sábado, 28 de junio de 2008

Crónica de Eduardo Guzmán

Barrio Tomado

Llegaron las noches de las sillas en la vereda; de las familias estanca­das en las puertas de sus casas; llegaron, las noches del amor sentimental de "buenas noches, vecina", el político e insinuante “¿cómo le va, don Pascual?". Y don Pascual sonríe y se atusa los "baffi", que bien sabe por qué el mocito le pregunta cómo le va. Llegaron las noches...

Roberto Arlt. Silla en la vereda.

“Permitido intervenir” dice una señal de tránsito. Una de esas con forma de rombo, fondo amarillo, contorno y letras negras. La leyenda se observa debajo de una “M” que genera cierta incertidumbre. A media cuadra, en el garaje de una casa estilo “chorizo” con ansias de ser remodelada, un joven guitarrista interpreta una obra de su autoría. Algo de tango, algo de jazz. Una señora con su bolsa de mandados cargada con lácteos y pan lactal se pierde en las notas de la guitarra. Más acá y más allá, en el barrio Meridiano V de la ciudad de La Plata, artistas de distintas disciplinas ofrecen su gracia de una manera no convencional. Es la IV Muestra Ambulante organizada por el Colectivo la Grieta.

- Nuestra consigna en esta muestra ambulante es Otra silla en la vereda, en apelación a la aguafuerte de Arlt, Silla en la vereda. La silla en la vereda es el chusmerío, pero también es la pregunta por el vecino, la oportunidad para que los chicos jueguen en la calle-. Esteban Rodríguez Alzueta es parte del colectivo La Grieta. Pelo ondulado y abundante, anteojos, bermudas y remera de nirvana. Continúa - nosotros vemos que no están los chicos jugando en la calle porque no están los viejos, porque no hay nadie mirando, cuidando, hablando: faltan técnicas colectivas de cuidado. Eso antes llegaba naturalmente porque la gente habitaba la calle. Nos interesa recrear vínculos sociales, a partir de reabrir esos espacios públicos, como espacios de encuentro. Recrear esos lazos sociales que se fueron rompiendo con la historia Argentina que nos toco vivir-.

En la carnicería de 17 entre 67 y 68, una vaca de cartón detrás de un nylon es un mapa de la provincia de Buenos Aires. Chaves está a la altura del costillar. Olavarría desdibuja la frontera entre el lomo alto y el solomillo. En la pared de la panadería de 18 entre 67 y 68, tres dibujos de facturas representan a la policía, a la iglesia y al ejército. Vigilante, bolas de fraile, cañón de dulce de leche. Más abajo el símbolo de los anarquistas pintado en fucsia. En una vitrina el motivo se repite en dos roscas de bizcocho. Un nicho de la Virgen de Luján en el hall de la ex Estacón Provincial fue modificado por Carolina de nueve años quien reemplazó la estatuilla por una muñeca de su producción.

Garajes abiertos. Talleres para grandes. Talleres para chicos. La gente se acerca. Teatro, cine, danza, música, plástica, literatura. Globos y barriletes. Rayuela, elástico y pelota. Las calles son testigo y los protagonistas se multiplican. El orden se subvierte. Permitido intervenir: el barrio está tomado.

***

- Por una muñeca me hice chiquitiiiin- Pablo Dacal y la orquesta de salón tocan en el Galpón de encomiendas y equipaje.

Una pareja baila en medio de la gente. Él es alto y desgarbado y abraza desde atrás, algo agachado, a una petisa con físico de gimnasta. Cuando termina la canción se sueltan un poco para aplaudir.

- Uh, ahí está Laura- Joaquín, amigo de la secundaria y compañero de recitales ve a su ex novia en la zona de la barra. Estudiante crónico de Derecho y violero autodidacta, se peleó con Laura hace unos cuantos veranos. Cada vez que la cruza a la noche, se va con ella. Cada vez que se va con ella, le duele la cabeza toda la semana.

- Muero de amor como al pasar pero tu voz… resiste las horas- Dacal y su guitarra se hacen cargo en soledad de este tema. La orquesta se relaja.

La petisa se da vuelta y canta mirando los ojos de su chico. Joaquín me pide la llave del auto para ir a buscar no sé qué y me pregunta si quiero un fernet. Pasan los minutos y no hay señales de él ni de mi trago. Me acerco a la barra, forcejeo amistosamente con dos chicas y pido un gin tonic. Al costado un flaco prende un porro. – ¡Juventud descarriada!- le comento a una de las chicas que me mira como si la hubiera insultado. Intuyo que el forcejeo no fue tan amistoso. Lo confirmo segundos más tarde cuando la otra, luego de conseguir su vaso de cerveza, apoya con fuerza su taco sobre mi pie izquierdo y no me pide perdón.

Después de varios temas con la orquesta, Dacal se corta de nuevo con su guitarra. Arpegios.

- Ahhhh- a la tercera nota, la que me pisó reconoce el tema. Pienso cómo la misma persona puede conmoverse con el tono intimista de “La era del sonido” y pisarme tan brutalmente. Voy a decirle algo, pero Dacal tiene razón y ya lo perdido es perdido. El recital termina y no hay señales de Joaquín. Al otro día me enteraré de lo obvio: Laura.

- A 1 y 54- le digo al taxista, aguantando el bostezo.

***

- Es tempera y acrílico – El artista plástico Sanpoggio me cuenta que esos son los materiales con los pintó la vidriera del bar Bronson en 17 y 69. Es una especie de franja que cruza todo el frente del local. Sillas, cubos, cabezas de pollitos y otros motivos.

Sanpoggio está sentado en el cordón de la vereda, comiendo un alfajor triple de chocolate. Bermuda cargo verde militar, remera blanca cruzada por una infinidad de rayitas azules a un dedo y medio de distancia entre ellas. La cerveza que uno de los chicos del bar nos alcanza está helada. Él no acepta el primer trago porque quiere terminar primero el alfajor. Es mi turno. Seguimos charlando.

- ¿Qué te parece la propuesta de la Muestra ambulante?– le pregunto.

- Es interesante. El trabajo artístico es generalmente asociado sólo a ámbitos específicos. La muestra ambulante propone su integración en un contexto social abierto en el que el barrio en sí se transforma. Una muestra donde arte, cooperación y trabajo se unen–. Su respuesta, pausada, remarca cada punto. Ahora sí toma la botella y la empina con destreza. En el transcurso de la charla alrededor de una decena de personas se detuvo frente a la vidriera del bar.

Muchas personas se detienen frente a la vidriera. Se destaca un hombre de unos sesenta años, bicicleta semicarrera, equipo deportivo, pantalón metido en las medias. Casi media hora de contemplación. Sanpoggio empieza a dudar de la profundidad de su obra y sospecha que el hombre está tomándose un respiro del pedaleo. Una chica se acerca. Rubia y bajita, jeans cortados a la altura de la rodilla. La novia de Sanpoggio. Beso en la boca. Presentación. Se llama Vanesa. Nuevo beso, esta vez más largo. Abrazo. Nuevo beso. Es el momento de irme. Me despido, con un “nos vemos” que se concretará el sábado siguiente en otro bar de la zona. Sanpoggio estará tomando una cerveza con un flaco de unos cuarenta años y pelo desprolijo. Max Cachimba.

***

- ¡Coooompre su rifa! ¡Coooompre su rifa! Este cordero que mi amigo el Ratón está asando para el número ganador- Un sulki tirado por un caballo cansado lleva al Ratón Losada y al gordo Juan Bruno por las calles de Meridiano V. Hombres del teatro under, un asador y un cordero. El olfato se apodera de mi sistema nervioso. Compró cinco números a dos pesos la unidad. El olfato se apodera del sistema nervioso de varios que ahora rodean al sulki y gritan números. De atrás se acerca Raúl para ayudar a los muchachos. Almacenero, 51 años, bigotes, calva incipiente. Jogging azul marino, remera blanca y zapatillas.

- ¡Veintidós, quiero el veintidós!- grita un pibe con la remera de Gimnasia.

- El locooo- responde Raúl.

- ¡El cincuenticuatro!- solicita una chica alta, embarazada de pocos meses.

- Mirá que es un cordero- bromea Raúl.

- ¡Para mí el cuarentisiete, viejo!- pide, Susana, su mujer.

- Me toco el izquierdo. Sos fúnebre, Su- le reprocha entre en serio y en broma el almacenero.

Los gritos se multiplican. El conocimiento de los números de la quiniela y los sueños de Raúl es total. Me acerco al gordo para preguntarle a qué hora van a hacer el sorteo.

- A eso de las diez. A esa hora más o menos va a estar listo-. El gordo es un personaje peculiar. Es actor y músico, tiene un programa de radio y milita en una agrupación barrial. Lo invito a tomar una cerveza al bar de la esquina. El Ratón y Raúl se encargan de las rifas. Con el gordo nos hicimos amigos a fuerza de asados y cumpleaños en lo de una amiga en común.

A las ocho de la noche ya casi no es de día, pero la inminencia del verano se materializa en la luz anaranjada del sol que se esconde. Muchos chicos juegan a la pelota, otros dibujan. Los menos miran a una estatua viviente.

- ¿No estás en ninguna obra de las que se presentan?- le pregunto. El año pasado junto a dos amigos realizaron una obra que se llamaba Argentina, tracción a sangre.

- No. Este año estoy con la radio. Ahora estamos con lo de cordero, pero después vamos a hacer la radio. Cargamos la pc, un pequeño grupo electrógeno y amplificadores. Hacemos la radio caminando. En realidad el sulki es para la radio. Lo usamos ahora para la rifa, pero la idea es hacer la radio ambulante-. El entusiasmo en la cara del gordo parece el de un nene al que le regalan su primera bicleta.

- ¿Alguna obra para recomendar?-.

- Si te digo te miento. No vi ninguna. Yo trataría de ver todas, hay mucha gente amiga que hace buenas cosas. Está el Cabe Mallo, el grupo del teatro aéreo. ¿Sabés qué va a estar muy bueno? Lo de la compañía El pingüinazo. Hacen teatro con objetos. Son de Rosario. Es alucinante.

Le pregunto por su novia, cómo anda. La cara se le transforma. Olvidó que tenía que encontrarse con ella hace media hora. A la semana siguiente me voy a cruzar con la radio ambulante y el gordo caminando detrás del coqueto sulki. Micrófono en mano me va a dedicar un tema de Soda Stereo, Persiana americana creo. Mientras un hombre de unos setenta años le preguntará si no tiene nada de Julio Argentino Sosa.

***

La muestra tuvo lugar entre fines de noviembre y principios de diciembre de 2007. Durante dos semanas, el barrio pintó su cara y vivió a un ritmo diferente. Lentamente las cosas fueron volviendo a su lugar, aunque probablemente ese lugar no sea el mismo. Para algunos la muestra fue la oportunidad de darse a conocer, para otros la posibilidad de conocer más a sus vecinos. Para los más chicos significó prolongar su estadía en la vereda. Para los más grandes reencontrarse con tiempos perdidos en la vorágine de la vida moderna. Para Joaquín fue el comienzo del fin con Laura, cuando conoció a la prima de la panadera.