sábado, 28 de junio de 2008

Ensayo de Laura Díaz

Una cosa más

¡Qué gran invento la literatura! Ese mundo de fantasías que nos atrapa y nos introduce en un espacio nuevo lleno de cosas por descubrir. Leemos, interpretamos, imaginamos. Pero...¿sabemos realmente en qué estaba pensando el escritor cuando escribió esto? ¿sabemos qué era lo que quería transmitir?

No muchos autores nos hablan de ellos como escritores, pero aquellos que lo hacen nos permiten introducirnos, aunque sea un poquito, en el mundo de la escritura, en la cocina. Raymond Carver (1938-1988) es uno de ellos. Autor estadounidense, al que muchos denominan como el padre del “realismo sucio”, Carver dedicó su obra a los cuentos cortos y a los poemas. Pero sólo en la madurez escribir cuentos y poemas se convirtió en una elección propia. Hasta entonces, Carver confesaba que [1]“las circunstancias de mi vida con esos niños (sus hijos) dictaban otra cosa. Decían que si quería escribir algo, y terminarlo, e incluso que si quería sentir alguna satisfacción con una obra concluida, tenía que limitarme a cuentos y poemas.”

Para Carver [2]“las influencias son fuerzas – circunstancias, personalidades, irresistibles como la marea”. Si bien afirma no haber sido influido por ningún escritor, admite que sus hijos fueron la principal influencia en su vida y sus escritos. Y, como lectores, podemos notarlo a simple vista. Los relatos de situaciones de la vida cotidiana, conversaciones mundanas, personajes ordinarios, gente como uno, realidades como las propias se suceden en sus cuentos. Cualquiera de nosotros podríamos estar protagonizando esa historia, estar pronunciando esas palabras, pero ¿qué es lo que genera este efecto?

La vida de Carver no fue fácil. Criado en los Estados Unidos de posguerra, las dificultades económicas y los problemas de alcohol de su padre signaron su vida. Más adelante, cuando él mismo se convirtió en padre de familia, parecía que la historia volvería a repetirse. Con tan sólo veinte años ya estaba casado y tenía dos hijos. Las mudanzas, los disímiles trabajos, los hijos, la cotidianeidad, los sueños, los anhelos, los problemas con el alcohol marcaron su vida y, seguramente, también su obra.

A medida que avanzamos las páginas de sus cuentos no podemos evitar preguntarnos ¿será una historia autobiográfica? En una entrevista Craver afirmó "You are not your characters, but your characters are you (…)A lot of things come from experience, or sometimes from something I've heard, a line somewhere."[3]

En “La vida de mi padre” Carver nos narra, como su título indica, la vida de su padre. Allí nos cuenta que [4]“en una Nochebuena tuve la oportunidad de contarle que quería ser escritor (...) ‘De qué vas a escribir?’, quería saber. Después, como para ayudarme, dijo: ‘Escribe sobre cosas que sepas. Escribe sobre esas excursiones a pescar que hacíamos.’ Dije que lo haría, pero sabía que no sería así.” Sin embrago, en su cuento “Nadie decía nada”, Carver escribe sobre un joven que, con la excusa de estar enfermo, falta al colegio y, cuando su madre se va a trabajar, escapa de su casa para ir de pesca a aquel lugar adonde solía llevarlo su padre cuando era pequeño.

“Por supuesto, ninguno de mis cuentos sucedió –no estoy escribiendo una autobiografía- pero la mayor parte de ellos tienen un parecido, así sea leve, con ciertas ocurrencias o situaciones de la vida”, afirma Carver.

Para Raymond Carver [5]“cada gran escritor, incluso cada escritor muy bueno, rehace el mundo de acuerdo a sus especificaciones” y eso es, justamente, la firma de cada uno, lo que lo caracteriza y lo hace inconfundible. En Carver podemos encontrar sus señas particulares en sus personajes comunes, trabajadores, que viven cada día con la esperanza de que algo puede alterar la cotidianeidad como Bill y Arlene Miller de “Vecinos”. Sus espacios cotidianos, en los que nos sentamos día a día, como la habitación y la cocina de Earl y Doreen Ober en “No son tu marido”. Sus conversaciones ordinarias, temas que hemos abordado infinidad de veces como “De qué hablamos cuando hablamos de amor”. Su firma se estampa en cada uno de esos cuentos que nos identifican como gente, como gente común.

[6]“Está también el misterio ¿qué es lo que antes no estaba claro? ¿por qué sólo ahora ha comenzado a estar claro? ¿qué sucedió? Y sobre todo: ahora ¿qué? Hay consecuencias como resultados de esos súbitos despertares. Siento un agudo alivio y anticipación.” Los cuentos de Carver están llenos de misterios, permanentemente estamos esperando que algo suceda, descubrir qué es lo que está pasando, a dónde nos va a llevar el relato.

En “¿Por qué no bailáis?”, Carver comienza con la descripción exhaustiva de los muebles de una casa que, ahora, se encuentran en el jardín dispuestos de igual manera que en el interior. En ningún momento se hace referencia al por qué de semejante situación, nos deja hipotetizar. De igual forma lo hacen los protagonistas de ésta historia, los dos jóvenes. Ellos intuyen que se trata de una venta de garaje y actúan de acuerdo a esa convicción: prueban los muebles, eligen lo que quisieran llevar, estiman precios.

Cuando aparece el dueño de los muebles se deja entrever que no se trata de una venta de garaje, pero ¿de qué se trata? El comportamiento del hombre es extraño: los invita a beber whisky, a bailar, les vende los muebles a precios muy bajos, pero nada más allá de esto.

La escena termina abruptamente sin darnos respuestas. Se retoma la narración con el tiempo ya avanzado, cuando la joven relata lo sucedido. El relato lo hace en un tono despreciativo e irónico, sin embargo nos hace suponer que algo sucedió, que esa situación modificó en algo su vida, pero no podemos saber qué fue: [7]“Siguió hablando. Se lo contó a todo el mundo. Tenía muchos más detalles que contar, e intentaba que se hablara de ello largo y tendido. Al cabo de un rato dejó de intentarlo.”

“De qué hablamos cuando hablamos de amor” es el tema sobre el cual gira la conversación de dos parejas amigas que se reúnen a tomar una copa. En este caso, la temática se vuelve aún más interesante porque los participantes han conocido el amor y de distintas formas. El tópico es tan amplio como añejo, sin embargo nunca se ha podido hallar una respuesta que satisfaga a todos, la respuesta siempre termina siendo subjetiva. Lo mismo sucede en esta historia.

Carver introduce a los cuatro personajes a lo largo de la conversación, los va mechando, imponiéndolos como pausas en el relato. Lo mismo hace con las descripciones de los espacios.

Sobre el final, ya con algunas copas de más, pareciera que el tema los superó, que los tocó en lo más profundo de su ser y que los dejó tiesos, pero eso sólo lo podemos suponer.

Los finales son desconcertantes, nos hacen pensar que hay una parte del relato que nos perdimos, que nos está faltando o, simplemente, a la que no se hizo referencia y debemos imaginar. ¿Pero es esto realmente así? ¿Será que simplemente los lectores no podemos acostumbrarnos a que un relato sea sólo eso, un relato sin ningún fin ulterior? ¿o será que el objetivo de Carver es que nos planteemos estas preguntas?

[8]“ ’Nada de trucos’. Punto. Detesto los trucos. (...) Los trucos son en últimas aburridos, y yo me aburro fácilmente, lo que quizá tenga que ver con una escasa capacidad de atención (...) Los escritores no necesitan trucos ni artimañas, ni siquiera tienen que ser los chicos más inteligentes de la cuadra. A riesgo de parecer tonto, un escritor necesita tan sólo presenciar con la boca abierta esta cosa o la otra –un atardecer o un zapato viejo- en puro y absoluto asombro.”

Resulta llamativo, porque sus cuentos están llenos de trucos, en “¿Por qué no bailáis?” o en “De qué hablamos cuando hablamos de amor”, como en tantos otros, se recurre constantemente a ese truco de insinuar que algo está por ocurrir y, sin embargo, nada sucede. ¿Será que Carver no considera a esa estrategia de escritura un truco? ¿o formará parte del misterio?

Carver logra el efecto que le interesa plasmar en sus cuentos, [9]“es posible escribir un diálogo aparentemente inocuo y producir un escalofrío en la espina dorsal del lector.” Este efecto viene a sumarse al truco al cual referimos previamente: recorremos los diálogos aparentemente inocuos con un escalofrío en la espina dorsal que nos pone alerta a cualquier cosa que pueda llegar a suceder. Nos deja en claro que le agrada cuando [10]“hay algún sentimiento de riesgo o una atmósfera de amenaza.”

Pero es a través de estas artimañas que logra lo que, a fin de cuentas, es su cometido: ganar la atención del lector. En ningún momento sus palabras se tornan confusas o imprecisas, es decir que puede dejar de temer que [11]“los ojos del lector se deslizarán sobre ellas y no se logrará nada”.

No sabemos si después de leer lo que los autores dicen sobre su escritura sepamos en qué estaba pensando el autor al momento de escribir, pero, seguramente, ahora estamos un poco más cerca.


[1] Carver, Raymond. “Fuegos” en La vida de mi padre: cinco ensayos y una meditación. Grupo Editorial Norma, Bs As., 1995, pág 68.

[2] Ibidem, pág. 53

[3]“Tu no eres tus personajes, pero tus personajes son parte de ti (...) muchas cosas provienen de la experiencia, o a veces de algo que escuché, una frase en algún lugar.” Entrevista extraída de http://www.sophieswoods.com/carver.html

[4]Carver, Raymond. “La vida de mi padre” en La vida de mi padre: cinco ensayos y una meditación. Grupo Editorial Norma, Bs. As., 1995, pág. 27-28.

[5]Carver, Raymond. “Escribir” en La vida de mi padre: cinco ensayos y una meditación. Grupo Editorial Norma, Bs. As., 1995, pág. 38.

[6] Ibidem, pág. 39.

[7] Carver, Raymond. “¿Por qué no bailáis?” en De qué hablamos cuando hablamos de amor. Anagrama, Barcelona, 1996.

[8]Carver, Raymond. “Escribir” en La vida de mi padre: cinco ensayos y una meditación. Grupo Editorial Norma, Bs. As., 1995, pág 40.

[9] Ibidem, pág 42.

[10] Ibidem, pág 47.

[11] Ibidem, pág 44.