jueves, 13 de noviembre de 2008

Entrevista de Magalí Sayal

Al ritmo del 2 x 4

“Armandito” Mazantini tiene 80 años, y es profesor de tango. Hace 15 años, decidió dejar su actividad como arquitecto paisajista para dedicarse por completo a su pasión por la danza. Declara que bailar tango es “sólo cuestión de animarse y empezar”, y que los argentinos aún no se dieron cuenta de la importancia de conocer “los secretos del tango”.

Hacia el final del corredor, se encuentra de pie, ensayando algunos pasos de baile con un tango clásico que suena de fondo. Se saca el sombrero para saludar, y con su típica indumentaria arrabalera, invita a seguirlo con la enredada coreografía que improvisa, al ritmo de una voz melancólica acompañada por el sonido de un bandoneón. Señala unas marcas en el piso, que ayudarían a cualquier principiante a dar sus primeros pasos en la pista. Desliza sus zapatos lustradísimos con gracia y soltura. Sólo interrumpe su demostración para conversar con una parejita curiosa, que entra al centro cultural para preguntar por las clases particulares que aquí se ofrecen.

Armando Mazantini, a sus 80 años, reparte su tiempo entre sus dos pasiones: su familia y el tango. Se declara un amante incondicional de esta reconocida danza que mantiene su vigencia “gracias a que la juventud también está tomando el tango y lo está haciendo crecer”. Armandito, como lo llaman cariñosamente, comenta que hace tiempo dejó de trasnochar en la milonga (también reconocido como baile o festín por el lunfardo porteño) porque “mi fuerza y energía, que es la de un hombre mayor, la quiero emplear solamente lo imprescindible, que es enseñar, transmitir y de vez en cuando, para no quedarme, bailar con alguna profesional, un poco de práctica intensa para mantenerme en estado”.

El encuentro se concretó casi una semana después de solicitada la entrevista: Armandito tiene una agenda muy apretada, en la que organiza sus clases diarias, grupales e individuales, en varios lugares de Capital Federal.

Armando recuerda aquellos tiempos en que el entrenamiento y la destreza en el baile era un requisito esencial a la hora de asistir a una milonga. La rigurosa selectividad de las mujeres para elegir un compañero de baile obligaba a los hombres a practicar la danza entre ellos, turnando roles para practicar las figuras clásicas que les aseguraran estar a la altura de las exigencias femeninas: “un varón que supiera bailar, con los zapatos atados con alambre, por falta de recursos y de dinero, era más solicitado que el varón que no sabía bailar, trajeado, con sus zapatos y su pinta.” Armando destaca la importancia del abrazo en esta danza caracterizada por la sensualidad y la intensidad de la conexión entre los bailarines: “Un tango con una pareja abrazada, es como un romance que dura tres minutos con una persona desconocida, donde no hay ningún compromiso. Después de esos tres minutos, se terminó el romance, se terminó todo. Entonces ese momento lo tienen que disfrutar”.

Sin embargo, no siempre se dedicó a dar clases de tango: “veía que económicamente no resultaba. Yo veía a los grandes del tango bailar por poca plata”. Sin olvidar su pasión por la danza, estudió paisajismo en la Facultad de Agronomía, y se dedicó a la especialidad de crear jardines con movimientos de agua, por lo que pudo destacarse y progresar como arquitecto paisajista. Participó en 100 exposiciones, y a lo largo de su carrera efectuó más de 4000 obras enmarcadas en la empresa que fundó hace 40 años, y que compartió con su hija y socia, hasta que decidió abocarse a su pasión desde siempre.

- ¿Cómo era trabajar junto a ella?

- Como éramos socios, la obra se componía de dos partes: yo me encargaba de la parte gruesa, de manejar al personal, excavaciones, algo de albañilería, las compras de insumos. Mi hija estaba en la parte artística, porque ella es pintora y escultora. Viendo que los años se me veían encima, hace 15 años atrás le dije: "Yo te quiero regalar la empresa que fundé, porque me quiero dedicar desde ahora hasta que me muera a bailar".

- ¿Dedicarse al tango fue una decisión que la tuvo que meditar mucho tiempo?

- Sí, lo pensé mucho, y hablé con mi familia. Lo primero que me preguntaron fue si iba a vivir del tango. Les dije que el tango no da para vivir, pero sumé y me di cuenta que puedo tener lo que quiero hasta que me muera sin necesitar de nadie, para evitar reproches. Por eso hice los números bien hechos y tomé la decisión. Primero fue resistida un poquito, porque el tango se relacionaba siempre con el cabaret, el cafisho, el prostíbulo... Siempre fue mal visto. Pero eso fue cambiando y mi familia me acompaña porque me ve muy contento con lo que hago.

Con el apoyo de su familia, y el entusiasmo de poder enseñar sus conocimientos y habilidades en la pista, Armandito se calzó los zapatos de baile y se animó a cambiar su rutina diaria y su estilo de vida para abocarse a su labor como docente.

Se enorgullece al hablar de su matrimonio, y declara que está enamorado de su mujer, una artista plástica con la que se casó hace 56 años, hecho que se toma con mucho humor: “Ya pasé por las bolas de oro y ahora voy por las bolas de diamante, que son 60 años de casado” (risas). Se considera un referente casi único en el ambiente, “porque a pesar del tango pude conservar una misma mujer y formar una linda familia”.

- ¿Por qué eso es algo tan particular en el ambiente del tango?

- Porque me supe cuidar. Es como entrar en un gallinero y es muy difícil que uno no se ensucie. Sin embargo, uno puede estar ahí, y entrar y salir sin ensuciarse, pero con mucho cuidado. Porque lo que no me gustaría que me hiciera mi mujer, yo no se lo quería hacer a ella. Eso fue lo que me permitió conservar la mujer que tengo.

Los cuadros de su esposa adornan las paredes que conforman la pista de baile del Centro Cultural San Pedro Telmo, ubicado a metros del Parque Lezama, donde Armando enseña las técnicas del 2 x 4 de lunes a jueves, y los domingos ofrece una clase abierta y grupal, en la que sus alumnos demuestran sus habilidades a los visitantes de la reconocida feria de la calle Defensa.

A pesar de su trayectoria como docente, Armandito no se considera como tal: “El mejor maestro del tango, es la práctica. El tango es una música imposible de bailar sin sentimiento. Quiere decir que si para bailar tango hay que poner un sentimiento, los que dicen que son maestros, mienten, porque los sentimientos no se pueden enseñar. Yo no puedo enseñar el sentimiento que hay que poner para bailar tango, eso nace en cada uno. A mí me dicen que soy maestro, pero no lo digo yo eh!, me lo dicen ellos”.

- ¿Usted cómo se autoconsidera?

- Yo me considero un entrenador, un instructor. Yo enseño figuras, técnicas, ejercicios, y con todo eso se puede bailar, pero el sentimiento, lo verdadero del tango, aparece cuando uno lo coloca. Por eso es que las vivencias están en el cuerpo, pero lo tiene que sentir cada uno.

Armando aprovecha el creciente interés de los turistas que vienen en busca del verdadero tango argentino, ansiosos por aprender algunas figuras del 2 x 4 para mostrar en sus países natales. El boom del tango en el exterior es tal que se organizan competencias y festivales que hasta pueden durar varios días, a los cuales se inscriben gran cantidad de participantes de una variada gama de nacionalidades. Los aprendices extranjeros pagan hasta $100 por clase para conocer los movimientos que les permitan lucirse en alguna de las tantas milongas porteñas que se reparten por distintos barrios de la Ciudad de Buenos Aires.

La inevitable tendencia de los extranjeros a relacionar a los argentinos con el tango, llevó a Armandito a dar clases en el Congreso de la Nación: “los legisladores que viajan a todo el mundo por distintas razones, se encontraron que ahora llega una delegación de argentinos a una recepción, a un cóctel o a una reunión ¡les piden que bailen tango! y claro, arrugan porque no saben”. Todos los viernes les enseña a diputados y senadores de entre 40 y 70 años, a aprender los movimientos tangueros que tan solicitados son en el exterior del país.

Aún se sorprende al comparar el interés de los extranjeros con el de los argentinos por la típica danza porteña: “a pesar de la gran movida que hay en Europa y Estados Unidos, muchos argentinos viendo, leyendo lo que está pasando allá, piensan: '¿Qué le vieron de importante?' y yo les contesto: 'Busquen de ver ustedes dónde esta la importancia del tango'. Hay que empezar a bailar.”

Teniendo pleno conocimiento de que “sólo una pequeña parte de los argentinos lo bailan”, expresa que “es lamentable que uno vaya a una reunión, o a un casamiento, y todos salgan a bailar el carnaval carioca, las mesas quedan vacías. Pero cuando ponen un tango, todo el mundo se va a sentar y la pista queda vacía.”

-¿Por qué cree que la gente no se le anima al tango?

- Porque el argentino no lo tomó al tango todavía. Por eso es que yo les digo a mis alumnos, que un beneficio muy grande es precisamente ese, que cuando todos se borraron, ellos se quedan en la pista, porque saben bailar. Van a ser la admiración de todos, y van a tener la satisfacción propia de haber aprendido y saber bailar el tango.

Los sábados, Armando da clases de tango en el Hospital Británico para personas mayores de 60 años, en el marco de un programa llamado “Vivir la vejez plenamente”, ideado y coordinado por una de sus nietas que es psicóloga. Los asociados al plan de salud del hospital se acercan por curiosidad, y luego de las primeras clases su entusiasmo es tal que tienen como objetivo demostrar que a pesar de su edad, es posible aprender a bailar tango. “Estoy en esa tarea que me encanta. La hago con mucha vocación y amor en el corazón”.

A lo largo de la charla, Armando despliega su amplio abanico de conocimientos acerca del tango, porque es parte de la historia que lo conforma. Y no repara en modestias para admitir que es admirado por alumnos, espectadores y otros profesores de tango.

- ¿Cómo se lleva con sus colegas?

- Mis colegas están fascinados, y soy un gran referente para ellos porque a esta edad se puede hacer lo que yo hago. Yo no voy a competir con ninguno de ellos, no puedo competir con la juventud ni con mis colegas. Yo lo que les puedo decir es que a los 80 años, bailo. Y ellos saben como bailo, por eso me aprecian mucho, simpatizan conmigo, me dicen: "Ojalá que yo a los 80 años pueda bailar como vos". Soy un ejemplo para muchos.

Siempre sosteniendo una mirada intensa, asegura que no se arrepiente para nada de haber dejado el paisajismo por el tango: “Tomé esa decisión porque pensé que con el tango sólo iba a disfrutar de lo que me gusta hacer. Pero me encontré con una veta económica, porque me está yendo muy bien como docente. Fue algo inesperado. Uno toma decisiones, a veces acertadas y otras desacertadas. Y yo acerté”.