La cuando la historia suena
El escenario
La transición de la oscuridad del túnel del subte a la luz de la tarde la vuelve impactante. Tiene casi dos hectáreas. Rodeada de edificios, formando una especie de cajón. El río adelante, el sol cae a mi espalda. A unos veinte metros una pareja de turistas señala esto y lo otro, por su aspecto nórdico podrían ser alemanes o suecos, tal vez suizos. Les llama la atención las palomas que sobrevuelan la plaza en busca de alguien que las alimente. Dos policías recorren el rectángulo en un eterno ir y venir, entretenidos con sus teléfonos celulares. La tarde del sábado entre las sombras de los edificios.
Al recorrer Plaza de Mayo sin multitudes tengo la sensación de estar en un viejo teatro vacío, donde por un lado tengo la libertad de ir de un lado a otro sin interrupciones, pero también siento que estoy rodeado de historias. Me basta con cerrar los ojos y los murmullos parecen surgir de entre las baldosas: aparece el bombo rítmico y las cacerolas caóticas, resuenan el bombardeo libertador, la voz de ese general borracho diciendo que vamos a dar pelea, se escuchan los pasos de fuego de esas “locas”, que en un triste carrusel pedían saber por el fruto de sus entrañas.
La plaza, el centro de una ciudad y el epicentro de nuestra historia, no es de nadie y es de todos. Aquí se vivió la Revolución de Mayo, nació el peronismo, renuncio Eva, gritamos “se va acabar, se va acabar”, nos dijeron que la casa estaba en orden. La Plaza tiene imágenes, pero tiene sonidos también, y brotan como una música ecléctica, reflejo tal vez de nuestra propia historia ecléctica. Martín Liut, músico, compositor y artista transformador acepto el desafío de escribirla.
El Artista
¿Cómo surgió lo de la Plaza? –Martín, sentado en su sillón, mate en mano busca responder nuevamente esta pregunta hecha ya mil veces.
–– Lo de la Plaza de Mayo se me ocurrió porque yo trabajaba de periodista, sino no se me hubiera ocurrido. Tampoco se le hubiera ocurrido a alguien que fuera solamente periodista. Otra cosa también es que la plaza suena de una manera especial.
Martín Liut es originario de Villa Luro, su mundo se organizaba alrededor de la Avenida Rivadavia, “dividía al mundo entre lo conocido y lo exterior”, dice nostálgico. Allí creció y vivió hasta que sus intereses académicos y musicales lo levaron hasta La Plata, donde estudió Composición en Facultad de Bellas Artes, egresó como Profesor de Armonía y Contrapunto. Hoy, es docente-investigador de las Universidades Nacionales de la Plata y Quilmes.
Esas cosas azarosas de la vida, más relacionadas con lo salarial que con la vocación, lo llevaron a ser periodista, primero en revistas especializadas y luego en La Nación durante ocho años, “fue en un momento bastante extraño, porque a mí me llaman para que sea periodista especializado de música contemporánea, o sea que es un diario conservador, trae gente para hablar de disciplinas de vanguardia”. Hoy el periodismo está en stand by. El arte sonoro ocupa sus pensamientos.
Para los que fuimos alumnos y hasta trabajamos con él conocemos su búsqueda e interés por devolverle el aura a las cosas, rescatar las posibilidades artísticas de los lugares cotidianos, así lo hizo al utilizar el Puente de la Mujer ubicado en Puerto madero como un gran arpa. Y lo mismo hizo con la obra-documental “Los sonidos de la Plaza”
––La idea se me ocurrió a principios del 2001 atravesando la plaza los sábados a la tarde yendo a trabajar. Los sábados a la tarde no hay nadie en la plaza, está completamente vacía no había nadie en la plaza hacía años: Menem la había vaciado de sentido y curiosamente es el último que habló en el balcón. Pero hacía diez años que la Plaza había perdido su sentido histórico. Me acuerdo puntualmente lo que pasó: un día a un colectivo se le explotó un caño de escape y me impactó los ecos y rebotes que se produjeron, hay que tener en cuenta que es un lugar que tiene dos cuadras de largo, un lugar muy cerrado, encajonado.
El sol de mayo en franca disputa con las sobras de los edificio toma control de la mitad de la plaza. Sus rayos iluminan, dan un brillo impensable a la Casa Rosada. Muy pocos sabemos que su color particular se debe a la mezcla de cal y sangre de cerdo, utilizada par impermeabilizar el antiguo fuerte que hoy es la sede de nuestros gobernantes. Sangre y gobernantes, paradojas de la vida. Pero lo más llamativo, es ese balcón vacío donde el reflejo del sol rebota en el vidrio de su ventana. Las cortinas blancas que cubren su ventana sugieren. Es como un altar de una iglesia donde nuestros líderes-sacerdotes establecían una comunión con el pueblo en populosas misas. El líder y el balcón, el balcón y la plaza, la plaza y la historia, binomios característicos de nuestra historia.
Martín, sumido en su sillón, continúa.
––¿Cómo habrá sonado esta plaza cuando estaba llena, cuando estuvo Perón, en la década de 1970, con el bombardeo? De ahí la idea. Me pareció tan obvia, que pensé por qué no se le había ocurrido a nadie. Para mí hay dos razones, tendría que demostrarlas, pero me suenan de sentido común: una, por que en el campo de la música trabajar con ese tipo de materiales: ¿con la voz de Perón? ¿Con la voz de Galtieri?, no la música se tiene que mantener afuera, ser más abstracta. Y la otra, es que la plaza estaba vacía: esa obra no se podía hacer en la década de 1970 cuando estaba llena, cuando había acción política. ¿Te imaginas hacer esto en el ’74, cuando los sindicalistas y los monto estaban peleándose por la Plaza?
No, la verdad es que no me lo imagino. Me resulta tan complicado como imaginármela vacía, sin un líder agitando masas y sin que ellas le respondan aquí están, estos son los soldados de Perón.
La obra
Llevamos casi media hora de entrevista, Martín va cambiando la yerba del mate, mientras reflexiona con aire de investigador social.
––La plaza, en los países latinoamericanos como en la Argentina, es el epicentro de la vida política, uno puede contar toda la historia desde ahí. La plaza es compleja, en ese sentido el mérito de esta cosa polifónica es que a veces genera confusión, pero en este caso tiene que ver con que la Plaza, nuestra historia es así.
Hagamos un ejercicio de imaginación: sábado, tres de la tarde de un frío mes de junio, la plaza tiene una concurrencia mayor de lo común, no están allí por algún acto partidario y ni vienen a protestar por nada. De repente, un paisaje sonoro se nos abre ante nosotros, brotan voces, cantitos sobre revolución y la patria socialista, gritos, bombos que ingresan que marcan un acompañamiento para la voz del líder, enfrentados a las cacerolas libertarias y caóticas. Un avión surca el cielo descargando sus bombas en la punta de la plaza, alaridos de dolor y bronca. Durante una hora realizamos un viaje sonoro por nuestra historia, imágenes que vimos una y otra vez se representan en nuestra mente. La voz de líder-sacerdote gritándoles a unos imberbes que no comprenden, ellos le responden “comprendido mi general, el pueblo se retira a luchar”, celulares, disparos y un helicóptero que se marcha, las columnas se desconcentran. La obra concluye, otra vez el silencio.
–– ¿En qué consiste la obra? se repregunta Martín, como un niño al que todos los domingos las abuelas le piden que cuente lo que hizo esa semana en la escuela – En el medio de la Plaza de Mayo, donde las madres hacían las rondas, en ese círculo alrededor de la pirámide, montamos un sistema de sonidos surround, como los del cine. Entonces si vos estás en la zona central vas a vivir una experiencia de inmersión sonora, estás adentro de una construcción sonora, en la cual repasamos los hechos ocurridos en ese lugar, entre el 17 de octubre 1945 y el 20 de diciembre de 2001.
Sin pantallas, sin imágenes, los parlantes hacen las veces de proyectores de recuerdos.
– La imagen documentada se tiene que proyectar sobre una pantalla, eso está afuera tuyo, está enfrente. El sonido es ubicuo, te permite rodearte. De hecho lo que reconstruimos no sólo es la voz del líder, sino que te permite escuchar la voz masa y, si no hay líder hay masa, como en los cacerolazos. Esa situación de inmersión tiene la capacidad de apelación a tu memoria muchísimo más impactante que la imagen, que es más analítica y que a su vez está más gastada: uno a la imagen la vio millones de veces, la vio por afuera. En cambio, al anular el principio de la imagen y dejar sólo el sonido hay una conexión directa con tu propia relación con esa historia y, a su vez, con el espacio acústico. La idea de la obra fue esa, escuchar de nuevo en la plaza lo que se genero ahí, hacer que esos sonidos que se originaron y documentados ahí recuperen su aura. Aura en términos benjaminianos, que se perdía gracias a la reproducción mecánica.
El público va y viene por la Plaza, buscando reconstruir imágenes auditivas, algunos se emocionan, otros increpan a los autores por su recorte histórico.
–No queríamos ser dogmáticos, aportar solamente una idea. Que fue lo más difícil. Obviamente hay una lectura. En la Plaza misma venía gente y decía “acá están diciendo cosas con la que yo no estoy de acuerdo”, se generaba un debate que estaba bueno, pero que a su vez te muestran cuáles son las dificultades de este arte cuando se cruza con la política, como evitar el panfleto, como no ser naif. Entre el panfleto y lo naif hay un mundo que es muy nuevo para mí, que uno imagina como idea.
Riesgos del oficio.
–– En ese punto es casi un merito de la obra, gente que como siempre en la Plaza escucha lo que quiere y como teníamos muchos parlantes había a veces multiplicidad de discursos de gente que decía cosas distintas a la vez y uno podía quedarse con una cosa y aferrarse a eso a pesar de que le parezca un disparate, pero aferrarse al fin. En ese sentido una cosa que tiene este tipo de obras es que no son unívocas en su lectura y que, como ocurre en la Plaza no hay forma de agarrarlas en su totalidad. En la sala de concierto vos ves al pianista. Había gente que le angustiaba esto, que se quejaba de “que yo no pude escuchar todo, que había cosas que se escuchaban en otro parlante y yo no entendía”, bueno esa sensación de angustia tiene que ver con la comprensión de la realidad.
Nuestra Independencia fue declarada en 1816 en una ciudad del interior ubicada a 1.200 kilómetros de Plaza de Mayo, sin embargo ésta fue testigo de gran parte de los acontecimientos históricos de nuestro país, o por lo menos de los últimos setenta años. Este rectángulo de nuestra historia es el resultado de la unión de la Plaza Mayor, fundada por Juan de Garay en 1581, luego llamada del Fuerte y la Plaza de la Victoria, después de la demolición de una construcción llamada Recova Vieja. Su diseño no se presenta diferente de cualquier plaza del interior o Latinoamérica misma. En 1573 Felipe II promulgó las Ordenanzas de Descubrimiento y Población donde establecía cómo debían ser las ciudades, calles y plazas americanas. La Plaza Mayor debía “ser rectangular con un largo de una vez y media su ancho”. Alrededor se encuentra, como toda otra plaza central, la iglesia (la Catedral), el fuerte (hoy la Casa Rosada) el banco (el Banco Central), el Cabildo y otros edificios estatales.
Como el caballo blanco de San Martín, el sol de mayo tampoco existió, nuestro comienzo fue en un día gris, lluvioso. Y no se trató de romper las cadenas del imperialismo, sino que juramos lealtad al Rey.
Cuando preparaba esta nota, por esas cosas de utilizar buscador y navegar por Internet, encontré algo que en España se llama Sociosonido o Antropología sonora, una disciplina que estudia la política o las relaciones sociales a partir de lo que suena. Martín mismo me habla de ella, incluso cuenta que se han contactado con él por su obra.
––Lo que descubrí es que a través del estudio de los archivos sonoros se entiende la política: la ocupación de la plaza peronista está regida por un pulso, el del bombo. El pulso organiza, estructura, todos van al pulso, eso quiere decir que hay una estructura jerárquica. La cacerola es la declamación de la libertad, el liberalismo: cada uno tiene su cacerola, pero ¿cómo suena una multiplicidad de cacerolas? Suena caótico. Entre un punto y otro está la situación ideal, porque uno diría que el pulso estricto puede ser asfixiante, la idea del líder, y que en la construcción de la obra teníamos que hacer eso, la idea del líder y la masa, la cacerola es caótica es liberadora, pero a su vez da la sensación de la falta de organización colectiva, que es muy propia de la clase media urbana.
Desde la pirámide el balcón-altar se vuelve más fascinante, más vacío, más atemorizante. Alfonsín, asumió en el Cabildo, como queriendo escaparle a ese púlpito que seguía ocupado por el fantasma del mayor los sacerdotes de la Plaza, y también estaba latente el recuerdo del fanático del whisky que nos llevó a una guerra sin sentido. Incluso los Kirschner, con su intento de recuperación simbólica de los `70 no lo utilizan. Ellos hablan dándole la espalda, mezclándose con la gente, tal vez en un intento de mantener un vínculo con el pasado, con la “militancia” de la Plaza.
¿Cómo sonaría este lugar hoy?
––En la Plaza del kirchnerismo, afirma Martín, se nota el cinismo de la gente que va no por convicción política, sino por necesidad. Tengo grabaciones en las que escuchás que están hablando y la gente no lo oye. En cambio, Perón hablaba y no volaba una mosca, no digo que sea ni malo ni bueno, por ahí en un punto se podría decir a Perón la gente le creía a ciegas y esta gente no le cree nada, van por el pancho y la coca.
Ya casi se va terminando el agua del tercer termo, la noche cae sobre San Telmo, casi como corolario de la entrevista, Martín, con mezcla de orgullo y resignación, reflexiona sobre su obra.
––No vamos a contar con otro trabajo que tenga tal intensidad, no hay otro lugar que sea tan colectivamente intenso como la Plaza de Mayo. Pensamos hacer algo en la plaza de los dos Congresos o en el Obelisco que también tienen cargas históricas fuertes, pero al lado de la Plaza de Mayo no va a haber nada.
La brisa del anochecer me indica que es hora de retirarme, las luces artificiales de los faroles de la Plaza empiezan a darle un melancólico color. Las campanas de la catedral marcan las 7 de la tarde. Ya no quedan turistas ni palomas, en cambio aparecen esos que también son parte de esta historia nuestra, algunos buscando latas o botellas dentro de lo tachos de basura, otros simplemente un banco para poder pasar la noche, que promete no ser tan fría.
Emprendo la vuelta, aunque me resulta raro volver solo, sin la muchedumbre desconcentrándose, sin sirenas, sin comentarios. La Plaza está orden.
El escenario
La transición de la oscuridad del túnel del subte a la luz de la tarde la vuelve impactante. Tiene casi dos hectáreas. Rodeada de edificios, formando una especie de cajón. El río adelante, el sol cae a mi espalda. A unos veinte metros una pareja de turistas señala esto y lo otro, por su aspecto nórdico podrían ser alemanes o suecos, tal vez suizos. Les llama la atención las palomas que sobrevuelan la plaza en busca de alguien que las alimente. Dos policías recorren el rectángulo en un eterno ir y venir, entretenidos con sus teléfonos celulares. La tarde del sábado entre las sombras de los edificios.
Al recorrer Plaza de Mayo sin multitudes tengo la sensación de estar en un viejo teatro vacío, donde por un lado tengo la libertad de ir de un lado a otro sin interrupciones, pero también siento que estoy rodeado de historias. Me basta con cerrar los ojos y los murmullos parecen surgir de entre las baldosas: aparece el bombo rítmico y las cacerolas caóticas, resuenan el bombardeo libertador, la voz de ese general borracho diciendo que vamos a dar pelea, se escuchan los pasos de fuego de esas “locas”, que en un triste carrusel pedían saber por el fruto de sus entrañas.
La plaza, el centro de una ciudad y el epicentro de nuestra historia, no es de nadie y es de todos. Aquí se vivió la Revolución de Mayo, nació el peronismo, renuncio Eva, gritamos “se va acabar, se va acabar”, nos dijeron que la casa estaba en orden. La Plaza tiene imágenes, pero tiene sonidos también, y brotan como una música ecléctica, reflejo tal vez de nuestra propia historia ecléctica. Martín Liut, músico, compositor y artista transformador acepto el desafío de escribirla.
El Artista
¿Cómo surgió lo de la Plaza? –Martín, sentado en su sillón, mate en mano busca responder nuevamente esta pregunta hecha ya mil veces.
–– Lo de la Plaza de Mayo se me ocurrió porque yo trabajaba de periodista, sino no se me hubiera ocurrido. Tampoco se le hubiera ocurrido a alguien que fuera solamente periodista. Otra cosa también es que la plaza suena de una manera especial.
Martín Liut es originario de Villa Luro, su mundo se organizaba alrededor de la Avenida Rivadavia, “dividía al mundo entre lo conocido y lo exterior”, dice nostálgico. Allí creció y vivió hasta que sus intereses académicos y musicales lo levaron hasta La Plata, donde estudió Composición en Facultad de Bellas Artes, egresó como Profesor de Armonía y Contrapunto. Hoy, es docente-investigador de las Universidades Nacionales de la Plata y Quilmes.
Esas cosas azarosas de la vida, más relacionadas con lo salarial que con la vocación, lo llevaron a ser periodista, primero en revistas especializadas y luego en La Nación durante ocho años, “fue en un momento bastante extraño, porque a mí me llaman para que sea periodista especializado de música contemporánea, o sea que es un diario conservador, trae gente para hablar de disciplinas de vanguardia”. Hoy el periodismo está en stand by. El arte sonoro ocupa sus pensamientos.
Para los que fuimos alumnos y hasta trabajamos con él conocemos su búsqueda e interés por devolverle el aura a las cosas, rescatar las posibilidades artísticas de los lugares cotidianos, así lo hizo al utilizar el Puente de la Mujer ubicado en Puerto madero como un gran arpa. Y lo mismo hizo con la obra-documental “Los sonidos de la Plaza”
––La idea se me ocurrió a principios del 2001 atravesando la plaza los sábados a la tarde yendo a trabajar. Los sábados a la tarde no hay nadie en la plaza, está completamente vacía no había nadie en la plaza hacía años: Menem la había vaciado de sentido y curiosamente es el último que habló en el balcón. Pero hacía diez años que la Plaza había perdido su sentido histórico. Me acuerdo puntualmente lo que pasó: un día a un colectivo se le explotó un caño de escape y me impactó los ecos y rebotes que se produjeron, hay que tener en cuenta que es un lugar que tiene dos cuadras de largo, un lugar muy cerrado, encajonado.
El sol de mayo en franca disputa con las sobras de los edificio toma control de la mitad de la plaza. Sus rayos iluminan, dan un brillo impensable a la Casa Rosada. Muy pocos sabemos que su color particular se debe a la mezcla de cal y sangre de cerdo, utilizada par impermeabilizar el antiguo fuerte que hoy es la sede de nuestros gobernantes. Sangre y gobernantes, paradojas de la vida. Pero lo más llamativo, es ese balcón vacío donde el reflejo del sol rebota en el vidrio de su ventana. Las cortinas blancas que cubren su ventana sugieren. Es como un altar de una iglesia donde nuestros líderes-sacerdotes establecían una comunión con el pueblo en populosas misas. El líder y el balcón, el balcón y la plaza, la plaza y la historia, binomios característicos de nuestra historia.
Martín, sumido en su sillón, continúa.
––¿Cómo habrá sonado esta plaza cuando estaba llena, cuando estuvo Perón, en la década de 1970, con el bombardeo? De ahí la idea. Me pareció tan obvia, que pensé por qué no se le había ocurrido a nadie. Para mí hay dos razones, tendría que demostrarlas, pero me suenan de sentido común: una, por que en el campo de la música trabajar con ese tipo de materiales: ¿con la voz de Perón? ¿Con la voz de Galtieri?, no la música se tiene que mantener afuera, ser más abstracta. Y la otra, es que la plaza estaba vacía: esa obra no se podía hacer en la década de 1970 cuando estaba llena, cuando había acción política. ¿Te imaginas hacer esto en el ’74, cuando los sindicalistas y los monto estaban peleándose por la Plaza?
No, la verdad es que no me lo imagino. Me resulta tan complicado como imaginármela vacía, sin un líder agitando masas y sin que ellas le respondan aquí están, estos son los soldados de Perón.
La obra
Llevamos casi media hora de entrevista, Martín va cambiando la yerba del mate, mientras reflexiona con aire de investigador social.
––La plaza, en los países latinoamericanos como en la Argentina, es el epicentro de la vida política, uno puede contar toda la historia desde ahí. La plaza es compleja, en ese sentido el mérito de esta cosa polifónica es que a veces genera confusión, pero en este caso tiene que ver con que la Plaza, nuestra historia es así.
Hagamos un ejercicio de imaginación: sábado, tres de la tarde de un frío mes de junio, la plaza tiene una concurrencia mayor de lo común, no están allí por algún acto partidario y ni vienen a protestar por nada. De repente, un paisaje sonoro se nos abre ante nosotros, brotan voces, cantitos sobre revolución y la patria socialista, gritos, bombos que ingresan que marcan un acompañamiento para la voz del líder, enfrentados a las cacerolas libertarias y caóticas. Un avión surca el cielo descargando sus bombas en la punta de la plaza, alaridos de dolor y bronca. Durante una hora realizamos un viaje sonoro por nuestra historia, imágenes que vimos una y otra vez se representan en nuestra mente. La voz de líder-sacerdote gritándoles a unos imberbes que no comprenden, ellos le responden “comprendido mi general, el pueblo se retira a luchar”, celulares, disparos y un helicóptero que se marcha, las columnas se desconcentran. La obra concluye, otra vez el silencio.
–– ¿En qué consiste la obra? se repregunta Martín, como un niño al que todos los domingos las abuelas le piden que cuente lo que hizo esa semana en la escuela – En el medio de la Plaza de Mayo, donde las madres hacían las rondas, en ese círculo alrededor de la pirámide, montamos un sistema de sonidos surround, como los del cine. Entonces si vos estás en la zona central vas a vivir una experiencia de inmersión sonora, estás adentro de una construcción sonora, en la cual repasamos los hechos ocurridos en ese lugar, entre el 17 de octubre 1945 y el 20 de diciembre de 2001.
Sin pantallas, sin imágenes, los parlantes hacen las veces de proyectores de recuerdos.
– La imagen documentada se tiene que proyectar sobre una pantalla, eso está afuera tuyo, está enfrente. El sonido es ubicuo, te permite rodearte. De hecho lo que reconstruimos no sólo es la voz del líder, sino que te permite escuchar la voz masa y, si no hay líder hay masa, como en los cacerolazos. Esa situación de inmersión tiene la capacidad de apelación a tu memoria muchísimo más impactante que la imagen, que es más analítica y que a su vez está más gastada: uno a la imagen la vio millones de veces, la vio por afuera. En cambio, al anular el principio de la imagen y dejar sólo el sonido hay una conexión directa con tu propia relación con esa historia y, a su vez, con el espacio acústico. La idea de la obra fue esa, escuchar de nuevo en la plaza lo que se genero ahí, hacer que esos sonidos que se originaron y documentados ahí recuperen su aura. Aura en términos benjaminianos, que se perdía gracias a la reproducción mecánica.
El público va y viene por la Plaza, buscando reconstruir imágenes auditivas, algunos se emocionan, otros increpan a los autores por su recorte histórico.
–No queríamos ser dogmáticos, aportar solamente una idea. Que fue lo más difícil. Obviamente hay una lectura. En la Plaza misma venía gente y decía “acá están diciendo cosas con la que yo no estoy de acuerdo”, se generaba un debate que estaba bueno, pero que a su vez te muestran cuáles son las dificultades de este arte cuando se cruza con la política, como evitar el panfleto, como no ser naif. Entre el panfleto y lo naif hay un mundo que es muy nuevo para mí, que uno imagina como idea.
Riesgos del oficio.
–– En ese punto es casi un merito de la obra, gente que como siempre en la Plaza escucha lo que quiere y como teníamos muchos parlantes había a veces multiplicidad de discursos de gente que decía cosas distintas a la vez y uno podía quedarse con una cosa y aferrarse a eso a pesar de que le parezca un disparate, pero aferrarse al fin. En ese sentido una cosa que tiene este tipo de obras es que no son unívocas en su lectura y que, como ocurre en la Plaza no hay forma de agarrarlas en su totalidad. En la sala de concierto vos ves al pianista. Había gente que le angustiaba esto, que se quejaba de “que yo no pude escuchar todo, que había cosas que se escuchaban en otro parlante y yo no entendía”, bueno esa sensación de angustia tiene que ver con la comprensión de la realidad.
Nuestra Independencia fue declarada en 1816 en una ciudad del interior ubicada a 1.200 kilómetros de Plaza de Mayo, sin embargo ésta fue testigo de gran parte de los acontecimientos históricos de nuestro país, o por lo menos de los últimos setenta años. Este rectángulo de nuestra historia es el resultado de la unión de la Plaza Mayor, fundada por Juan de Garay en 1581, luego llamada del Fuerte y la Plaza de la Victoria, después de la demolición de una construcción llamada Recova Vieja. Su diseño no se presenta diferente de cualquier plaza del interior o Latinoamérica misma. En 1573 Felipe II promulgó las Ordenanzas de Descubrimiento y Población donde establecía cómo debían ser las ciudades, calles y plazas americanas. La Plaza Mayor debía “ser rectangular con un largo de una vez y media su ancho”. Alrededor se encuentra, como toda otra plaza central, la iglesia (la Catedral), el fuerte (hoy la Casa Rosada) el banco (el Banco Central), el Cabildo y otros edificios estatales.
Como el caballo blanco de San Martín, el sol de mayo tampoco existió, nuestro comienzo fue en un día gris, lluvioso. Y no se trató de romper las cadenas del imperialismo, sino que juramos lealtad al Rey.
Cuando preparaba esta nota, por esas cosas de utilizar buscador y navegar por Internet, encontré algo que en España se llama Sociosonido o Antropología sonora, una disciplina que estudia la política o las relaciones sociales a partir de lo que suena. Martín mismo me habla de ella, incluso cuenta que se han contactado con él por su obra.
––Lo que descubrí es que a través del estudio de los archivos sonoros se entiende la política: la ocupación de la plaza peronista está regida por un pulso, el del bombo. El pulso organiza, estructura, todos van al pulso, eso quiere decir que hay una estructura jerárquica. La cacerola es la declamación de la libertad, el liberalismo: cada uno tiene su cacerola, pero ¿cómo suena una multiplicidad de cacerolas? Suena caótico. Entre un punto y otro está la situación ideal, porque uno diría que el pulso estricto puede ser asfixiante, la idea del líder, y que en la construcción de la obra teníamos que hacer eso, la idea del líder y la masa, la cacerola es caótica es liberadora, pero a su vez da la sensación de la falta de organización colectiva, que es muy propia de la clase media urbana.
Desde la pirámide el balcón-altar se vuelve más fascinante, más vacío, más atemorizante. Alfonsín, asumió en el Cabildo, como queriendo escaparle a ese púlpito que seguía ocupado por el fantasma del mayor los sacerdotes de la Plaza, y también estaba latente el recuerdo del fanático del whisky que nos llevó a una guerra sin sentido. Incluso los Kirschner, con su intento de recuperación simbólica de los `70 no lo utilizan. Ellos hablan dándole la espalda, mezclándose con la gente, tal vez en un intento de mantener un vínculo con el pasado, con la “militancia” de la Plaza.
¿Cómo sonaría este lugar hoy?
––En la Plaza del kirchnerismo, afirma Martín, se nota el cinismo de la gente que va no por convicción política, sino por necesidad. Tengo grabaciones en las que escuchás que están hablando y la gente no lo oye. En cambio, Perón hablaba y no volaba una mosca, no digo que sea ni malo ni bueno, por ahí en un punto se podría decir a Perón la gente le creía a ciegas y esta gente no le cree nada, van por el pancho y la coca.
Ya casi se va terminando el agua del tercer termo, la noche cae sobre San Telmo, casi como corolario de la entrevista, Martín, con mezcla de orgullo y resignación, reflexiona sobre su obra.
––No vamos a contar con otro trabajo que tenga tal intensidad, no hay otro lugar que sea tan colectivamente intenso como la Plaza de Mayo. Pensamos hacer algo en la plaza de los dos Congresos o en el Obelisco que también tienen cargas históricas fuertes, pero al lado de la Plaza de Mayo no va a haber nada.
La brisa del anochecer me indica que es hora de retirarme, las luces artificiales de los faroles de la Plaza empiezan a darle un melancólico color. Las campanas de la catedral marcan las 7 de la tarde. Ya no quedan turistas ni palomas, en cambio aparecen esos que también son parte de esta historia nuestra, algunos buscando latas o botellas dentro de lo tachos de basura, otros simplemente un banco para poder pasar la noche, que promete no ser tan fría.
Emprendo la vuelta, aunque me resulta raro volver solo, sin la muchedumbre desconcentrándose, sin sirenas, sin comentarios. La Plaza está orden.