -Por ejemplo, el de los viejos discursos de la ONU, o el de la clase política, simbolizado aquí por el supervisor. Un personaje que está fuera de todo riesgo, que en la obra es funcionario de la Comisión Municipal de la Desaparición de los Chicos.

N. B.: -Lo mismo que se hacía con los locos, tirándolos en la isla Martín García. Una eliminación encubierta, pero que sigue existiendo.

-Aunque con otros métodos.

N. B.: -Es cierto, pero hoy, hasta una consultora privada dice que hay en la Argentina un 30% de personas que no llegan a comprar la comida necesaria. En el campo hay un porcentaje altísimo de trabajadores en negro. Son realidades que producen muerte, genocidio oculto. Es lo que revela Tato en su obra, al exponerlo en el cuerpo más inocente que es el de los niños. Y no hay que ir muy lejos para comprobarlo; basta con ir a Constitución.

E. P.: -Según las encuestas, parece que entre las preocupaciones de la gente el tema de la inseguridad representa el 50% mientras que el de la pobreza, solo un 15%. Es un dato impresionante, que demuestra cómo la mayoría de la gente no lee la realidad. No hay nada que permita suponer que la pobreza no influye brutalmente en la delincuencia. Y la delincuencia afecta a las tres clases. Tiene miedo el del country , tengo miedo yo que pertenezco a la clase media y tiene miedo el de la villa, que cuando compra una cosa un poquito más cara no llega a su casa porque lo asesinan para robársela. Nos toca en el cuerpo y en el de nuestros hijos. Estamos lógicamente aterrados. Pero ¿por qué no se entiende? Porque si bien la inseguridad afecta a todos, no todos sienten en el cuerpo la pobreza. Vos ves un chico comer de un tacho de basura y te estremece, pero llegás a tu casa y te ocupás de otra cosa. La pobreza no te la llevás puesta en el cuerpo, como se la lleva el que tiene hambre.

-Ustedes lideraron la vanguardia teatral de los años sesenta. ¿Qué opinan de las nuevas generaciones de dramaturgos y directores?

E. P.: -Hay una cantidad de jóvenes creadores que tienen sus propias revistas, sus propios circuitos de comunicación y sus propios espectadores. Y hay muy buenos dramaturgos entre ellos, algunos muy inteligentes. Pero en general, una cosa que los define es la distancia respecto del teatro político. Si les preguntás, te dicen que a ellos les interesa el teatro, no la política. Lo que me parece bien. Meyerhold también lo decía. Una vez una chica le dijo a Engels: "Mire, yo quería escribir una obra política y me salió de amor"; él la felicitó y le dijo que ese era el comunismo que quería. Volviendo a estos chicos, bueno, no tan chicos, pero bastante exitosos, lo que me resulta curioso no es que no les interese el teatro político sino que nunca firmen nada que tenga que ver con lo político. Ni un comunicado, ni una expresión política por fuera del teatro. Está muy bien: no escriben teatro político sino el buen teatro que saben hacer. Pero si les preguntás por cualquier otra cuestión te dicen: "No, yo no me meto en política". Es curioso. Supongo que responde al hecho de que mi generación vivió todos los golpes militares, desde Uriburu para acá, las luchas políticas, los exilios y desexilios. Eso nos marcó. Sin embargo, también hay jóvenes que se sienten consustanciados con un teatro que tiene que ver con su identidad cultural. Es el caso de los chicos que vienen acá a formarse. ¿Por qué será que eligen hacerlo acá?, me pregunto. Sin duda porque Briski es un gran director y un gran maestro.

N. B.: -También hay que tener en cuenta que la clase política ha hecho una tarea eficaz para desanimar a los jóvenes. Si asocian esa clase con estos discursos viejos, que proponen políticas viejas, que se nota a la legua que no tienen empatía con los jóvenes, es comprensible que quieran estar en otro lado.

E. P.: -Eso es tan cierto como que este país tiene una diversidad tal que hay espectadores para cualquier teatro. Con decir que yo he visto gente llorando en su butaca por la obra Gorda . Hay público para todo. Y eso es bueno, finalmente. ¿Querés otro mate?, mirá que ya está lavado

Briski acepta y asiente: "Hay público para todo. Y teatro para todos". Al menos para muchos, porque por el pasillo de la casa chorizo vienen entrando a Calibán una cantidad de estudiantes de teatro que necesitan la sala donde transcurrió la entrevista. Está por empezar una clase y Briski, el profesor, concede unos últimos minutos a la charla para hablar de un vínculo que pudo con el tiempo y otras adversidades.

-La dictadura militar y el exilio trajeron, entre otras consecuencias fatídicas, separaciones familiares y de entornos afectivos. ¿Cómo influyó en la amistad Briski-Pavolvsky?

N. B.: -Compartimos momentos cruciales y el dolor de no estar cerca de nuestros hijos, por ejemplo. Recuerdo cuando Tato iba a viajar a Uruguay para ver a los suyos, con un enorme peligro, por supuesto. Era una angustia tremenda, nos mirábamos y nos repetíamos: "Qué nos pasa, qué nos está pasando".

E. P.: -Hacíamos una especie de psicoterapia recíproca. Yo estuve viviendo en la casa de él y estábamos todo el tiempo conversando de política, de arte, de teatro. También hemos hablado mucho, como amigos, de nuestra vida sentimental, cosa que no se suele hacer entre hombres.

-El sentido del humor atraviesa la obra de ambos. ¿De qué se reían juntos en aquellas difíciles circunstancias y qué los hace reír hoy?

N. B.: -Nos reímos porque somos alegres. Tal vez a mí eso se me nota más; Tato es más secreto. Pero hubo chistes del exilio, como cuando Tato me preguntó: "¿Te acordás de Buenos Aires, Norman? ¿Te acordás del Obelisco, de la fuente de las Cibeles, de la Torre Eiffel?" O como cuando estuve en Estados Unidos, donde las instrucciones para hacer funcionar las expendedoras de gaseosas decían que había que poner un dime (10 centavos de dólar) en la ranura. Yo ponía la moneda y como la máquina pedía dime , yo decía: "coca cola, coca cola". Eran chistes del desgarro, no estábamos en ninguna fiesta.

E. P.: -Yo creo que entonces, y siempre, nos reímos de la mistificación propia de los poderes instituidos; de los personajes que se la creen, tanto en el teatro como en la política. Nos reímos de los discursos que pretenden decir grandes verdades. Nos reímos de la pérdida del sentido de la vida y de cómo cada día hay que ir a inventar algo para seguir sobreviviendo. También nos reímos mucho de nuestra historia , de nuestra relación con las mujeres, de la debilidad y la dependencia que tenemos de ellas. Y nos reímos mucho también de nuestros fracasos en la vida, y de la rapidez y las ilusiones con que encaramos los proyectos sin tener en cuenta, a veces, nuestra edad. Porque le ponemos el mismo entusiasmo de siempre, como si no nos estorbara la edad.

N.B.: -Es que son muchas las cosas que nos unen. Fijate que hasta los dos fuimos nadadores y los dos somos hinchas de Independiente.

-¿Y qué los diferencia?

N.B.: -Que solamente a mí me gusta ir a pescar.

Por Olga Cosentino
Para LA NACION

Entrevista a Pavlovsky

Sábado, 05 de Abril de 2008
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Eduardo “Tato” Pavlovsky, ante el reestreno de su potente obra Potestad

“Para mí el teatro es un exorcismo”

En esta nueva puesta de la obra protagonizada por un apropiador de niños, Pavlovsky introdujo un cambio sustancial, un personaje femenino que opera como confesor. Pero, según señala el autor, en realidad “los cambios pasan por la intensidad”.

Por Hilda Cabrera
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“A mí me divierte estar en un escenario plasmando ideas estético-culturales”, dice Pavlovsky.

La mujer puede enloquecer en cualquier momento, pero quien está perdiendo la noción de la realidad es el hombre. Sucede en Potestad, obra clásica de “la dramaturgia del actor” creada e interpretada por Eduardo “Tato” Pavlovsky, y estrenada en 1985 con dirección de Norman Briski. La acción se desarrollaba entonces en treinta y cinco minutos, treinta menos de lo que finalmente quedó después de una informal presentación en el bar El Ciudadano. La marcación era la original de Briski, quien luego de las funciones en el Teatro del Viejo Palermo “había dado por concluido el trabajo”. Lo que pasó en El Ciudadano fue decisivo. Ante el reestreno de hoy en la Sala Raúl González Tuñón, Pavlovsky cuenta que comenzó a improvisar: “Era una noche en la que estaba muy tomado, no había gente, podía hacer lo que quería. Empecé a improvisar, y seguí, seguí... Seguí la marcación de Briski, excepto en la aparición de un ‘perro policía’”. Y así fue quedando. “El hombre a punto de perder la razón es un médico que certificó la muerte de una pareja asesinada por la última dictadura militar, y se apropió de la pequeña hija de los masacrados. Le habla a una mujer, Tita (papel que actúa Susy Evans), “una íntima amiga”, según el personaje. ¿Cuánto ha quedado de la obra publicada en 1987 por Ediciones Búsqueda? Se sabe que aquel texto es transcripción del montaje realizado en Montreal. “Una invitación al Festival de las Américas”, puntualiza Pavlovsky.

–¿En qué ha cambiado esta Potestad respecto de la original?

–Los cambios pasan por la intensidad. Presenté esta obra unas cuarenta y cinco veces fuera del país, siempre me estaba yendo y no podía hacer una temporada completa acá. La había escrito para que en escena me acompañara un hombre. Pasaron dos actores por esta obra (Mandy Suárez y Tito Drago) hasta que un día, estando con Susy en Brasil, decidí darle un giro. Le dije: “El tema es el mismo, pero vos vas a ser mi mujer, y yo voy a alucinar que sos una íntima amiga”. Por indicación de un psiquiatra, este hombre le va a contar a esa amiga todos los días la misma historia, como si fuera un ritual. Le quedan dos opciones: o lo escucha o lo interna. De ahí la actitud de ella: mostrar por momentos que está aburrida o que siente odio.

–¿Cómo reacciona el público ante el monólogo del apropiador?

–Es curioso. En unas presentaciones que hice en La Plata produjo conmoción, y acá, en la Facultad de Psicología, se produjo primero un silencio absoluto, casi místico, y después un aplauso conmovedor. Hice funciones con trescientas personas, sentadas todas en el piso. No tenía luces y de la avenida Independencia llegaba el ruido del tráfico. Pedí dos sillas y le dije a Susy: voy a empezar la obra hablando despacio, moviendo las sillas... La gente, muy joven, mantuvo silencio. Me conmovió. El profesor que nos había invitado aclaró: “Vos hiciste esta obra muchas veces, pero estos chicos tienen 22 o 23 años, y nunca la vieron”.

–¿Ayuda el estilo, tan diferente del teatro formal?

–La estética se acerca a la no representación; es como si uno fuera el personaje. Es el “teatro de estados” del actor, muy intensos, pero ¡bueno!, a mí esto me ha halagado mucho. La he dado en muchos lugares: tuve otra experiencia muy fuerte en la cárcel de Devoto.

–Y ahora nuevamente en una sala.

–Había hecho antes otras funciones acá y ahora me piden cerrar el ciclo. Me da placer que haya gente interesada en verla y quede agarrada a la obra. Que guste o no el estilo de actuación es otra cosa. Me divierte estar en un escenario plasmando ideas estético-culturales, como en mi última obra, Sólo brumas, tétrica, si se quiere, que estrenaremos en julio en la Sala González Tuñón. El teatro ha sido para mí una terapia, una especie de exorcismo de conflictos sociales míos.

–Siendo un texto creado desde la actuación, el movimiento parece decir más que las palabras. Aquí expresa cabalmente la “humillación” de no haber podido ser padre y la desesperación de perder a la niña para siempre. ¿El movimiento es algo más que una forma de comunicación?

–En el movimiento encontré los conceptos teóricos que desarrollo en el espacio representativo. Cuando Susy adoptó el papel de Tita, descubrimos cómo en lugar de hablar de la incomunicación podíamos actuar la incomunicación.

–¿Con el lenguaje de las manos, por ejemplo?

–Con las manos expreso la de-sesperación por acercarme. Es poner toda la fuerza y hacer lo máximo posible para acercarme sabiendo que nunca me voy a acercar, como decía Samuel Beckett. Y descubrí otra cosa, cómo un actor puede, en un mismo espacio, desarrollar diferentes códigos y dejar de ser un personaje para convertirse, como en esta obra, en un represor.

–Que aquí aparece después de la simulación de un cacheo policial.

–Yo, actor, me coloco de espaldas al público con las piernas abiertas y los brazos tocando la pared, y de pronto me vuelvo.

–Y es otro.

–Claro, aparece el relato del represor. Esa transformación me interesó siempre. Sé que acá algunos se confunden con mi trabajo. Una cosa es la condena del represor y otra, interesarse por lo que pasa en su cabeza. ¡He escrito tanto sobre los derechos humanos y los represores! Creo que estamos de acuerdo con la condena. En Argentina nos falta que los derechos humanos sean también para los 25 chicos que mueren de hambre todos los días. Desde El señor Galíndez me pregunto cómo funciona la cabeza de los represores. Lo preguntábamos casi intuitivamente cuando estrenamos Galíndez, muy bien dirigidos por Jaime Kogan, en el Teatro Payró. Fuimos descubriendo que eran personajes bastante normales. De ellos hablan autores como Tzvetan Todorov (Memoria del mal, tentación del bien, “el reconocimiento del horror de que son capaces los seres humanos”), el uruguayo Mauricio Rosencof y Primo Levi, superviviente del campo de concentración de Auschwitz. Los represores son seres que aparentan ser normales y cumplen su actividad como si fueran burócratas. Está el torturador mano de obra barata y el ideologizado, como Eduardo, de Galíndez, papel que en el Payró hizo Alberto Segado y en unas funciones últimas, mi hijo Martín. Un represor ideologizado es Alfredo Astiz, formado y elegido para cumplir una misión. Lo condeno, pero la cabeza de Astiz me interesa.

–¿Piensa que hoy persiste esa confusión?

–Me han criticado. El hombre, mi personaje, quiere a Adriana, la niña que ha robado. Desde su perspectiva, la ha salvado de unos padres muy malos; “unos fanáticos”, dice. Le ha dado una educación cristiana, buena, con principios y valores que le han permitido ser lo que ella es, a pesar de lo cual la niña vuelve con la familia original. Aunque sabemos que hay casos de jóvenes que la rechazan.

–¿No entender esto sería desconocer la dualidad?

–Un ejemplo es lo que cuenta Marguerite Duras en El dolor (relato con anotaciones autobiográficas, de 1945). Un colaboracionista francés denunció al marido porque era comunista. Estando en una comida, le contaron que habían apresado al chivato que denunció a su marido y que lo iban a interrogar. Esto fue en los últimos días de la ocupación nazi, antes de la Liberación de París (en agosto de 1944). Duras fue y presenció sesiones de tortura. Ella fue una escritora excepcional. ¿Cómo entender que fue parte activa?

–¿Sería equiparar método y tortura?

–Cuando la tortura es “institucional” se interioriza como conducta normal, y es aceptada. Mucha gente dice que yo perdono a los represores. No es así, los condeno y pienso que son miserables a los que un gobierno duro podría sentenciar a muerte. Pero la condena no significa dejar de interesarse por cómo funciona la cabeza de esa gente.

–Sobre todo cómo funciona en una época de vencedores y vencidos...

–Una cosa es la condena social y otra la subjetividad del represor. Esto lo estudió Franz Fanon en Los condenados de la tierra (obra sobre la descolonización, publicada en 1961, año de su muerte, con prólogo de Jean-Paul Sartre). Fanon era médico psiquiatra y estudió la patología de los represores. Sus trabajos fueron muy discutidos. De las imágenes que hoy vemos en televisión no se puede decir que esos tipos que dan cadenazos en una cancha lo hagan por nerviosos, pero quizás en su casa sean buenos maridos o buenos padres.

El gerundio

El gerundio es una forma verbal que funciona como adverbio: Hablaba gesticulando demasiado.


El gerundio simple indica un proceso simultáneo, inmediatamente anterior o posterior con respecto a otro verbo, referido a un mismo sujeto:

  • Almorzaba trabajando (dos acciones en simultáneo: mientras almorzaba, trabajaba).
  • Golpeando con fuerza rompió el teclado (inmediatamente anterior: primero golpea e inmediatamente rompe).
  • Tropezó con las raíces del árbol, cayendo con fuerza (inmediatamente posterior: tropieza y como consecuencia inmediata se cae).

Usos incorrectos del gerundio simple

No debe emplearse el gerundio simple si las acciones no son simultáneas o indican inmediatez anterior o posterior.

Incorrecto

Correcto

No recibiendo respuesta desde hace diez días…

Al no recibir respuesta desde hace diez días, le escribió otra vez

Llegó un camión cargando manzanas

Llegó un camión cargado con manzanas

Los errores consisten en que en la primera oración la recepción de la respuesta falta desde hace diez días (y no inmediatamente antes); en el segundo caso el camión cargó las manzanas antes de llegar.

Para evitar errores, conviene no abusar del gerundio; es mejor reemplazarlo por otras construcciones.

Gerundio compuesto

Indica un proceso anterior al del verbo principal; suele estar en construcciones absolutas: habiendo analizado todos los temas, damos por terminada la sesión.

No conviene abusar de este gerundio que puede reemplazarse por el simple o por otra construcción. Puesto que analizamos todos los temas… Analizados todos los temas, …

Uso de las mayúsculas

Algunos casos que presentan dudas en el uso de mayúsculas.

Se escriben con mayúsculas:

  • Las siglas, siempre que tengan menos de cinco letras: AFIP, Unesco.
  • Los números romanos.
  • La primera letra de una carta después del saludo:

Estimados alumnos:

Los invitamos a participar de la próxima reunión de claustro.

  • Los símbolos y fechas patrias: El 20 de junio, Día de la Bandera, entonaron el Himno Nacional.
  • Las cuentas, estados contables y libros de contabilidad: Caja, Deudores Varios, Balance, Libro Diario.
  • Los nombres oficiales: Embajada de Argentina, Consejo de la Magistratura.
  • Los cargos que reemplazan a nombres propios: El Presidente de la Cámara de Comercio.
  • Los nombres de obras como libros, manuales etc. Si estos nombres tienen más de una palabra, se escribe con mayúscula solo el comienzo del nombre: La conjura de los necios. Si se especifica qué clase de obra es, dentro de un nombre genérico, ambos van con mayúsculas: Manual de Contabilidad.

Recordar que se escriben en minúsculas:

  • Los días de la semana y los meses de año: martes, 20 de septiembre de 2005
  • Los nombres de las monedas: pesos, euros, reales.
  • Los nombres de las ciencias: física, matemática.

Nota: Las mayúsculas siempre llevan tilde.

Dequeísmo: ¿Cuándo se usa “que” y cuándo se usa “de que”?

Se llama dequeísmo al uso innecesario de un de después de verbos, en casos donde no corresponde.

Para evitar errores, se sugiere agregar el pronombre esto en reemplazo de la forma sobre la que se tiene dudas. Si al utilizar esto la oración requiere la preposición de, debe empleársela al construir la oración; si no la requiere, no debe usarse.

Algunos ejemplos:

  • Recuerdo esto: Recuerdo que viajamos al norte ese verano.
  • Supongo esto: Supongo que la familia los estaba esperando.
  • Se convenció de esto: Se convenció de que debía mudarse de barrio.
  • Está persuadido de esto: Está persuadido de que resulta beneficioso para la institución.
  • Estoy seguro de esto: Estoy seguro de que traerá incontables beneficios.
  • Se alegró de esto: Se alegró de que pudieran seguir trabajando en el mismo sitio.

Casos dudosos del uso de la coma

  1. No se usa coma entre sujeto y predicado. Es incorrecto escribir: Los representantes, esperaban en hall de entrada.

  1. Se usan comas en una enumeración pero no deben ponerse delante de una conjunción. Ejemplo: Llevaba papas, rabanitos y zanahorias.

  1. Si se altera el orden común de una oración, debe emplearse coma. Ejemplo: Debido a sus ventajas, el uso del correo electrónico se ha vuelto una tendencia mundial.

  1. Para evitar la repetición de un verbo o cuando este está sobreentendido. Ejemplo: El 85% calificó al curso de muy bueno y el 15% restante, de excelente.

Hay comas que se utilizan de a pares:

  1. Cuando se aclara algo de un sustantivo, cuando se lo nombra de otra manera (aposición), deben usarse comas. Ejemplo: La directora de Caramel, Nadine Labaki, presentó su película en Madrid.

  1. Las muletillas (palabras que se repiten por hábito, como es decir, por fin, por supuesto, bueno, al fin y al cabo) van entre comas: Su computadora es obsoleta, es decir, no sirve más.

Los vocativos van siempre entre comas. Ejemplo: Está por comenzar la presentación, señores, hagan silencio por favor.

Uso de la coma

La coma es una pausa breve que se emplea en los siguientes casos:

1) En aritmética, para separar los enteros de los decimales: En Buenos Aires el valor del boleto mínimo de colectivo es de $ 0,90.

2) Cuando queremos llamar la atención de alguien, lo invocamos (vocativos). Estos pueden ir al comienzo, en el medio o al final de una oración y siempre van siempre entre comas: Señores, hagan silencio por favor, que está por comenzar la presentación.

3) Entre los elementos de una enumeración o serie siempre que no lleven conjunciones: La mujer abrió la cartera y sacó un pañuelo, cigarrillos, un perfume y la billetera.

4) Para aclarar quién es el autor de una cita: Las preguntas, según decía Oscar Wilde, nunca son idiotas, pero las respuestas muchas veces sí lo son.

5) Cuando se aclara algo de un sustantivo, cuando se lo nombra de otra manera, esas formas reciben el nombre de aposición. Las aposiciones van entre comas: El autor de la novela El corazón de las tinieblas, Joseph Conrad, también publicó varios cuentos.

6) Si se altera el orden común de una oración: Debido a sus ventajas, el uso de herramientas de software libre se ha vuelto una tendencia mundial.

7) Para separar proposiciones: Llegó a la oficina, se sentó en su escritorio, encendió la computadora, pero no pudo trabajar porque tuvieron que evacuar el edificio debido a una amenaza de bomba.

8) Las muletillas (palabras que se repiten por hábito, como es decir, por fin, por supuesto, bueno, al fin y al cabo) van entre comas: Su computadora es obsoleta, es decir, no sirve más.

9) Para evitar la repetición de un verbo o cuando este está sobreentendido:

10) Si un modificador del verbo se encuentra antes del sujeto: Con un ritmo ascendente las universidades se están sumando a la educación a distancia.

Los acentos diacríticos

Se llama acento diacrítico a la tilde usada para diferenciar dos palabras que se escriben igual pero tienen distinto significado.

Esto ocurre generalmente con los monosílabos, que como norma general no llevan tilde, pero hay casos de acentos diacríticos en palabras con más de una sílaba (por ejemplo, sólo/ solo).

Algunos ejemplos (casos de monosílabos):

de: Sistema de gestión./ Preposición, sin tilde.

: Me propuso que les dé una charla./ Verbo dar, con tilde.


el: El Ministerio de Educación./ Artículo, sin tilde.

él: Él es el responsable de esa área./Pronombre, con tilde.


mas: Esperaban sentados, mas el asesor no llegaba./ Coordinante adversativo, sin tilde (reemplazable por “pero”).

más: Se sumaron más personas al equipo de trabajo./ Adverbio de cantidad, con tilde.


mi: Nota musical, sin tilde.

mi: Esta es mi computadora./ Pronombre posesivo, sin tilde.

mí: Trabaja para mí./ Pronombre personal, con tilde (siempre está precedido por una preposición).


o: 4 ó 5 / Lleva tilde entre números de escritura arábiga (para no confundir la o con un cero).


si: Si podemos, ampliaremos el alcance del proyecto./ Condicional, sin tilde.

si: Nota musical, sin tilde.

sí: Sí, estoy de acuerdo./ Adverbio de afirmación, con tilde.

sí: Se citaba a sí mismo./ Pronombre reflexivo, con tilde.

Acentuación de qué, quién, cuál, dónde, cómo y cuánto.*

Estos términos se llaman pronombres interrogativos o exclamativos según el significado que tengan en la oración.

Interrogativas y exclamativas directas:

No suelen presentar dudas ya que siempre llevan tilde. Se reconocen por entonación (de pregunta o de emoción) y porque van entre signos de interrogación (¿?) o exclamación (¡!)

¡Qué barbaridad!, todas las semanas cortan el agua.

¿Quién habrá sido la primera persona que usó este cajón?

¿Cuál es la etapa más importante en la implementación de un sistema?

¿Dónde están ubicados los servidores?

¡Cómo me gusta este paisaje!

¿Cuántas horas de capacitación se requieren?

Interrogativas y exclamativas indirectas:

Aunque también llevan tilde suelen prestar a confusión ya que pierden su entonación y sus signos gráficos. Generalmente dependen de una oración principal.

Me preguntó qué monitor quería.

Decidamos a quién se invitará para la próxima reunión.

Consideremos cuáles serán los impactos de esta decisión.

Debería haber carteles que indiquen hacia dónde salir en caso de incendio.

No sé cómo voy a resolver este problema.

No sabíamos cuánto había de cierto es esa afirmación.

Entrevista a Kiran Desai

Entrevista | Kiran Desai

"Mi verdadero país está en la memoria"

La escritora india, radicada en Estados Unidos, habla de su nuevo libro, El legado de la pérdida (Salamandra), con el que ganó el Booker Prize. En la novela recrea la vida de la aldea donde pasó su niñez, señala las huellas del imperialismo

Sábado 12 de abril de 2008 | Publicado en la Edición impresa diario La Nación

Kiran Desai (Chandigarh, 1971) es hija de la escritora Anita Desai y, además, la autora más joven de todas las que han ganado el Premio Booker. Lo ha hecho en 2006 con El legado de la pérdida , que ha dedicado con mucho cariño a a su madre, quien, curiosamente, se quedó a las puertas de este importante galardón británico en tres ocasiones. Ambas se marcharon de su India natal a mediados de los años ochenta. Kiran era, por entonces, una adolescente que soñaba con convertirse algún día en una escritora cosmopolita, capaz de aunar en su literatura los rasgos más visibles de su cultura con los diversos problemas a los que se enfrentan muchos de sus compatriotas cuando arriban a un país del Primer Mundo.

"Siempre quise ser extranjera" dice esta escritora que, tras ser educada en Gran Bretaña, vivió en varias ciudades de Estados Unidos hasta que optó por fijar su residencia en Nueva York. Amabilísima, extremadamente delicada, en la tarde de un día soleado en Barcelona, adonde viajó para presentar su libro, Kiran Desai señala que la posibilidad de regresar a aquel pueblo ubicado a los pies del Himalaya, donde transcurre buena parte de El legado de la pérdida y donde ella vivió su infancia, fue el motivo que la impulsó a escribir la novela.

"Cuando alguien se encuentra lejos de su país suele observarlo con una mirada distinta, tal vez porque los problemas se ven de otro modo -afirma-. El desarraigo, sin embargo, es un proceso muy largo. No es una tarea sencilla redefinir las raíces y descubrir cuáles son los orígenes una vez que alguien se ha ido de su patria."

En su novela anterior, Alboroto en el guayabal , Kiran Desai había delineado una historia cuyo epicentro era la India. En El legado de la pérdida ha decidido ampliar el horizonte. La joven Sai, una muchacha que ha perdido a sus padres, contempla, con una mezcla de rabia y estupor, los conflictos que suceden a su alrededor: nacionalistas que reclaman un Estado propio, ciudadanos que emigran para forjarse un destino lejos de la pobreza y de sus vínculos. Romántica, soñadora, Sai vive con su abuelo, un viejo y huraño juez que no para de fustigar a su cocinero, cuyo hijo sobrevive como un extranjero ilegal en los sótanos de un negocio de comidas rápidas al otro lado del Atlántico.

Los personajes que pueblan esta novela de largo y conmovedor aliento son seres atravesados por un profundo sentido de pérdida. Todos han perdido algo: la patria, un ser querido o un pasado repleto de sueños, pero tratarán de abrirse camino en escenarios tan diversos como la India, Gran Bretaña y Nueva York, unidos por el epígrafe borgeano con que se abre la novela: "Mi humanidad está en sentir que somos voces de una misma penuria".

-Borges resultó ser una hermosa compañía durante la escritura de la novela. De hecho, siempre llevaba conmigo su poesía completa, en traducción bilingüe, y recurría a su obra cada vez que terminaba de escribir una página. Cuando leí "Jactancia de quietud", quedé inmediatamente seducida por la luminosidad que trasmitían esos versos. Además, lo leí en un momento muy especial, pues me encontraba en América Latina, en un largo viaje que me llevó por México, Chile y Brasil. Lamentablemente no estuve en la Argentina. Muchas de las escenas de la novela que transcurren en Nueva York están repletas de inmigrantes de todas las partes del mundo, incluso de América Latina. Además, me di cuenta de las semejanzas entre el pasado colonial de la India y la historia de muchos países latinoamericanos.

-¿Dónde encuentra esas similitudes?

-Creo que Naipaul fue el primer escritor que vio estas relaciones entre el colonialismo y la pobreza del Tercer Mundo. Por ese motivo, cuando leí el poema de Borges, pensé que esos versos también podían referirse a la India, con una clase social muy pobre, que permanece en las sombras; con inmigrantes que dejan su país para trabajar en restaurantes baratos de Nueva York o Barcelona. El pasado, así, se convierte apenas en una espada, una fotografía.

-¿Suele viajar a menudo a la India?

-Mi padre aún vive allí y voy frecuentemente a Bombay. Pero en todos estos años aprendí que mi verdadero país se hospeda en mi memoria. Cuando llego a la India, lo primero que hago es ir a la casa de mi infancia. Aunque luego deba marcharme, el hecho de haber estado allí un momento, de haber contemplado el paisaje que alguna vez decoró mi niñez, hace que mi partida resulte menos dolorosa, pues conmigo también se van los recuerdos. Los sentimientos que se sienten al regresar al país, pero también los sentimientos que se sienten al marcharse, son los pilares sobre los que se sustenta mi novela.

-Sus personajes, de hecho, parecen moverse entre la imposibilidad de asentarse en un nuevo lugar y la añoranza de su vida en la India, aunque allí vivieran sumidos en la pobreza.

-Los hechos que transcurren en la India son muy familiares para todos los indios. Allí siempre se puede encontrar a alguien más pobre que otro. Incluso en la propia casa. Todos conocen a personas que se marcharon perseguidas por la pobreza y hoy trabajan como cocineros en cualquier parte del mundo. do para poder entrar en Europa o en Estados Unidos.

-¿Ha variado con el paso de los años la idea que usted tiene de su país?

-Solo conozco la India que recuerdo y los pocos días que paso allí en el invierno. No sabría describir cómo es durante el resto del año. He perdido el bullicio de la vida cotidiana, la costumbre de levantarme todas las mañanas y no preguntarme por mi identidad. Todo eso, ahora, es una especie de legado, un puñado de recuerdos, luminosos como los veranos de mi infancia.

-En su novela, no solo se retrata la vida en un pueblo de la India en los años ochenta, sino también la influencia que Inglaterra o la ex URSS ejercieron en su cultura.

-Quería hablar de la relación de la India con un centro de poder. Antes lo fue Inglaterra; ahora es Estados Unidos. Intentaba investigar cómo funcionan estas divisiones de clase y cómo siguen vigentes a través del tiempo y la geografía. El juez de la novela, por ejemplo, llega a formar parte de la elite; su cocinero, en cambio, jamás logra vivir con dignidad, pero se aferra desesperadamente a sus afectos y encuentra su identidad. En la India, la brecha entre las clases sociales es mucho más grande de lo que se cree. Solo muy pocos pueden darse el lujo de vivir en la seguridad, en un mundo inamovible, dispuesto para su disfrute. El poema de Borges, en ese sentido, hace referencia a la capacidad de deshacer la historia, de que la historia se niegue a aceptar esa inamovilidad.

-¿Regresar a sus raíces es la única manera de encontrar su identidad?

-Cuando alguien lleva muchos años viviendo fuera de su país, lo primero que comprende es una cosa fundamental: solo existe la historia que vivimos. Una vez que uno se ha ido, las cuestiones de identidad son mucho más complejas de lo que había pensado y se llega a comprender a esa gente que reclama una parcela de tierra como algo propio. El sentido de pertencia se hace más pequeño, más simple. A veces, incluso, se reduce a un pasaporte que delata la nacionalidad. En los ocho años que tardé en escribir El legado de la pérdida debí entrar y salir de varios países. Como estaba escribiendo en contra de la retórica nacionalista, debía deshacer el concepto de hogar, de familia, de patria. Pero me di cuenta de algo muy importante: en medio de esos movimientos había algo que jamás variaba: mi novela.

-¿Cómo toma el hecho de ser la escritora más joven de las que han ganado el Premio Booker?

-Lo de la edad realmente no tiene ningún impacto para mí. No creo que sea importante. De hecho, cuando se escribe, el tiempo adquiere una forma muy distinta a la habitual. Los años parecen mucho más veloces.

"No seas escritora." Esa, dice, fue la única recomendación que le dio su madre, la prestigiosa autora de Polvo de diamante , Clara luz del día o El Bombay de Baumgartner , entre otras novelas. Kiran, sin embargo, prefirió hacer oídos sordos al consejo materno y emprender su propio camino. "Fue como encontrar el ritmo de mi infancia", señala. Lo primero que se le ocurrió fue anotarse en un taller de escritura. "Era una manera de tener una disciplina, pero en realidad precisaba un visado como estudiante para poder seguir viviendo en Estados Unidos. Estas clases de escritura, al fin y al cabo, no me ayudaron en nada, porque cuando empecé a escribir de verdad, lo hice de una forma diametralmente opuesta a la que me habían enseñado los profesores. Mi estilo no tenía nada que ver con el estilo que practicaban los jóvenes escritores de Nueva York. Lo mío era mucho más clásico".

-Ahora que se ha convertido en una escritora, ¿su madre suele darle otros consejos?

-Para empezar, mi madre me enseñó a leer. Recuerdo que fui descubriendo las palabras no solo a través de sus libros, sino también de los numerosos libros que poblaban su biblioteca. Allí encontré escritores maravillosos, como Proust, que acabó siendo uno de mis autores favoritos. Mi madre, por otra parte, es mi primera lectora. Una lectora atenta y cariñosa, no exenta de rigurosidad. Acostumbra escribirme notas, frases delicadas, sensibles, sobre lo que le pareció el libro. La mirada de mi madre es la mirada de una escritora, de alguien que conoce muy bien las reglas de la ficción y puede descubrir los aciertos y los fallos de una novela. En ese sentido, creo que soy una escritora afortunada. No solemos comentar nada sobre lo que estamos escribiendo. Ella, además, es muy celosa de la intimidad y no permite que alguien se inmiscuya en su estudio cuando está trabajando.

-¿El hecho de haber crecido con una madre escritora ha determinado sus hábitos de trabajo?

-Cuando comencé a escribir me di cuenta de que su mayor influencia estaba, precisamente, en un modo de organizar el tiempo, en la importancia de mantener un ritmo constante, diario. Yo solo tenía veinte años, pero la verdad es que en ningún momento tuve que esforzarme para tener un hábito, como sí les ocurre a muchos escritores jóvenes. Para mí, sentarme cada mañana frente a la computadora y escribir al menos una página es algo que he visto hacer a mi madre muchísimas veces. Por lo tanto, planificar un día de trabajo es algo que me resulta muy familiar. Cualquiera que entra en casa de mi madre percibe inmediatamente que allí vive una escritora: se respira un clima que invita a sentarse a escribir, a imaginar historias.

Por Diego Gándara
Para LA NACION