Moviéndose entre grietas
(Pocos autos quedan en el estacionamiento de la Universidad Nacional de Quilmes. Es un lunes frío de agosto y son más de las 22:30. Mi profesor de Derecho a la Información vive en La Plata como yo. Por eso le ofrecí llevarlo. Es un tipo joven. La clase estuvo bien. Le señalo mi auto.)
Eduardo Guzmán: es el 306 gris allá en el fondo.
Profesor: ok.
(Caminamos unos pasos. Abro el auto. Había dejado un cd en el asiento acompañante. El profesor lo toma.)
Profesor: ¡Él mató a un policía motorizado! ¡Qué buena banda! Hace poco estuve en España y fue la única banda de La Plata que llevé en mi mp4.
EG: ¡mirá vos! Los chicos son amigos míos. Bah, dos de los cuatro: el cantante y el baterista. Fueron conmigo al secundario. Suenan, ¿viste?
(Él mató a un policía motorizado es la banda de unos amigos. De un tiempo a esta parte les está yendo muy bien. Siempre que alguien me habla de ellos le cuento que son mis amigos. Cada vez que actúo de esa manera me siento tonto ¿que tiene que ver su buena música con que son mis amigos?)
Profesor: si, hace poco los llevamos a tocar al Media pila.
EG: ¿el Media pila? ¿Y vos qué tenés que ver?
(El festival Media pila es un festival organizado por FM Universidad y el grupo la Grieta. Se realiza esporádicamente. Tocan bandas y solistas del under. La última vez que fui tocó Rosario Bléfari. Estuvo encantadora.)
Profesor: soy del grupo La Grieta. Organizamos el Media pila con Radio Universidad.
EG: ah, ¿vos sos de los del Galpón? Hace poco fui ahí a ver a (Francisco) Bochatón. Estuvo muy bueno.
Profesor: me gustó mucho el último disco.
EG: lo tengo en la gaveta. Ahora lo pongo.
(Batería y guitarras distorsionadas. Otra vez. Batería, piano y una voz suave “encontré un montón de ruinas/ sobre el mar junto a las esquinas/ hacia el sol/ van dirigidos/ todos/ los pensamientos”[1])
---------------------------------------------------------------------
Una hora antes de entrevistarme con Esteban Rodríguez Alzueta decidí que iría caminando hasta su casa. Unas veinte cuadras separan su hogar del mío. Una diagonal, la 78, funciona como atajo. Atravesé dos plazas, un parque, cinco avenidas y dos edificios de la Facultad de Bellas Artes. Me crucé con amigos. Todo lo sentía vinculado a la entrevista aunque sin saber por qué.
A las cinco cero cero del lunes 31 de marzo, orgulloso de mi puntualidad inglesa, presiono el timbre “c” como quien sabe la respuesta a una pregunta de multiple choice. Al final del largo pasillo se encuentra Esteban vestido con una remera amarilla de Nirvana (esa de la carita con dos cruces por ojos y la lengua saliendo por un costado de la boca) y bermudas. No voy a describir su departamento. Me voy a quedar con dos detalles en los que mi mirada se detuvo una y otra vez a lo largo de mi visita: la biblioteca y la colección de CDs.
Si acudimos a la oferta académica [2] de la Licenciatura en Comunicación Social de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ), podemos enterarnos que Esteban Rodríguez Alzueta es Abogado y magíster en Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de La Plata. Es autor de unos cuantos libros y docente de distintas universidades. Participa de un organismo de Derechos Humanos, el CIAJ (Colectivo de Investigación y Acción jurídica) y es cofundador del grupo La Grieta. Se podría agregar que nació en Balcarce hace 36 años y que vive en La Plata hace casi 20.
La pregunta que se impone es acerca del carácter ecléctico esbozado en las líneas anteriores. “Soy como Frankestein, un cuerpo hecho con restos de otros cuerpos”, se ríe y luego reflexiona “¿Qué me lleva a tener que moverme por distintos andariveles? Es una pregunta con historia”. La historia empieza contarla con su llegada a La Plata para cursar sus estudios universitarios. Su vocación lo orientaba para el lado de la sociología, pero la carrera no existía en La Plata. La segunda opción fue estudiar para Abogado. Abandonó y se pasó a Filosofía, pero tuvo que volver por razones laborales: una pasantía rentada en el Instituto de Previsión Social que le exigía la regularidad en Derecho. Así, un día terminó la carrera. La cuenta pendiente que era sociología la saldó en la maestría. Paralelamente a este recorrido hay otro igual o más significativo, relacionado con la vida universitaria pero por fuera de la institución. Cuenta Rodríguez que “desde mucho antes, desde cuando era estudiante, con un grupo de amigos creamos el colectivo La Grieta. El colectivo no lo pensamos nunca como una agrupación estudiantil. Y no porque no creyéramos en las experiencias estudiantiles. Pero nos parecía que muchas veces las experiencias estudiantiles terminaban postergando discusiones”.
El Colectivo La Grieta fue fundado en el año 1992. Desde entonces ha tenido una intensa participación en el ámbito cultural platense. Hace un tiempo tiene su sede en el Galpón de encomiendas y equipajes del ex Ferrocarril Provincial en 18 y 71. Pero durante muchos años el grupo tuvo que itinerar sin lugar fijo. “Al comienzo, nos definíamos como una generación sin techo”. Rodríguez hace una pausa y prosigue: “sentíamos que había como un vacío institucional, que había una falta de lugares para encontrarse. Eso nos permitió que boyemos por distintos lugares. Nos juntábamos en un teatro, en un centro cultural, en el aula de una facultad, en un bar, en una radio. Íbamos haciendo las actividades en distintos lugares”. Estas actividades eran diversas: talleres de reflexión y discusión, recitales de poesía. Pero la actividad nodal era la revista. Su importancia radicaba en que “era un soporte que permitía contener distintos lenguajes. Era el formato para practicar la fuga. Permitía que distintos lenguajes que provenían de diferentes experiencias pudieran convivir tensamente en torno a un tema. No era una revista de ensayo, ni de literatura, ni de política, no era una revista de plástica, ni de diseño. Era una revista que tenía todo eso. Era una revista que atravesaba en diagonal, en honor a la ciudad, todos los temas. Daba la posibilidad de recorrerla transversalmente”. Sigue sobre la revista: “en esa época todos habíamos leído a Deleuze. De su lectura creíamos en esta idea de militar la indisciplina, desandaribelizarnos, de corrernos todo el tiempo de lugar”. La revista se estructuraba en torno a un tema que era leído y pensado desde diferentes ópticas “cada uno venía al grupo con sus propias lecturas lo que implicaba que también viniese con sus grupos de amigos, que eran muy distintos también. Entonces el debate era enriquecedor”.
---------------------------------------------------------------------
Jueves 3 de abril. Son las 15:24. Detengo mi auto en la esquina de 6 y 44. Quedé en encontrarme con Esteban para viajar juntos hasta la UNQ, donde a las 17:30 el dicta clases de Poder, Estado y Comunicación y yo curso con el profesor Casullo. Llega a la cita cargado de libros, películas y una mochila. Su voz, congestionada se debe al polvillo de la librería de viejos que visitó hace instantes. Me muestra las películas mientras espero que el señor del auto importado haga caso al semáforo verde y avance.
El año pasado, se inauguró la bajada de Bernal en la autopista La Plata- Buenos Aires. Ahora ir hasta la UNQ me toma una media hora o un poco más, según el tránsito. Es bárbaro: viajo rápido, cómodo, cálido en invierno y fresco en verano. Antes no iba tanto en auto. Lo único que extraño del tren es la posibilidad de leer mientras viajo. Lecturas de ese estilo fueron parte de la antesala de Estética Cruda[3]. Y de la génesis de ese libro me cuenta Esteban mientras a un promedio de cien kilómetros por hora nos acercamos a nuestro destino. Recuerda que solía viajar a Buenos Aires para dar clases unas tres o cuatro veces por semana. El tiempo era una clara limitación para sus lecturas y para su producción. Y de esa limitación hizo un nuevo punto de partida “se trataba entonces de pensar a la clase como una reflexión en voz alta. Las clases dejan de ser puestas en escenas, mera representación, para convertirse en un camino del pensar". Llevada esta idea a la escritura el programa era “imprimirle a nuestra limitaciones una estética. Llamé a esa forma de trabajo estética cruda y escribí el libro reflexionando sobre todo ello”. De esas clases recuerda que al no estar el recorrido prefijado muchas veces se le ocurrían cosas mientras daba clases y pedía a sus estudiantes que le permitieran un minuto para anotar la ocurrencia.
---------------------------------------------------------------------
Estoy sentado frente a la biblioteca de espalda a los cds. Me distraigo con Marilyn Monroe. Su rostro sonriente en la tapa de un libro está al lado de otro con Eva Duarte en su portada. Más tarde me distraeré con los libros sobre Bob Dylan, los Rolling Stones y otras bandas y otros solistas. Menciono mi distracción y él me cuenta que trabajó cinco años en una librería. Eso le permitió y le permite sacar varios libros al costo. Es una tradición entre los libreros. Me hubiera gustado trabajar en una librería y participar de la tradición.
La casa de Esteban queda a unas pocas cuadras del Galpón de La Grieta, en el barrio Meridiano V. El barrio recibió su nombre por la Estación Provincial del Ferrocarril que albergaba. Supo ser, en sus años de esplendor, centro comercial de la ciudad y atracción provincial. Con el tiempo el tren dejó de funcionar con regularidad hasta su desaparición hace unos treinta años. Desde hace un tiempo, el barrio se convirtió en una especie de San Telmo pequeño: casas recicladas convertidas en bares, calles empedradas y, fundamentalmente, una amplia oferta cultural. El barrio es también un tema de reflexión permanente de La Grieta. Rodríguez remarca que al barrio “lo vivimos siempre como problema. Uno tiende a agregarle sentidos pero que relacionados con las expectativas que tiene. El barrio es un dormitorio. Sobre todo para la clase media. El barrio no se vive. Por eso no se ven chicos jugando en la vereda. Cada vez son menos los viejos que sacan la silla los fines de semana y salen a conversar con los vecinos. El barrio es el lugar adonde se va a dormir. La gente tiende a parapetarse. Las casas se van enjaulando. Cuidado con el perro. Vecinos en alerta. Todo eso te va diciendo que el vecino se va atrincherando.”
Aunque la preocupación del grupo por el barrio estuvo siempre, puede decirse que tuvo diferentes momentos. La muestra ambulante[4], una de las principales actividades que realiza el grupo, ofrece una perspectiva interesante para observar estos momentos. La primera muestra se realizó en 1994. La segunda diez años después. En 2006 se realizó la tercera que fue seguida por la cuarta al año siguiente. La primera muestra cuenta Rodríguez que fue pensada “porque muchos de nosotros vivíamos en el barrio, era el barrio que conocíamos. Era donde íbamos a la panadería, a la verdulería. Pero, en realidad, no hubo una puesta en el barrio en sí mismo. Era más una discusión con el centro, con aquellos espacios referenciados para que el arte se exponga. Discusión con las galerías, con los museos, con la facultad de Bellas Artes. Queríamos pensar el arte desde la vida cotidiana, no a partir de la excepcionalidad que le proveen estos espacios”.
En 2004, ya en posesión del Galpón, la situación territorial era otra. Las intenciones del grupo se habían modificado. Para la segunda muestra Rodríguez reconoce que ya había un intento de reflexionar sobre el barrio. Diez años de neoliberalismo habían barrido con gran parte de los negocios de la zona. Esto motivó la búsqueda de nuevos espacios y esos espacios los encontraron en los garajes: “nos pareció que el vecino participe con el garaje no era algo invasivo. El garaje, que está entre lo público y lo privado, nosotros siempre lo definimos como una interfase. Porque es lo que podemos pispear de la vida del vecino; cuando uno guarda el auto o tira los cachivaches o los fines de semana hace los cumpleaños de los hijos, eso por un lado. Por otro lado el garaje nos interesa porque es el lugar de los oficios perdidos. Por eso en los garajes no hay una muestra de una obra consumada sino que procuramos que esté el artista haciendo la obra; si había un juguetero, que esté haciendo los juguetes, si había un luthier que esté haciendo los instrumentos, si había un titiritero que esté representando una obra. Esa era un poco la idea, por eso llegamos a los garajes.”
La muestra continuó con su evolución. El año pasado, en ocasión de la cuarta, un suceso acaecido en la tercera sirvió de disparador. Unos artistas estaban sacando unas fotos a los frentes de unas casas para hacer unas intervenciones y vecinos llamaron la policía. Estuvieron detenidos un día en la Comisaría novena. Entonces se pensó en “trabajar más el tema de la calle, el tema de la vereda. Que ocurrieran más cosas en la calle y en la vereda, es decir de qué otras cosas tiene que estar atento el vecino. Recrear esos espacios no sólo como un espacio de circulación, sino como un espacio de encuentro. Nuestra consigna en esta muestra ambulante fue Otra silla en la vereda, en apelación a la Aguafuerte de Arlt, La silla en la vereda. La silla en la vereda es el chusmerío, pero también es la pregunta por el vecino, la oportunidad para que los chicos jueguen en la calle. Nosotros vemos que no están los chicos jugando en la calle por que no están los viejos. Tu hijo no sale a jugar afuera porque no hay nadie mirando, cuidando, hablando: faltan técnicas colectivas de cuidado. Eso antes llegaba naturalmente porque la gente habitaba la calle. Nos interesaba recrear vínculos sociales, a partir de reabrir esos espacios públicos, como espacios de encuentro. Recrear esos lazos sociales que se fueron rompiendo con la historia Argentina que nos toco vivir.”
La charla va tocando a su fin. Hace calor para ser otoño. Decido que voy a ir al cine antes de volver a casa. Le preguntó qué colectivo me deja en el centro y dónde puedo tomarlo. Cuando llego al cine está por empezar La joven vida de Juno. En la sala no hay nadie, soy el único espectador. También, ¡con lo caro que está el cine!
[1] Francisco Bochatón. No volverás en Tic Tac. Avarecords, 2007, Buenos Aires, 2007.
[2] Disponible en la página web de la UNQ http://www.unq.edu.ar/
[3] Rodríguez Alzueta, Esteban. Estética cruda. Ediciones La Grieta, La Plata, 2003.
[4] La muestra ambulante consiste, someramente, en llevar el arte al barrio. A sus veredas, calles y garajes. Talleres, danza, plástica, música, literatura, teatro, cine, intervenciones, circo y juegos conviven durante unos quince días en las calles de Meridiano V.