jueves, 26 de junio de 2008

Crónica de Mariana Campana

Una escuela protagonista

El edificio escolar es muy amplio, gigantesco, único. Tiene aulas compartidas por varios alumnos, no muchos. No hay bullicio infantil, ni campanadas que anuncien el comenzar y el finalizar de los recreos, ni la hora de entrada ni de salida. Los padres comparten en las aulas el hecho educativo. Los maestros se mueven por la escuela con el andar de los ángeles. Desde que entran a las aulas hasta que se van dejan un mensaje esperanzador que traen desde el afuera, pero ellos se llevan toda la energía de sus alumnos que los motiva a seguir buscando la forma de llegar a ellos para transformarles la vida aunque sea por un ratito. Pero esto no es una escuela. Aquí no hay ni pizarrón, ni escritorios. Es la Escuela Hospitalaria N° 2.
Dentro del Hospital de Pediatría Juan Garraham y frente a una pequeña capilla donde los sábados se reza misa para todos los padres y familiares que quieran concurrir, se encuentra dicha escuela. “Ésta es una institución de cuidado por la forma como respeta al niño y la situación que le toca vivir y le permite tener acceso a la educación” explica la directora. Muchos se asombran, porque la escuela consta de una oficina y una biblioteca. Y es que las aulas son, ni más ni menos, las salas de internación. He sido paciente del hospital y alumna de la escuelita pero hoy regreso para indagar sobre la difícil tarea que llevan a cabo estos docentes.
“Por la escuela pasan por año casi 800 chicos, 400 en el nivel inicial, 220 en estimulación temprana y en talleres, que es la modalidad de la mañana, porque este es un hospital de alta complejidad que tiene 550 camas. Y es el único de referencia nacional y de Latino América”, explica Marta Gallardo, quien hace más de quince años que ocupa el puesto de directora. Es amable y seria al hablar, en su rostro viven los genes de sus antepasados norteños y en su andar, la fatiga de la dura tarea que enfrenta día a día. “La escuela en este momento brinda atención a bebés y niños pequeños desde un lugar de la estimulación temprana, a nivel inicial y maestras de nivel primario. En el turno de la mañana tiene una modalidad que son talleres en los distintos servicios, porque la escuela organiza su sistema de trabajo dependiendo de la demanda del hospital”, continúa exponiendo, mientras algunas maestras con sigilo entran y salen de la oficina de Marta, donde nos encontramos.
Desde 1989 funciona La Escuela Hospitalaria N° 2 “Prof. Dr. Juan P. Garrahan”, dependiente de la Dirección de Educación Especial de la Secretaría de Educación del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, en el Hospital homónimo con la misión de brindar escolaridad a los pacientes internados.
Las escuelas hospitalarias surgen luego de la segunda guerra mundial. En nuestro país el comienzo se remonta al año 1937 iniciando un gran crecimiento de estos establecimientos, hasta la llegada del último gobierno militar, que considera a las escuelas hospitalarias como innecesarias y decide cerrar varias.
– Estamos desde que se recuperó la democracia, (me señala orgullosamente Marta) en un punto muy importante de crecimiento.

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Son las ocho de la mañana, las docentes comienzan a prepararse para una intensa y dura actividad con los niños internados. La escuelita es pequeña y mucho de los materiales se encuentran ubicados en la minúscula y atiborrada oficina de la directora. Algunas maestras partirán con sus bolsos y materiales al sector de trasplante renal, otras al centro quirúrgico o al hospital de día donde los chicos esperan ser atendidos y recibir la quimio, entre otros lugares donde se da “clase”. Es que aquí es el docente el que va al encuentro de su alumno, pero en algunos de los casos fatigados por el tratamiento, es el alumno el que fija los contenidos…
–Nuestra tarea es acercarnos a las camas y preguntarles qué actividad tienen ganas de hacer. Por día hay dos maestras y aunque yo sea maestra de plástica le pregunto por ejemplo si quiere algún juego, si quiere que le lea algún cuento o alguna actividad artesanal, lo que tengan en el momento ganas. Fundamentalmente la idea es que a través de alguna actividad guiada se lo saque de esa situación traumática que es el tratamiento.
Liliana Esteban me explica parte de su tarea mientras nos dirigimos a uno de las salas donde la esperan con ansias niños de sonrisa tímida, que se ocultan tras un barbijo blanco. Liliana quien también trabaja en la escuela de Bellas Artes ubicada en Barracas y en la carrera de Magisterio da una materia de taller y una materia teórica, es maestra hace cinco años de plástica en el hospital. Morocha, de rasgos finos y manos más delgadas aún, con voz temblorosa comienza su labor. Con dos cargos titulares de maestra de grado y un amigo trabajando en el hospital, cuando hace 5 años salió a concurso el cargo de profesora de plástica, ni lo dudo y se presentó. Pensó que estaba prepara psíquicamente para entrar. Además tomó un curso en la escuela de capacitación docente que dicta la directora, Marta Gallardo.
–Vos tenés que hacer una introspección interna, (Admite mirándome a los ojos) pensar si estás preparado para este lugar. Creo que el curso te prepara para que tengas herramientas pedagógicas, pero además, uno tiene que tener herramientas como persona... porque si no es muy fuerte...
Hoy cree que la tarea pedagógica es esencial pero que además hay que tener la preparación para darse cuenta qué es lo que pasa, leer la situación que el niño vive. A diferencia de una escuela común, donde el maestro arma una planificación, y más allá de que siempre hay avatares, después le sigue un desarrollo de la actividad. Son contadas situaciones que te pueden corren de esa organización. En cambio en la escuelita, la planificación no existe. Liliana se sabía capaz de enfrentar lo que hoy es su trabajo dos veces por semana, de 8:15 a 12:15.
–Acá la gente siempre te dice “¿Cómo aguantas?” pero si estás entero como persona, tenés mucho para dar.

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Nos dirigimos al hospital de día oncológico. Para llegar hay que caminar la rampa que desciende, perteneciente al sector verde. El hospital se encuentra dividido en sectores y a cada uno le corresponde un color y dos rampas, una que sube y otra que baja. La primera siempre nos lleva a la parte de internación del sector, la segunda nos dirige a la parte ambulatoria del mismo. Así podemos encontrar por el corredor los colores azul, violeta, verde, amarillo, naranja y rojo, además de una muchedumbre esperando para sacar un turno en unas pocas ventanillas.
Las anécdotas inundan nuestro diálogo, y las salas de donde nos dirigimos encierra muchas más. A Liliana la conmueve la fuerza de aquellos chicos que aun en estado terminal desean hacer algo. Y es que los maestros les transmiten que vale la pena hacer algo en ese último momento de su vida, hacer algo desde su pulsión más vital que es la de crear.
Al bajar vemos a los chicos esperando que los atiendan, junto a sus padres y sus barbijos. Jugando, dando vueltas y ansiosos, pero ellos no la esperan a Liliana. Sus alumnos están en las salas, recibiendo la “quimio”, acostados en sus camas. Cuando llegamos a los cuartos, no sólo los rostros de los chicos se iluminaron, sino también los de sus padres.
Uno de los primeros obstáculos que se le presenta al maestro hospitalario es la situación psicológica de la familia. Un obstáculo porque ellos se encuentran, al acercarse a la cama, en un cuadro donde toda la familia está afectada. Los padres muchas veces tienen la necesidad de hablar, de contar, en definitiva de hacer catarsis y son los maestros los que se dedican a escucharlos. Pero los padres también se aburren y muchas veces Liliana les enseña algunas tareas artesanales que luego venden, y a veces ve como los padres entusiasmados terminan un rompecabezas que el hijo comenzó. Esta necesidad que tienen los padres ha llevado a que existan actividades especialmente dirigidas a ellos.
A ellos que vienen de otras latitudes. A ellos que vienen por dos días y quizás se queden tres meses. Y a ellos que se hospedan en hoteles, que como dice Liliana no son ningún “chiche”. Y este es uno de los principales problemas de los padres en el Garraham, o mejor dicho, fuera de él. Los dueños de los hoteles que rodean al hospital hacen negocio con los padres y madres desesperados, que necesitan un lugar para dejar las cosas o simplemente para tomar una ducha mientras otro familiar cuida al niño internado. Sin estufas y hasta con una cocina compartida, los hoteles que les pagan las provincias de donde provienen no son mejores.
– La verdad es que los pagan caro, cuando te dicen lo que pagan, (Liliana indignada comenta) con esa misma plata se podrían alquilar un departamento.

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Era tarde y al llegar a la última sala del hospital de día sabía que iba a despedirme de Liliana. Su labor comenzaría con aquellos chicos y no sería justo retrasar la llegada de quizás la única experiencia positiva que tendrían por su paso por el hospital.
Las últimas palabras que cruzo con Liliana me dejan pensando. “A diferencia de otros lugares acá hay mucho. Incluso todo el tiempo vienen artistas o hacen festivales. A diferencia de otros hospitales este es una vidriera.” Al hospital y a la escuelita en particular, no le faltan grandes cosas. Recibe los subsidios del Gobierno de la Ciudad, las donaciones de la Fundación Garraham y de otras empresas, que como dice Liliana se quieren mostrar. Pero además es una vidriera al mundo, ya que mucho de los países vecinos no se hacen cargo de la escolaridad de aquellos niños que están internados o que se encuentran enfermos en sus casas.
No obstante aún existen deficiencias en nuestro país. Sólo la ciudad y algunos municipios de la provincia de Buenos Aires tienen maestros domiciliarios de grado, de plástica, de música y tecnología, en el resto del país tienen maestras comunes y nada más. Es por ello que es muy importante la Ley Nacional de Educación vigente, que es la que el año pasado se legitimizó en la Cámara de Senadores y Diputados de la Nación. En la ley por primera vez se habla de la educación hospitalaria y domiciliaria, obligando a las jurisdicciones provinciales a reformular sus estructuras, a replantear la situación de la población infantil más indefensa y vulnerable que las provincias omiten. El año pasado Marta, la directora, tuvo la posibilidad de ir a Santiago del Estero, para trabajar con las maestras hospitalarias de aquel lugar. Y lo que vio fue angustia. Por parte de los médicos y las maestras porque el hospital no brindaba toda la contención que el Garraham ofrece. Por eso los padres que llegan de ciudades que no se han hecho eco de la ley, desconocen la labor de los maestros hospitalarios.
–Cuando les decís que tienen derecho a pedir una maestra domiciliaria se sorprenden “¿no les tengo que pagar?” dicen, “no, esto lo paga el Estado, lo pagan ustedes con sus impuestos” (Concluye Liliana). Esto es lo que no tenemos que perder, una escuela inclusiva.

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Los chicos que reciben el alta siguen visitando el hospital y a la escuelita. Vuelven para saludar, para darles un beso, vuelven para devolver un poco de la contención que recibieron. “No puedo dejar de pasar a agradecerles los que hicieron por mí”, con emoción expresa Carlos, un antiguo paciente de oncología el cual estuvo muy grave y que para Marta significa mucho. Pero no sólo pacientes regresan a saludar, también padres de los chicos que ya no están se acercan y Marta los escucha. “Me ha costado mucho volver al hospital después de 3 meses, pero necesitaba cerrar algunas cosas en relación a la vida de mi hijo… saludar al oncólogo y saludar a la escuela”, la voz de un papá le resuena a Marta mientras recuerda a otro que le decía, “mi hijo estaba con medicación muy fuerte, tratando de palear el dolor, pero sabía que venía la maestra”. Él como muchos otros, le agradece porque los maestros por un momento le permitieron correr ese dolor y dejarlo en otro lugar, así el nene podía ocuparse por un momento de otro tema.
Mientras subo la rampa para irme del sector verde y ya dejar el gran edificio escolar, trato de buscar una palabra que resuma la tarea que realizan estos hombres y mujeres que todos los días se animan, esa palabra esquiva que sobrevoló toda la conversación con Marta en aquella minúscula y atiborrada oficina. ¿Y qué es lo que estos maestros en definitiva hacen? Estos maestros van acompañando un proceso que no saben cómo va a terminar. Muchas veces los niños salen airosos de sus tratamientos pero otras veces eso no pasa. Estos maestros en definitiva hablan de aquellas cosas que para la educación todavía son temas tabúes, el dolor, el sufrimiento y la muerte. Estos maestros hablan en definitiva de “la dignidad del buen morir”. Lo que estos maestros hacen se resume en dos palabras: contienen y acompañan desde el amor con esperanza.