NI RICO, NI FAMOSO: TODOS PUEDEN HABLAR
Lucas Mirabet
Hace un tiempo salió en un diario de Quilmes algo que habían hecho dos amigos míos. Quizás al medio le interesó la cantidad de público que habían reunido o lo bien que había estado el espectáculo que habían llevado a cabo, pero no le dieron importancia a la actividad que ellos hacían, que recorrían escenarios, distintos lugares del país, que estudiaban, que trabajaban y qué, desde ese punto de vista, tenían mucho para contar. Desde un enfoque no artístico también podrían argumentar sobre las pequeñas cosas de sus vidas que fueron el fundamento de esa actividad por la cual estaban siendo entrevistados.
De pequeño conocí una elegante señora que tenía una gran perfumería en el barrio porteño de Floresta y una vida llena de anécdotas; y tiempo atrás me enteré por televisión que había fallecido al ser atropellada por el colectivo en el que viajaba cuando se cayó al bajar.
Cada vez que miro hacia el suelo y veo las ojotas, chinelas o algún calzado con suela de goma recuerdo cuando en mi niñez visité la fábrica de goma eba y descubrí todas las cosas que se podían hacer con ella. En varios galpones inmensos, personas que todos los días se levantaban a las cinco o seis de la mañana y viajaban algunas cuadras o kilómetros, trabajaban en silencio bajo un gigantesco cartel pintado en una de las paredes de la fábrica que decía “prohibido fumar” (Seguramente se utilizaban materiales muy inflamables y contaminantes). Desde donde apoyamos el “mouse” de la computadora hasta los pisos de goma, todo, todo, se hacía en ese lugar, por personas que trabajaban sin hablar, pero que seguro deberían tener mucho para decir.
Todos los hombres y mujeres somos protagonistas. Nuestra vida transcurre en tiempo real y somos parte esencial de ella. Si bien esto no queda demostrado en todos los aspectos de la literatura podríamos decir que en el género testimonial aparece con más fuerza: “R. Ohmann privilegia la relación autor, hablante, lector y distingue en ellos dos tipos: los que se ocupan de la vida de los famosos –en los que el autor actúa como mediador entre el personaje y el lector curioso al que proporciona una intimidad substituta– y las entrevistas etnológicas, en las que los hablantes son desconocidos para el lector en tanto individuos. Para Ohmann se trata de dos clases totalmente diferentes de obras del mismo género. Este segundo tipo tiene que ver con las formas de relación que se dan en la sociedad contemporánea, donde la oportunidad de conocer otras vidas directamente disminuye y los medios de comunicación –revistas, diarios, etc.– ofrecen un acercamientos ‘de segunda mano’”.[1]
El género de no-ficción, también llamado documental o testimonial tiene una lógica que desestructura la actividad periodística y la novela de ficción. Pareciera que atenta contra ambas porque cuenta relatos, cuentos, pero que realmente ocurrieron, por lo que también informan. Es como si le “quitara el trabajo” a los periodistas y novelistas, aunque en realidad el asunto va por otro camino. Ana María Amar Sánchez cita a Hellmann y dice que “el relato realista dice al lector: ‘todo esto no sucedió realmente, pero podría haber sucedido’, mientras que la no-ficción señala ‘Todo esto realmente pasó, por lo tanto no me culpen si no parece real’”.[2] En la misma línea de discusión Amar Sánchez también señala la decisión polémica que implica escribir no-ficción porque es un género que transgrede los cánones literarios convencionales. Lo que a veces genera incomodidad es la forma en que arriba los temas, los personajes que afloran, que quizás no son aquellas personalidades conocidas, es decir, que no “venden” por portación de nombre. Por ejemplo, podrían tener un papel protagónico en un relato documental los obreros de la fábrica, la mujer que tiene una perfumería o los chicos que hacen música. “La ruptura de jerarquías y entrecruzamiento de lo ‘alto’ con lo ‘bajo’ funcionan siempre provocativa-mente sobre todo sistema de valoración apegado a lo consagrado, lo cuestionan y lo destruyen.”[3]
Lo interesante del buen cronista es cómo puede acaparar la atención del lector a través de su escritura sobre alguna persona no conocida y sobre un tema que no sea catastrófico, sino extraído de lo cotidiano. El género testimonial es capaz de hacer hablar a los silenciados. Es la voz de los “mudos”, de los que no tienen lugar para hablar, sea por estar marginados o simplemente por formar parte del “común” de la sociedad; por no tener una actividad que sobresalga. Por ejemplo, en las Crónicas que Martín Caparrós y Rodolfo Walsh escriben sobre Misiones se puede observar cómo representan muy bien las conversaciones ya que respetan la expresión de los participantes. De esta manera no borran las huellas de los personajes, sino que las dejan y eso le imprime una fuerte marca que, lejos de ridiculizar, reconoce la diversidad de formas, pensamientos, tradiciones y costumbres.
Escribir no-ficción va más allá de hacer una obra literaria. Implica comprometerse con una causa, tomar una postura y estar preparado para abrir el campo, aceptar la realidad y transformarla. “Frecuentemente se ve al género como político porque se pone el acento en ‘el tema’, en la condición de ‘relato de denuncia’ que prima en la mayoría”.[4] Rodolfo Walsh, en Operación Masacre toma una postura, que es el eje de todo el relato, y es desde donde habla, donde se para. Del mismo modo le da la voz a los olvidados y resalta el hecho que había sido dejado de lado, aunque tendría que haber sido trascendente.
En una nota que María Moreno escribió para la revista Radar del diario Página/12 cita a Martín Caparrós que dice “También me interesa de la crónica su forma de descentrar la mirada periodística. El periodismo habitual mira hacia el poder. Para salir en las noticias, si no sos rico o famoso o rico y famoso o tetona o futbolista, la única opción es la catástrofe: distintas formas de la muerte. En cambio, la crónica trata de mirar hacia el resto del mundo, y eso es un gesto muy político.”[5] Lo que dice este escritor da cuenta del alma y fundamento de la crónica, de su acción democratizadora, capaz de colocar en el tapete al ciudadano común y corriente, al niño que va a la escuela, a la ama de casa, al docente, al pequeño artista, al obrero, como también a los que siempre son alcanzado por el periodismo “objetivo”.
La no ficción interpela al lector, lo hace participar activamente, lo envuelve, lo trasporta, “cuestiona permanentemente todo intento de lectura consumista”.[6] Desde este punto de vista, el género testimonial también democratiza debido a que hace partícipe a quien lee de su construcción como relato, para su posterior interpretación. Es decir, el lector obtiene el material y deberá participar activamente para decodificar lo que lee, puesto que no tiene todo servido, sino que se lo invita a reconstruir la historia, esa historia que puede ser la suya, o la del obrero que fabrica goma, la de los jóvenes artistas, la de la señora que tenía un comercio.... Todos pueden ser los protagonistas de una nota testimonial o los autores de la misma. El género testimonial es aquel que habla de la vida, que no espera la muerte de nadie para surgir. A su vez, la puerta de ingreso la puede traspasar cualquiera que tenga algo para contar. La atracción del relato más que en los personajes, está en la construcción, que también habilita la posibilidad de incorporar nuevas voces sin hacerle perder fuerza al texto. Por eso se puede afirmar que género de no-ficción democratiza, puede hablar de todos y para todos.
Bibliografía.
q Amar Sánchez, Ana María, El relato de los hechos, Beatriz Veterbo.
q Caparrós, Martín, Provincia de Misiones.
q Moreno, María, “Escritores crónicos”, Radar, Página/12, Buenos Aires, 07/08/2005.
q Walsh, Rodolfo, Operación Masacre, Buenos Aires, Ed. de la Flor, 2006, 30ª edición.
[1] Amar Sánchez, A.M., El relato de los hechos, Beatriz Veterbo, pp. 39-40
[2] Ibid. p. 23
[3] Ibid. p. 29
[4] Amar Sánchez, A.M., El relato de los hechos, Beatriz Veterbo, p. 38
[5] Moreno, M., “Escritores crónicos”, Radar, Página/12, Buenos Aires, 07/08/2005
[6] Amar Sánchez, A.M., El relato de los hechos, Beatriz Veterbo, p. 43