sábado, 13 de diciembre de 2008

Ensayo de Víctor Juárez

En torno al trabajo en la escritura

Víctor Juarez

“Pero si la influencia principal en mi vida y mi escritura ha sido negativa,

opresiva y a veces malévola, como creo es el caso, ¿qué debo hacer con ello?”

Raymond Carver – Fuegos[i]

Pienso que las condiciones ideales de escritura son difíciles de conseguir, las creo casi una utopía, esperar a que éstas se den en los últimos días del mes de noviembre fue un gran error. El calor, la familia, los trabajos prácticos grupales –otra gran utopía-, las preocupaciones por no conseguir un trabajo, o por conseguirlo, hacen que entienda perfectamente a Carver, cuando escribe en el ensayo “Fuegos” sobre las dificultades para encontrar el lugar y el momento adecuados.

El “oficio” de escribir, como lo llama Rodolfo Walsh deja abierta la polémica, tomar la escritura como un trabajo parece desvirtuar a primera vista los sentidos de la escritura como acto de inspiración, de comunicación, de expresividad, de creatividad, de libertad, etc. Pero pensar la escritura como un trabajo ¿obliga necesariamente a pensar negativamente?, ¿Es olvidar la inspiración?, en todo caso, ¿cómo poder trabajar escribiendo sin perder la esencia misma de la escritura?

A través de un cuento de Rodolfo Walsh este dilema se plantea. En “Nota la pie”[ii], León de Sanctis, el protagonista suicida del cuento, escapa a un trabajo forzado, a través del estudio de inglés y dedicándose a traducir textos para una editorial, “¿porqué estudié inglés y no taquigrafía, y no contabilidad? No sé, es el destino”. De Sanctis busca y logra torcer su destino como trabajador de una gomería, sus manos se volvieron más finas, suaves y limpias, se siente muy diferente a los obreros que detesta. Sin embargo al darse cuenta que su trabajo era igual o peor al que tenía anteriormente, que sólo existía a través de otros, no pudo soportarlo, “Ellos (los obreros) prestaban sus manos, yo alquilaba el alma”, “He vivido perpetuando en castellano el linaje esencial de los imbéciles, el cromosoma específico de la estupidez”. De Sanctis -el personaje de Walsh- es un trabajador alienado y un escritor al que su inspiración le ha sido censurada, y que sólo pudo hablar desde el suicidio.

Me siento identificado con éste personaje, entiendo su lógica.

Nací en una familia pobre que endiosaba a los dirigentes de la Unión Obrera Metalúrgica. Mi padre trabajó hasta que el desgaste de largas horas frente a un horno de fundición lo dejó ciego y en silla de ruedas.

Cuando lo echaron sin ninguna indemnización, no hubo plegarias que sus dioses escucharan.

A los trece años no quedó otra que empezar a trabajar en una vinería por las mañanas y todo el día los fines de semana. En esa situación, mi objetivo principal fue escapar a un destino que empezaba a asfixiarme, no quería seguir descargando camiones para proveer a un mundo de borrachos.

Y terminar como mi padre.

Me esforcé para terminar el secundario y fui cambiando de trabajos, algunos mejores, otros peores, casi todos mal pagos, hasta llegar a trabajar como oficinista en algunas empresas importantes, lo que para mí fue un enorme logro.

Mis manos fueron suavizándose, entré a la facultad para “perfeccionarme”, priorizando siempre el trabajo, dejando mi esfuerzo y mi lealtad en aquellas empresas que tanto me enorgullecían.

Sin embargo, de a poco fui dándome cuenta que ese mundo del cual formaba parte, y por el que tanto había luchado, no era lo que quería. Terminé estresándome por tener que seguir realizando un trabajo y una vida que iba contra mi naturaleza, que coartaba cualquier iniciativa, cualquier inspiración, hasta que finalmente tuve que abandonarlo por cuestiones psíquicas pero también físicas.

Abocado de lleno a mis estudios en comunicación, fui descubriendo nuevas ideas, nuevos desafíos, otras personas y maneras de pensar, pero también fui descubriendo que la alienación y el “alquiler de almas” son algo común en esta actividad. Este dilema es el de muchos que, como yo, consideran a la escritura como una posible fuente de trabajo.

Cuando escucho o leo algún comentario desapegado del tipo “para escribir una noticia basta con responder a las cinco doblevé”, resignado como, “recibí presiones para escribir eso”, o pseudo-optimista como “a veces me publican algo que hice realmente yo, puedo filtrar algo” pienso que no podría trabajar de esa forma, escupiendo noticias en serie, dejando de lado a las historias y a las personas que están detrás. A lo mejor suena muy idealista todo esto, pero no debe ser fácil llegar a tomar la decisión de hacer un lado la ética, el compromiso, las sensaciones, la profundidad, la posición política, y agarrar “la máquina de hacer chorizos”.

Si no se puede decidir qué y cómo escribir no tiene sentido hacerlo, el dinero no es excusa, como reflexiona Carver: “debe haber maneras más fáciles y quizás más honradas de tratar de ganarse la vida”[iii].

El trabajo en la escritura está asociado por un lado con la necesidad de obtener una ganancia, una fuente de ingresos para sobrevivir en las condiciones que nos toca vivir, en definitiva, un salario. De esta manera –y pienso sobre todo en un joven comunicador social trabajando en un diario como periodista-, un escritor dependiente de su salario, resignado y alienado, vulnerable a las presiones, se convierte en una persona que alquila su nombre para que otros se expresen.

La más rotunda imagen que me viene a la memoria, de una ruptura, de un quiebre respecto a la manera de escribir -tal vez más poderosa que la de “Nota al pie” ya que la ruptura implica una actitud política- es la de Wingston, el personaje del libro “1984” de George Orwell (1948), quién llevaba una vida miserable sólo soportable a fuerza de alcohol y trabajaba en el “Ministerio de la Verdad” corrigiendo y rescribiendo las noticias que en los diarios del pasado, contradecían las nuevas posiciones y tendencias del gobierno opresor del “Gran Hermano”. Hasta que un día decide hacer algo prohibido y causal de muerte, escribir un diario personal en que denunciaba para sí mismo, las atrocidades del mundo en que vivía.

Por otro lado, la otra manera de pensar esta relación entre el trabajo y la escritura es desde la indisociabilidad, el trabajo es el que nos permite dar forma a todo lo que previamente ha sido fijado en nuestra mente través de imágenes, sensaciones, lecturas, investigaciones, conjeturas y reflexiones. Y esto es lo que más me cuesta hoy en día, escribir es un trabajo que tiene sus propios tiempos, más lentos y prolongados, demasiado distintos al vértigo acuciante con el que se vive, y sin embargo, cuando se logran esos espacios, la escritura es como una liberación, un desahogo después de una larga angustia, un reencuentro con el propio ser.

Ya en 1846, Charles Baudelaire advertía este vínculo indisociable entre el trabajo y la escritura como acto inspirativo “Decididamente, la inspiración es hermana del trabajo cotidiano. Estos dos contrarios no se excluyen en absoluto, como todos los contrarios que constituyen la naturaleza. (...) Si se consiente en vivir en una contemplación tenaz de la obra futura, el trabajo diario servirá a la inspiración, como una escritura legible sirve para aclarar el pensamiento, y como el pensamiento calmo y poderoso sirve para escribir legiblemente”[iv]. Sólo de esa manera podemos lograr que nuestra escritura exprese lo que queremos decir, porque estaremos seguros de haber echo ese proceso de ida y vuelta entre nosotros y la escritura a través del esfuerzo del trabajo. Es de esta manera como podemos llegar al momento de sentir que “Todos los materiales de los que se ha atestado la memoria se clasifican, se alinean, se armonizan y experimentan esa idealización forzada que es el resultado de una percepción infantil, es decir de una percepción aguda, ¡mágica a fuerza de ingenuidad!” [v]



[i] Raymond Carver, “Fuegos” – La vida de mi padre: Cinco ensayos y una meditación. P. 54

[ii] Rodolfo Walsh, “Nota al pie” – Un kilo de oro. P. 69

[iii] Raymond Carver, “Escribir” – La vida de mi padre: Cinco ensayos y una meditación. P.45

[iv] CONSEJOS A LOS JOVENES LITERATOS - CHARLES BAUDELAIRE (1846) en Curiosités esthétiques; L'art romantique : et autres oeuvres critiques – Charles Baudelaire ; [textes établis par Henri Lemaître] -http://gallica.bnf.fr/ark:/12148/bpt6k101426n.item

[v] El artista, hombre de mundo, hombre de la multitud y niño – En “El pintor de la vida moderna” – Charles Baudelaire (1863)