viernes, 7 de noviembre de 2008

Crónica cultural de Juan Pablo Urcola

U. N. Q. Seminario y Taller de Escritura Urcola, Juan Pablo

Crónica 1

Tres filósofos en el zoológico

Mi casa estaba llena de gente. Vecinos, tíos, primos, amigos, la habían invadido. Raquel Santander cumplía 52 años y no estaba sola, la acompañaban todo este enjambre de personas que no paraban de hablar un solo segundo. Cuando nadie se lo esperaba y utilizando mis métodos de escapismo desaparecí de la fiesta y tomé un bondi rumbo a Palermo. Pero claro, no era mi mejor día de suerte, el destino quería que estuviera acompañado y que un modo u otro sociabilizara con las muchedumbres. El bondi estaba hasta la coronilla, no cabía ni un alfiler. Entre apretujones, codazos, pataditas piadosas y sonrisitas falsas de :─ ¡Ay disculpe!─ pude llegar al zoológico. Cuando bajé todo se transformó, el cielo gris y tenebroso cambió por completo y se tornó celeste intenso con algunas pinceladas de nubes blancas, el aire contaminado por las más de 40 personas que llevaba el colectivo y que además esta herméticamente sellado pasó a ser puro, limpio y con olor a garrapiñadas de una tarde de domingo en Palermo. No sé si es el barrio, el botánico o qué pero cada vez que voy siento el mismo aroma.

Caminando por Sarmiento, encontré el Teatro que lleva ese nombre, el del prócer de las aulas, ya que estaba miré la cartelera y entre las muchas obras que se presentaban me llamo la atención una cuyo título se componía de una de las más célebres profesiones desarrollada por los griegos y una moda un tanto peculiar masculina. La obra se titulaba : “Tres filósofos con bigotes”. Entré para comprar las entradas pero la recepción estaba vacía. Como muchacho de pueblo chico, llamé con un silbido y golpeando las manos para que se dignaran a atenderme, y taconeando rapidito apareció María Elena.

* * *

María Elena es una mujer de mediana estatura, tez trigueña y con canas blancas que deja ver entre sus cabellos teñidos de rubio. Porta unos grandes anteojos de vampireza, constituidos con cristales de vidrio de botella y un gran marco dorado terminando en puntas que señalan vaya uno a saber que cosa.

─ Buenas tardes, no te vi entrar ─ me dijo asombrada.

─ No. Está bien. No hay problemas.

─ Soy Maria Elena, ¿qué necesitas?

─ En realidad vine a comprar entradas para la función del viernes, creo que es la de “Los tres filósofos con bigotes”. ─ contesté.

─ Ah, sí son maravillosos los muchachos, te digo la verdad, de todas es la que más me gusta y no es porque uno de los actores es amigo mío, no. ¿Cuántas entradas?

─ Cinco.

─ ¿Cinco? ─ se volvió a sorprender.

─ Sí cinco, una es para mí y las otros para unos compañeros que me las encargaron.

─ Grandioso, buenísimo. Son $ 150. ─ mientras me contaba que después de la función habría “unos copetines”, se acomodaba esos anteojos a abeja reina que por su gran peso se les caían a cada rato.

Luego de despedirme amablemente, y de observar un poco el lugar, volví a mi casa. El gentío todavía estaba firme como rulo de estatua, ninguno se había ido. ─ ¿La gente no tiene nada que hacer los domingos? ¡Cuándo llegaría el viernes!

* * *

Pasado el lapso de cinco días, llegó por fin el viernes. Un viernes más, lleno de cosas por hacer. No se por qué pero se me junta todo para el viernes. Leer textos, ir a la universidad, limpiar mi casa, lavar la ropa, regar las plantas, ir a jugar al fulbol con los muchachos, revisar los mails y además ¿ir al teatro? Pero bueno, si hacía mucho que no pisaba uno, ir una vez cada dos por tres está bien, por lo menos uno sale de la monotonía de hacer siempre lo mismo.

Era un día primaveral, pero con un poco de viento de más para mi gusto, llegué a la universidad y les conté a todos los que me preguntaban por qué estaba así vestido que se debía a que por la noche tenía entradas para una función de teatro.

─ ¿De teatro? ─ me decían todos.

─ Sí, de teatro ─ les contestaba, como si fuera cosa de otro mundo, che.

A las 19:15 salí de la universidad y tomé el colectivo con destino a Capital Federal. Deseaba llegar temprano para poder ver cual era la movida, haber si era movidita, movidita , movediza o no se movía nada.

Luego de deambular por los pasillos del subte de la línea D y de por fin encontrar el andén correcto, tomé este medio de transporte y llegué a Palermo a las 8:45. A las 8:48 ya estaba en la puerta del Teatro Sarmiento, es que soy de zancos ligeros. Observé que ya había gente esperando, gente de todas las edades, pero no inferior a los 18 años. Parejas, novios, matrimonios, amigos, jóvenes, viejos, viejas, compañeros de facultad, en fin mucha gente que conversaba sin parar vaya uno a saber qué cosas. Yo me acerqué a María Elena, que estaba en la ventanilla de entradas, la saludé, aunque la mosca emperatriz no me recordaba y le pregunté si faltaba mucho para que empezara la función.

─ Menos cinco, da comienzo caballero ─ me dijo.

─ Gracias, “extraña dama” ─ le respondí.

Puntuales, abrieron la sala y la gente y yo entramos. Me senté en una butaca no muy lejos del escenario, pero tampoco muy cerca porque pensé que no iba ser cosa que los actores sean de éstos que hacen participar al público y me hagan hacer cualquier gansada. Los tipos eran tres, claro como el título de la obra lo menciona; estaban tirando flechas al blanco, impactante. La obra ya había empezado, así nomás, antes que todos se ubicaran en sus asientos.

─ El mejor método para tirar una fecha y pegar en el blanco es no pensar ─ proclamaba a viva voz uno de los actores y cerraba los ojos y tiraba una flecha.

─ No ─ replicaba otro ─ lo mejor es usar la razón y dejar que la razón domine la situación.

─ Pero no Eduardo, la razón no te deja pensar, una vez que te dejás invadir por ella te destruye ─ gritaba el tercero.

La primera media hora de la función giró entorno a debatir filosóficamente el mejor método de cómo tirar una flecha y no errar al blanco. Claro, los tres personajes a demás de actores eran filósofos y estaban en su salsa. Una canción interrumpe todo, creo que era la de Leo Dan, la que dice, ….lalalalaaala….. ella estudia filosofía…… lalalara, yaralala, la, … yo en mi casa y ella en el bar, yo en mi casa y ella en el bar… Mientras sonaba el tema, los tres tipos empezaron a dar vueltas alrededor de una mesa, chasqueando los dedos. De pronto todo paró y quedó en silencio. Se sentaron y las luces menguaron. Uno de ellos, Eduardo, empezó a recitar en latín un fragmento de Sócrates, de Platón .

─ ¡Basta! ─ gritó Alfredo.

Eduardo guardó el relato en su bolsillo y los tres nuevamente empezaron a tirar al blanco. El debate seguía siendo el mismo, pero el tema en este caso era si la razón era oscura o luminosa.

─ La razón se oculta, es oscura, no irradia luz, se compone de tinieblas ─ tiraba una flecha y anotaba cuantos puntos había hecho.

─ No Leo, porque si la razón es oscura como vos decís, por qué se fundamente en el iluminismo.

─ Tanto Rodolfo como Leo están equivocados. Sentémonos y debatamos ─ dijo Eduardo.

* * *

Eduardo Osswald, Leonardo Sacco y Alfredo Tzveibel son tres amigos profesores universitarios de Filosofía de la Universidad de Buenos Aires, que tomaron como profesión adjunta la actuación.

─ Es un desafío muy grande ─ me comentaba Leonardo, luego de la función ─ pero cualquier persona que se lo proponga lo puede conseguir. Todos podemos actuar sea cual fuese la profesión a la cual nos dedicamos.

Leonardo es canoso, muy canoso, tiene una barriga prominente y una nariz que llama la atención. Es uno de los tres filósofos con bigotes y uno de los más jóvenes pero con muchas horas de facultad encima. Es el más gracioso de los tres y el que llena de dinamismo la obra, trata de no dejar espacios en blanco y siempre da el pie conductor a todo lo que se dice en la obra, que por cierto el relato teatral es todo improvisado.

─ Como se habrán dado cuenta, la juventud lo ayuda, auque sus pelos no reflejen lo mismo ─ comenta Eduardo durante el copetín.

Eduardo es el más filósofo de todos, su vocación se refleja a todo momento. Flaco, alto y con poco pelo en su cabeza, desarrolla los temas que se hablan durante la obra con una profundidad veraz.

─ Pero el más veterano soy yo, no sé si ya se dieron cuenta ─ comenta Alfredo.

Alfredo es el más viejo de los tres, con sus 76 años, es el más querido de entre sus compañeros. Es alto, muy flaco, un poco encorvado y ya no se cuentan pelos en su cabeza a diferencia de sus colegas actores.


* * *

Un nuevo viejo tema interrumpe la función otra vez, no sé el nombre del tema ni tampoco quien lo canta, pero es muy pegadiza. Dejan el arco y las flechas a un costado y cada uno se sienta en una silla frente al público. Siguen discutiendo el tema de la razón y su vinculación con la oscuridad. De pronto se apagan todas las luces y la sala queda a oscuras, solo se oye a los tres discutiendo y lo hacen como por cinco minutos

─ La razón es oscura, Alfredo.

─ No Eduardo es luz.

─ Que no.

─ Que sí.

─ Que no te digo.

Un solo foco ilumina a los tres, se callan y Leonardo se para , se pone frente al público bien cerca y dice :

─ Mis padres eran muy apasionados, he aquí una carta que mi padre escribe a mi madre en febrero de 1947. ─ Leo, se pone a leer en voz alta entre risas y carcajadas del público por aquellas palabras tan melosas y ardientes de aquella carta. Se sienta.

Se para Eduardo y dice:

─ Mis abuelos eran paraguayos y desde chico en mi casa se escuchaba este tipo de música ─ se oye por los parlantes Pájaro Cantor tocado con arpas. Eduardo agarra a Alfredo y se ponen a bailar. Luego de unos minutos se sientan y es ahora Alfredo quien dice:

─ Cuando estaba en el primer años de facultad milité en un partido revolucionario de izquierda y en mi primer día como delegado un compañero me envió a una misión que tenía que cumplir sin chistar, la misma consistía en llevar tres granadas molotov en colectivo al lugar donde se realizaría una marcha del movimiento. Así que puse las bombas en una bolsa de almacén, me subí al colectivo y fui. En la bolsa llevaba tres granadas molotov, el libro rojo de Mao y el boleto de colectivo.

* * *

Fue entonces cuando me di cuenta que lo que decían en verdad era parte de sus vidas. Los relatos que los tres hombres contaron, alguna vez, sucedieron tal cual ellos los describieron. De repente y sin aviso muchos momento intensos ya marchitos de mi vida reflorecieron en mi mente y me trasportaron a aquella tarde de domingo, saliendo de la iglesia con mis abuelos, a aquella noche de invierno en que nació mi hermana, mi única hermana. Me acordé de las tardes de primavera en Zárate pescando con mi viejo, de la primera vez que me puse el guardapolvo banco para empezar primer grado, de lo enojada que se puso mi tía Margarita cuando le vomité el helado de chocolate en su vestido floreado, de mis novias, de lo feliz que me puse cuando me pagaron mi primer sueldo. Estos y muchos otros recuerdos vinieron a mí. Mi mente pasó a ser el escenario, los recuerdos los argumentos de la obra y los personajes de esos hechos incluido yo, los actores.

Los tres filósofos habían cumplido su cometido, me habían introducido en un biodrama, un género teatral que consiste en contar parte de la vida cotidiana y propia a modo de obra de teatro. Pero esta vez era mi biodrama, el de mi vida.

* * *

Estoy nervioso, ansioso, un poco asustado ─ bueno los estrenos son así ─ estuve todo el día esperando este momento y ya es ese momento. Que sea lo que Dios quiera. Ya tengo que salir.

* * *

La función está por empezar, se bajan las luces, se hace silencio y se abre el telón…