sábado, 28 de junio de 2008

Cierre de un ciclo de taller

Hemos terminado el ciclo de este taller con una producción de escritura importante. Les agradezco a todos que hayan compartido el cuatrimestre con todo el grupo de taller, aportando sus lecturas y sus textos. Espero que algunos de ustedes continúen escribiendo. Quedarán los enlaces a sus blogs para ser leídos por futuros talleristas.
Les deseo unas buenas vacaciones de invierno,

saludos a todos,
Celia

Crónica de Eduardo Guzmán

Barrio Tomado

Llegaron las noches de las sillas en la vereda; de las familias estanca­das en las puertas de sus casas; llegaron, las noches del amor sentimental de "buenas noches, vecina", el político e insinuante “¿cómo le va, don Pascual?". Y don Pascual sonríe y se atusa los "baffi", que bien sabe por qué el mocito le pregunta cómo le va. Llegaron las noches...

Roberto Arlt. Silla en la vereda.

“Permitido intervenir” dice una señal de tránsito. Una de esas con forma de rombo, fondo amarillo, contorno y letras negras. La leyenda se observa debajo de una “M” que genera cierta incertidumbre. A media cuadra, en el garaje de una casa estilo “chorizo” con ansias de ser remodelada, un joven guitarrista interpreta una obra de su autoría. Algo de tango, algo de jazz. Una señora con su bolsa de mandados cargada con lácteos y pan lactal se pierde en las notas de la guitarra. Más acá y más allá, en el barrio Meridiano V de la ciudad de La Plata, artistas de distintas disciplinas ofrecen su gracia de una manera no convencional. Es la IV Muestra Ambulante organizada por el Colectivo la Grieta.

- Nuestra consigna en esta muestra ambulante es Otra silla en la vereda, en apelación a la aguafuerte de Arlt, Silla en la vereda. La silla en la vereda es el chusmerío, pero también es la pregunta por el vecino, la oportunidad para que los chicos jueguen en la calle-. Esteban Rodríguez Alzueta es parte del colectivo La Grieta. Pelo ondulado y abundante, anteojos, bermudas y remera de nirvana. Continúa - nosotros vemos que no están los chicos jugando en la calle porque no están los viejos, porque no hay nadie mirando, cuidando, hablando: faltan técnicas colectivas de cuidado. Eso antes llegaba naturalmente porque la gente habitaba la calle. Nos interesa recrear vínculos sociales, a partir de reabrir esos espacios públicos, como espacios de encuentro. Recrear esos lazos sociales que se fueron rompiendo con la historia Argentina que nos toco vivir-.

En la carnicería de 17 entre 67 y 68, una vaca de cartón detrás de un nylon es un mapa de la provincia de Buenos Aires. Chaves está a la altura del costillar. Olavarría desdibuja la frontera entre el lomo alto y el solomillo. En la pared de la panadería de 18 entre 67 y 68, tres dibujos de facturas representan a la policía, a la iglesia y al ejército. Vigilante, bolas de fraile, cañón de dulce de leche. Más abajo el símbolo de los anarquistas pintado en fucsia. En una vitrina el motivo se repite en dos roscas de bizcocho. Un nicho de la Virgen de Luján en el hall de la ex Estacón Provincial fue modificado por Carolina de nueve años quien reemplazó la estatuilla por una muñeca de su producción.

Garajes abiertos. Talleres para grandes. Talleres para chicos. La gente se acerca. Teatro, cine, danza, música, plástica, literatura. Globos y barriletes. Rayuela, elástico y pelota. Las calles son testigo y los protagonistas se multiplican. El orden se subvierte. Permitido intervenir: el barrio está tomado.

***

- Por una muñeca me hice chiquitiiiin- Pablo Dacal y la orquesta de salón tocan en el Galpón de encomiendas y equipaje.

Una pareja baila en medio de la gente. Él es alto y desgarbado y abraza desde atrás, algo agachado, a una petisa con físico de gimnasta. Cuando termina la canción se sueltan un poco para aplaudir.

- Uh, ahí está Laura- Joaquín, amigo de la secundaria y compañero de recitales ve a su ex novia en la zona de la barra. Estudiante crónico de Derecho y violero autodidacta, se peleó con Laura hace unos cuantos veranos. Cada vez que la cruza a la noche, se va con ella. Cada vez que se va con ella, le duele la cabeza toda la semana.

- Muero de amor como al pasar pero tu voz… resiste las horas- Dacal y su guitarra se hacen cargo en soledad de este tema. La orquesta se relaja.

La petisa se da vuelta y canta mirando los ojos de su chico. Joaquín me pide la llave del auto para ir a buscar no sé qué y me pregunta si quiero un fernet. Pasan los minutos y no hay señales de él ni de mi trago. Me acerco a la barra, forcejeo amistosamente con dos chicas y pido un gin tonic. Al costado un flaco prende un porro. – ¡Juventud descarriada!- le comento a una de las chicas que me mira como si la hubiera insultado. Intuyo que el forcejeo no fue tan amistoso. Lo confirmo segundos más tarde cuando la otra, luego de conseguir su vaso de cerveza, apoya con fuerza su taco sobre mi pie izquierdo y no me pide perdón.

Después de varios temas con la orquesta, Dacal se corta de nuevo con su guitarra. Arpegios.

- Ahhhh- a la tercera nota, la que me pisó reconoce el tema. Pienso cómo la misma persona puede conmoverse con el tono intimista de “La era del sonido” y pisarme tan brutalmente. Voy a decirle algo, pero Dacal tiene razón y ya lo perdido es perdido. El recital termina y no hay señales de Joaquín. Al otro día me enteraré de lo obvio: Laura.

- A 1 y 54- le digo al taxista, aguantando el bostezo.

***

- Es tempera y acrílico – El artista plástico Sanpoggio me cuenta que esos son los materiales con los pintó la vidriera del bar Bronson en 17 y 69. Es una especie de franja que cruza todo el frente del local. Sillas, cubos, cabezas de pollitos y otros motivos.

Sanpoggio está sentado en el cordón de la vereda, comiendo un alfajor triple de chocolate. Bermuda cargo verde militar, remera blanca cruzada por una infinidad de rayitas azules a un dedo y medio de distancia entre ellas. La cerveza que uno de los chicos del bar nos alcanza está helada. Él no acepta el primer trago porque quiere terminar primero el alfajor. Es mi turno. Seguimos charlando.

- ¿Qué te parece la propuesta de la Muestra ambulante?– le pregunto.

- Es interesante. El trabajo artístico es generalmente asociado sólo a ámbitos específicos. La muestra ambulante propone su integración en un contexto social abierto en el que el barrio en sí se transforma. Una muestra donde arte, cooperación y trabajo se unen–. Su respuesta, pausada, remarca cada punto. Ahora sí toma la botella y la empina con destreza. En el transcurso de la charla alrededor de una decena de personas se detuvo frente a la vidriera del bar.

Muchas personas se detienen frente a la vidriera. Se destaca un hombre de unos sesenta años, bicicleta semicarrera, equipo deportivo, pantalón metido en las medias. Casi media hora de contemplación. Sanpoggio empieza a dudar de la profundidad de su obra y sospecha que el hombre está tomándose un respiro del pedaleo. Una chica se acerca. Rubia y bajita, jeans cortados a la altura de la rodilla. La novia de Sanpoggio. Beso en la boca. Presentación. Se llama Vanesa. Nuevo beso, esta vez más largo. Abrazo. Nuevo beso. Es el momento de irme. Me despido, con un “nos vemos” que se concretará el sábado siguiente en otro bar de la zona. Sanpoggio estará tomando una cerveza con un flaco de unos cuarenta años y pelo desprolijo. Max Cachimba.

***

- ¡Coooompre su rifa! ¡Coooompre su rifa! Este cordero que mi amigo el Ratón está asando para el número ganador- Un sulki tirado por un caballo cansado lleva al Ratón Losada y al gordo Juan Bruno por las calles de Meridiano V. Hombres del teatro under, un asador y un cordero. El olfato se apodera de mi sistema nervioso. Compró cinco números a dos pesos la unidad. El olfato se apodera del sistema nervioso de varios que ahora rodean al sulki y gritan números. De atrás se acerca Raúl para ayudar a los muchachos. Almacenero, 51 años, bigotes, calva incipiente. Jogging azul marino, remera blanca y zapatillas.

- ¡Veintidós, quiero el veintidós!- grita un pibe con la remera de Gimnasia.

- El locooo- responde Raúl.

- ¡El cincuenticuatro!- solicita una chica alta, embarazada de pocos meses.

- Mirá que es un cordero- bromea Raúl.

- ¡Para mí el cuarentisiete, viejo!- pide, Susana, su mujer.

- Me toco el izquierdo. Sos fúnebre, Su- le reprocha entre en serio y en broma el almacenero.

Los gritos se multiplican. El conocimiento de los números de la quiniela y los sueños de Raúl es total. Me acerco al gordo para preguntarle a qué hora van a hacer el sorteo.

- A eso de las diez. A esa hora más o menos va a estar listo-. El gordo es un personaje peculiar. Es actor y músico, tiene un programa de radio y milita en una agrupación barrial. Lo invito a tomar una cerveza al bar de la esquina. El Ratón y Raúl se encargan de las rifas. Con el gordo nos hicimos amigos a fuerza de asados y cumpleaños en lo de una amiga en común.

A las ocho de la noche ya casi no es de día, pero la inminencia del verano se materializa en la luz anaranjada del sol que se esconde. Muchos chicos juegan a la pelota, otros dibujan. Los menos miran a una estatua viviente.

- ¿No estás en ninguna obra de las que se presentan?- le pregunto. El año pasado junto a dos amigos realizaron una obra que se llamaba Argentina, tracción a sangre.

- No. Este año estoy con la radio. Ahora estamos con lo de cordero, pero después vamos a hacer la radio. Cargamos la pc, un pequeño grupo electrógeno y amplificadores. Hacemos la radio caminando. En realidad el sulki es para la radio. Lo usamos ahora para la rifa, pero la idea es hacer la radio ambulante-. El entusiasmo en la cara del gordo parece el de un nene al que le regalan su primera bicleta.

- ¿Alguna obra para recomendar?-.

- Si te digo te miento. No vi ninguna. Yo trataría de ver todas, hay mucha gente amiga que hace buenas cosas. Está el Cabe Mallo, el grupo del teatro aéreo. ¿Sabés qué va a estar muy bueno? Lo de la compañía El pingüinazo. Hacen teatro con objetos. Son de Rosario. Es alucinante.

Le pregunto por su novia, cómo anda. La cara se le transforma. Olvidó que tenía que encontrarse con ella hace media hora. A la semana siguiente me voy a cruzar con la radio ambulante y el gordo caminando detrás del coqueto sulki. Micrófono en mano me va a dedicar un tema de Soda Stereo, Persiana americana creo. Mientras un hombre de unos setenta años le preguntará si no tiene nada de Julio Argentino Sosa.

***

La muestra tuvo lugar entre fines de noviembre y principios de diciembre de 2007. Durante dos semanas, el barrio pintó su cara y vivió a un ritmo diferente. Lentamente las cosas fueron volviendo a su lugar, aunque probablemente ese lugar no sea el mismo. Para algunos la muestra fue la oportunidad de darse a conocer, para otros la posibilidad de conocer más a sus vecinos. Para los más chicos significó prolongar su estadía en la vereda. Para los más grandes reencontrarse con tiempos perdidos en la vorágine de la vida moderna. Para Joaquín fue el comienzo del fin con Laura, cuando conoció a la prima de la panadera.


Aguafuerte de Matías Comicciolli

Divagaciones sobre la inseguridad

Que fácil se deja embaucar la gente con el tema de la inseguridad. Díganme si no es cierto, que en cualquier almacén, verdulería o carnicería de barrio no se produjo, con sus cambios y alteraciones, el siguiente diálogo:

-Y claro, lo que pasa es que la cosa no está como entes…

-No señora, ahora está el tema de la inseguridad.

Inseguridad, que para las dos viejas que se encuentran en el almacén, pasa a formar parte de algo así como su estilo de vida.

Me resulta muy cómico escuchar los tejes y manejes con solapa, que las personas se ingenian para que no les afanen el monedero. Tendrían que haber visto a una mujer, de un peso específico considerable, realizar una especie de maestría lúdica para poder conseguir las monedas que había guardado entre su ropa interior.

Ahora bien, esto no queda sólo en las prácticas costumbristas de las señoras que compran en el almacén, tenemos también a la figura arrogante, presuntuosa y engreída del aristócrata de barrio, que por sobrada suspicacia, desconfianza y aprensión, se preocupa sobremanera para que el barrio vuelva a ser ese apacible rinconcito, alejado de la gran ciudad, que en algún momento fue. De esta forma comienzan a evocar sus mediocres vidas, al cuidado exclusivo de sus bienes de lujo.

Hace algunos domingos atrás vino a casa un señor, de estos que yo llamo de elite, a pedirme si quería participar de una cadena telefónica que tenía como fin el cuidado reciproco de algunos vecinos. El tipo me comentaba que ante cualquier ruido extraño, podíamos ser alertados por un vecino, quien llamaría inmediatamente a nuestra casa o en el mejor de los casos a la policía.

¡Ruido extraño! ¿Qué es un ruido extraño? O mejor ¿Qué no es un ruido extraño, pongamos por caso a las tres de la mañana? El ruido, desde que lo definimos como tal, ya es un interrogante en sí mismo, por lo tanto, goza de la cualidad de la extrañeza. De lo contrario, en lugar de referirnos a la actividad sonora como “ruido”, lo haríamos identificando el objeto productor de las ondas, que llegan hasta nuestros oídos. Por ejemplo: en lugar de preguntarnos ¿¡Qué fue ese ruido!? Diríamos, se ha caído una botella o fue el gato que anda por los techos.

Ya me veía yo levantado, a altas horas de la madrugada, para atender el teléfono y escuchar: …Sr. X he escuchado un ruido extraño… El negocio no me pareció conveniente y opté por no darle mi número telefónico.

Los medios para la seguridad

Claro que también hoy en día, y gracias a los magníficos avances tecnológicos (que no logran solucionar el hambre, pero sí algunos aspectos más triviales) tenemos a nuestro lado la incondicional ayuda del celular. Artefacto que nadie sabe bien de qué manera mágica funciona, pero que todos tenemos y que a la hora de necesitarlo verdaderamente: o no tiene crédito o le falta batería.

Estoy seco de escuchar a las madres de adolescentes, diciendo que les compran un celular a sus hijos para que estén más seguros. ¿Qué hacían los pibes de hace algunos años atrás? Vivian expuestos a las mayores atrocidades otorgadas por la noche. Yo, señores, salgo de noche desde los catorce años y nunca vi como una necesidad sine qua non el uso de un teléfono móvil. Esta gente se cree que mientras te están afanando, el chorro te va a dar tiempo a que llames a la cana. Lo que hace el ladrón en esos casos es choriarte también el celular y de ahí en adelante, ha rezar para que no finja un secuestro express llamando a tu casa y pidiendo rescate.

Después están los que tienen toda la casa mecanizada con control remoto y desde la esquina abren el portón para meter la cuatro por cuatro, todo esto con el único fin de no estar ni un minuto de más en la calle (entre paréntesis y pido disculpas si hiero la susceptibilidad de alguno, pero merece mi mayor repugnancia, indiferencia y reprobación todo aquel que compra, con el solo hecho de alimentar su arrogancia, su egocentrismo y su hedonismo progresista, una camioneta cuatro por cuatro para usarla en la ciudad. Seguro que a ese tipo, que se jacta de amante incondicional de la naturaleza y por eso compra semejante bólido, le proponés ir a pescar un fin de semana y le decís que tiene que dormir en carpa, te manda a freír churros. Amante de la naturaleza…por favor!!!).

Bueno, estos últimos son los peores me tocó un par de veces y por cuestiones vinculadas al azar, pasar por la casa de estos mientras se abría el portón automático. El miedo y el pánico que me infundía su mirada era indescriptible, mientras pensaba para mis adentros: que no se me ocurra hacer ningún movimiento sospechoso, porque inmediatamente después estoy viendo como crecen los rabanitos desde abajo. Estos tipos, jóvenes profesionales enriquecidos en los noventas, meten más miedo que el delincuente común. Están enteramente convencidos que todo aquel que pase por su casa mientras ellos guardan el coche son una amenaza.

El problema

El problema en la actualidad, es que convencieron a la gente de que existe una amenaza a la cual hay que temer. Ni que hablar de los que se convencen de que no sólo existe tal amenaza, sino que también hay que eliminarla. La violencia, los robos, los asesinatos, son algunos de los alimentos que nos brindan los medios de comunicación continuamente y que hace que nos recluyamos cada vez más en nuestras casas. Lo cual hace que algunas personas tengan como único leid motiv cuidar sus pertenencias, su propiedad privada.

Las noticias trasmitidas por los diarios, las radios y la televisión también son un mensaje que crea un tipo definido de conciencia, un pensamiento colectivo, un estado de rutilante estupidez generalizada, la cual está directamente ligada al el tema de la inseguridad. De ahí que la vieja en el almacén, no encuentre otro tema de conversación que el asalto al kiosco de la esquina. Pero esas noticias no están seleccionadas por casualidad o de manera fortuita, sino que las mismas cumplen con un proceso formador, a la vez que sirven a los intereses de una clase determinada. Y justamente es esta bendita clase, de pobres diablos e infelices mujeres, que creen que son los dueños de la verdad, los que se llenan la boca con máximas incuestionables cómo: “a estos hay que matarlos a todos”.

Esta gente va a defender a capa y espada la integridad, la bondad y la moral (¿Moral?) de sus vidas, pero el problema no es ese, sino las demás personas que se lo creen, y comparten las mismas opiniones, convirtiéndose ellos también en otra manga de piojos resucitados.

Crónica de Valeria Tellechea

AGua(S) SOBRE GIRIBONE

Por Valeria Tellechea

valeria.tellechea@gmail.com

T

odo comenzó hace apenas unos cinco años, donde varios jóvenes y no tanto, desesperados por hacerse escuchar desde el arte, comenzaron un camino juntos que los encontró unidos en una fábrica devenida en teatro, en el barrio de la Chacarita, justamente sobre la calle Giribone, cemento que le hace honor a su nombre.

Jueves de Giribone Jam, marcaron el ritmo suave, dulce, y hasta a veces (tal vez muchas) incomprendido y aburrido jazz. Sábados de Noches Bizarras, un varieté de humor crítico de nuestra sociedad actual a través de sutilezas muy logradas. Un bar-restaurante, comandado por Harry, en donde se come y se toma bonito y barato. Actores independientes, músicos majestuosos, cocineros innatos, todos reunidos bajo la sigla de “AGua: Mutual de Artistas Giribonenses Unidos para la Autogestión”; pero parece ser que el tiempo, el boca en boca y la impronta de su calle se tragaron las siglas y ahora sólo se dan vuelta cuando dicen “Giribone”, a no ser que tengan sed.

Irónicamente, parece ser que la clausura ya se encontraba pisando sus talones; como en el 2004, a causa de algunos vecinos que les molestaban esas aburridas y eternas sesiones de jazz, eternidad que no pasaba de las once de la noche, la policía decidió clausurar el lugar. Roberto, un amigo de la casa y devoto del estilo musical imputado, recuerda haber estado esa noche calurosa de diciembre, y pensar al servicio de qué comunidad se encontraban las fuerzas, y se respondió así mismo más rápido que la luz, al servicio de los que ‘trabajan’, que no son justamente los muchachos artistas, ya que en el lugar, un cartel indica tajantemente “aquí no trabajamos, no insista”.

Un año en stand by provocó la necesidad de todos estos artistas auto agrupados a encontrar un nuevo lugar. Nada de lo sucedido aminoró la marcha de la tropa, pues la necesidad de hacerse escuchar desde el arte seguía intacta, e incluso la llama había sido avivada; era la mejor manera de reinventarse, de sumar más artistas y locos a las filas del nuevo proyecto, porque es así como lo entendían, como la oportunidad de nuevos descubrimientos. Daniel, actor, clown, poeta y muchos pormenores más, lo explica con los sentimientos de aquel que se recuerda y se siente como niño con juguete nuevo, pero con las palabras de todo un adulto: “a la par de la idea de reinventarnos, en la práctica, redescubriendo el espacio que somos capaces de habitar, con no pocas dificultades pero aprendiendo los modos colectivos, que incluye también a quien entra y se come un plato de las delicias de Harry y se ríe o se emociona o baila pero a la vez también participa de un nuevo hecho cultural”.

Y una casona, clavada en la calle Fitz Roy del mismo barrio, auspició de regreso de los viejos y los nuevos “Giribonenses”, fotógrafos, maquilladores, bandas en vivo, y hasta un nuevo grupo: “Los improbables”, encargados de las Improbables noches de viernes, algo así como un cadáver exquisito dividido en partes.

Y la casa, aunque pequeña, se agranda.

LA AUTOGESTIÓN

El trabajo de los actores de Giribone reúne aproximadamente cuarenta artistas que comparten las mismas ideas acerca del teatro, un teatro político comprometido con la realidad. Incluso se separan de lo que es el teatro alternativo, del circuito del San Martín o el Cervantes que “no está mal pero esos teatros suelen ser los aparatos de difusión de los proyectos e ideologías del gobierno de turno”, sentencia Paula, cantante de la banda Talkin´to machines, que auspicia como corte de las Noches Bizarras, miembro de las Improbables Noches, además de ser la mejor anfitriona del lugar.

Al final de cada jornada artística, ella se encarga de dejar bien en claro cuál es el concepto de la autogestión. “Nos nucleamos en una mutual porque no nos interesa sacar provecho de todo esto. Para nosotros el compromiso es con la comunidad, para desnaturalizar todo aquello que se nos suele pasar por alto”. El valor de la entrada es de $6, de los cuales casi el 70% es para pagar el alquiler de la casa, y el resto es para los actores, esto es, alrededor de $2.

Después está en uno poner un poco más a la gorra.

El arte como función social se ve plasmado en esas acogedoras paredes, paredes que no actúan como límite, sino como agua que corre libremente.

PUERTAS ABIERTAS, PUERTAS CERRADAS

Bienvenidos,

los que llegan a este hogar.

La casa es chica,

pero el corazón es grande.

La presencia del huésped,

es suave como el césped.

Somos pobres de verdad,

pero no de voluntad.

Esta frase anula a las anteriores.

Rajá, perro.

Pablo es el director de Noches Bizarras. Eligió este fragmento de “Haga como si estuviera en casa”, del libro de Julio Cortázar, “Historias de Cronopios y de Famas” como invitación a entrar en su página. Coinciden con lo que Daniel siente, pero, de alguna manera parece tener la marca de un visionario, o de una respuesta para la ocasión.

Después de un tiempo sin tocar, por motivos de organización, el jueves 4 de octubre volvían las Giribone Jam y, para que la vuelta tuviera la importancia que se merecía, invitaron a nuevos músicos a tocar. Sólo por ser una ocasión especial, la entrada tenia un valor de $13, con igual repartija del porcentaje. Alguno de esos invitados, puso a disposición de Internet la información en su página web, para promocionar el encuentro. Sin embargo, lo que se esperaba como una prometedora sesión de jazz, se convirtió en una improbable noche cuando los inspectores de la municipalidad aterrizaron y declararon la clausura preventiva.

Soledad, una mujer que no pasa los 35 años, es la persona responsable de todo lo que en aquella casa sucede. Prefiere no dar el apellido porque dice que con su nombre alcanza, y por eso se respetó esta decisión, tanto para ella como para el resto del grupo. Nos aclara que los inspectores cayeron porque ellos se encargan de revisar los lugares donde se realizan espectáculos públicos, en donde la entrada supera los $10. No echa culpas porque considera que la persona que publicó la información no tenía la intención de perjudicar a nadie.

La clausura es preventiva porque se consideró que era una casa y no un lugar de espectáculos, por eso la faja de “clausurado” la entregaron en mano. Soledad se las veía negras: había pena de multa, inhabilitación permanente, hasta arresto por 6 años.

La constancia de esta medida de prevención se veía amarilla por el tiempo, con un borrón justo donde se detallaba el año de su creación. Igualmente se podía ver que era del 2003.

UN VACÍO DIFÍCIL DE LLENAR

En la madrugada del 31 de diciembre de 2004, en el recital de la banda Callejeros, que se desarrollaba en el local bailable República de Cromañon, un fuego y humo arrasadores se llevaron la vida de casi doscientos chicos que habían asistido al lugar. Pero no fue culpa del fuego, ni del humo, ni de la media sombra, ni de la desgracia; los culpables tienen nombre y apellido, algunos de ellos son culpables también del vacío legal que permitió que todo esto ocurriera. Y ese vacío legal se transformó en un parche de la justicia, llamado comúnmente como Decreto de Necesidad y Urgencia.

El Decreto nº 3/2005, que indica fecha y año de su creación, y el tercero en lo que iba de ese mismo año, se dictó “con el objeto de brindar, con inmediatez y premura, una solución que contemplase los problemas que afectaban a todas las salas de teatro independiente, espacios no convencionales, espacio experimental o espacio multifuncional en los que se realicen manifestaciones artísticas que signifiquen espectáculos con participación real y directa de intérpretes, en cualquiera de sus modalidades, fuera comedia, drama, teatro musical, lírico, de títeres, leído, de cámara, espectáculos musicales o de danzas y en los que se tomen en cuenta únicamente la calidad del espectáculo o su interés como vehículo difusor de cultura. Asimismo, tal como surge del decreto mencionado, el rubro Teatro Independiente no estaba incluido en el Código de Planeamiento Urbano (C.P.U.), y la norma intentó superar tal vacío legal”, como lo indica el mismo decreto en sus primeras líneas. Y es así como todo entró a la perfección en una misma denominación, y comenzó una seguidilla de clausuras de tanto lugares míticos del under porteño, como de centros comunitarios, entre otros varios, por no cumplir requisitos, algunos razonables, otros casi irrisorios. Y Giribone no fue la excepción. Y Giribone se hizo agua.

Las habilitaciones oficiales implican un baño cada 6 personas, varios matafuegos, salidas de emergencias, y mil cosas más que Giribone nunca podría adquirir ya que es el gobierno quien las vende a un precio muy alto, y prefieren no entrar en ese vértigo, sino que deciden ser itinerantes y elegir la autogestión. “Somos una Mutual de artistas, lo que significa que trabajamos sin fines de lucro, y eso es lo que el Gobierno no quiere. Es una locura que se le exijan las cosas que se le exigen a un mega espacio como era Cromañon” vuelve a sentenciar Paula, cuando recuerda el momento de la clausura preventiva.

Y más allá del decreto del año 2005, las autoridades siguen utilizando viejos formularios desactualizados que no aseguran la veracidad ni la legitmidad de sus autoridades.

HECHA LA NO LEY...

El jueves 24 de octubre levantaron la clausura preventiva del lugar. Finalmente, para los inspectores, Giribone era una casa en donde se juntaban muchos amigos, cosa que no escapa de la realidad.

Ese mismo sábado, los actores armaron un mini festival para festejar, por segunda vez, la vuelta de Giribone, pero esta vez, de una manera mucho más íntima. Quitaron las pequeñas gradas, las luces, los reflectores, las mesas, y todo lo que con tanto esfuerzo les costó levantar. Y la casa se convirtió en una casa. Y el agua volvió a correr.

Paula es quien, nuevamente, sentencia incansablemente con las palabras justas: “el sabado estaremos ahí, haciendo lo nuestro pero íntimo y privado, siempre con comidas ricas, cerveza y buena onda. La respuesta de la gente que ya nos conocía fue maravillosa, igual nuestra sensación es que nunca nos sentimos en otro lado como en nuestra casa, donde todos somos alguien, donde todos somos parte, donde salimos de actuar y con mucho amor nos espera una mesa con la comida siempre casera y rica, donde nos golpean la puerta del camarín para darnos la cerveza que en otro lado nos quieren cobrar por más que nos hayan invitado a actuar. En fin... esto sigue...” Acá o en donde sea.

Crónica de Raúl Perea

Seminario y Taller de Escritura

Profesora: Celia Guichal

Alumno: Raúl Perea

Consigna: Crónica basada en una visita al MALBA.

Laura en el MALBA.

Tiene ocho años, la piel morena y una delgadez que a veces preocupa a sus padres; se llama Laura, hija de un aprendiz de cronista a quien no le quedó otro remedio que conjugar la tarea encomendada por el suplemento, con el paseo dominical de la familia, –sagrado- en vistas del seguido incumplimiento al que los somete alguien que, por falta de experiencia, cada tarea le insume el doble del tiempo necesario.

Aprendiz de periodista y también de padre, sobretodo en aquella virtud que las madres adquieren a fuerza de una cotidiana práctica amorosa: la virtud de “poder mirar con los ojos de sus hijos”. Humilde actitud de desprendimiento que les permite ubicarse en el otro, hasta el punto de adivinar y prever sus necesidades más íntimas.

“Mirar con sus ojos”, suena a veces como pregunta y cada vez más cómo un desafío, intentar describir aquel paseo por el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires, en un domingo nublado y frío, pero con los ojos de su hija. En definitiva, un desafío que vale la pena intentar si entre otras cosas sirve para realizar la dupla tarea de realizar una crónica prolija y seguir esforzándose en la inmensa tarea de ser padre.

Laura siempre tuvo una extraña predilección por bares y restaurant, desde muy pequeña. Por eso, el bar que ocupa casi toda la planta baja del MALBA con paredes enteramente de vidrio ejerció sobre ella una atracción fatal, atracción que fue la causa de la primera discusión. Ya no tiene edad para berrinches, pero tampoco la situación da como para un debate sobre la importancia del arte y la cultura, se resuelve entonces con una imposición de autoridad paterna, pura y simple. El antiguo piso de madera de la entrada, que contrasta con la moderna edificación, ayuda en la tarea de calmar los ánimos, el ruido que produce la madera al caminar es una tentadora invitación al salto y la corrida.

La visita completa al museo cuesta doce pesos por persona, Laura no paga pero sí sus padres, no con cierto dolor ya que olvidaron, uno la libreta de estudiante o el carnet de periodista, y la otra, alguna documentación que pudiera demostrar su condición de docente. En fin, hay que pagar. Y son los momentos en los que asaltan los prejuicios, momentos en los que por ejemplo, el padre recuerda que el MALBA es un emprendimiento privado de un empresario con mucho olfato para los negocios, Eduardo Constantini, que ya lleva invertidos en los seis años desde su fundación, más de cuarenta millones de dólares. Laura, que no sabe nada de esto, ya encontró otra de sus pasiones, las escaleras mecánicas.

Son tres pisos impecables que unidos internamente por escaleras mecánicas, conducen a las distintas exposiciones. Laura, jugando con las mismas, no ha descubierto todavía el ascensor que es otra de las opciones.

Primera parada: inmediatamente al salir de la primera escalera, en el pasillo del primer piso, hay un cuadro en relieve de 189 por 199 centímetros, la obra del año 1999 es de Pablo Suarez, y se llama Exclusión. Se trata de un joven aferrado a la puerta de un furgón de tren que marcha a toda velocidad. A todas luces se nota que el ferrocarril es el Sarmiento, por el tipo de tren y el color. Y lo que más ha llamado la atención de Laura, quien está petrificada mirando, son los ojos de pánico del joven que parecen irían a saltar de sus órbitas. El cuerpo está en relieve, hacia afuera, como cayéndose del cuadro. Laura reconoce al tren porque es el que toma a veces con su madre para visitar a la abuela que viven en Ciudadela, cruza miradas con su padre, un detenido silencio…y una sonrisa que corta el momento de tensión.

La irresistible atracción de Berni

En el primer piso están los cuadros que pertenecen a la colección privada de Constantini, obras de Frida, Matta, Berni, Portinari, Diego Rivera y Tarsila de Amaral, en un despliegue novedoso, que ha comenzado a impresionar al padre. Pero Laura se deslumbra con Antonio Berni, desde la entrada a la sala, descubre El pájaro amenazador, un obra de 1965, que es un pájaro colgado del techo, construido en cartón, arpillera y otros materiales rústicos. El pájaro cuelga y no está fijo, y ella se mueve en círculos mientras lo observa desde abajo. Y sin saber que pertenecen al mismo artista, se ha detenido frente a Juanito dormido, obra de la serie Juanito Laguna, y luego frente a La manifestación, una obra de 1934. Ahora está perpleja.

Ante la pregunta del padre acerca de qué es lo que más le llama la atención de aquella escena, ella responde “el color rojo y los ojos de la gente”. Y el padre se sorprende cómo una segunda mirada con aquella indicación han podido descubrir los tonos cambiantes del rojo, tonos que van de la luz a la oscuridad en una calle cualquiera con casas de chapa; y aquellas caras de los obreros con sus familias, mujeres y niños que tienen en común la mirada. Como buscando desesperadamente un horizonte que no aparece, que se pierde, pero que es común para todas la miradas. Miradas, desesperados ojos.

En ese piso hay también obras de un meritorio arte moderno, como las de Antonio Días o León Ferrari, pero lo único que ha sorprendido a Laura aparte de Berni, es un cuadro inmenso de Fernando Botero, Los viudos, ella dice que “todos los gorditos están muy transpirados”, y es cierto, el pintor ha destacado las gotas de las mejillas con una iluminación que las destaca del conjunto. Y el padre ya cambió la cara, quizá por la satisfacción que le produce estar por primera vez frente a un Botero auténtico.

El elefante de Douglas Gordon

En el museo está también la muestra Obras transformables de Joaquín Torres García, que a pesar del fuerte contenido lúdico de la misma, no ha despertado mucha curiosidad en Laura. El tercer piso en cambio, significa el logro de todos su deseos, es algo así como su obra perfecta, ya que puede conjugar su pasión por las pantallas, sean de cine, televisivas o de computadoras, con aquella palabrita que ha escuchado en todo el paseo: arte, y de la que está perfectamente enterada de su práctica y significado.

Es que allí, mediante pantallas diminutas, en la que se ve una mosca dada vueltas que patalea; otras de televisión de tamaño normal, en las que se ven las manos del artista simulando una relación sexual; y otras pantallas de cine de diversos tamaños, expone Douglas Gordon, un escocés de 61 años, que ha logrado combinar estas herramientas en una arte por de más original.

En una sala oscura, se sienta con su padre en el piso, con la espalda en la pared. Allí se están exhibiendo en una gran pantalla dos películas a la vez, superpuestas, una que habla sobre la posesión satánica El exorcista, y otra que habla sobre revelaciones divinas, Entre la oscuridad y la luz. Y en aquel contraste de imágenes antitéticas, Laura no entiende nada, pero se queda unos minutos por el sólo placer de hacer como si estuviera en el cine.

Hasta que finalmente descubre en una misma sala con pantallas de varios tamaños, una de ellas gigante, un elefante filmado en blanco y negro, sobre un impecable piso de baldosas brillantes, que camina, retrocede, mueve la trompa, hasta que finalmente va cayendo de bruces al piso, y queda allí largamente tendido. La obra se llama Juega al muerto; tiempo real, y el programa aclara que se inspira en un hecho verídico: el elefante Topsy, que en 1903 mató a tres personas en Estados Unidos, y fue condenado a muerte por las leyes de este país, electrocutado. Laura se entera de la historia por boca de su padre, y esto parece ejercer sobre ella una atracción mayor. La muestra tiene además de original que se puede caminar alrededor de las pantallas, allí anda Laura, como en una danza que acompasa los lentos movimientos del elefante.

Está un poco triste, pero sobre todo muy impresionada. Se ha quedado un largo rato observando el primer plano del ojo del elefante, inmóvil. Le ha apretado muy fuerte la mano a su padre, hasta que finalmente dice “mejor nos vamos”.

La partida

Al domingo de nubes ya lo acompaña un viento frío que hace imposible recorrer con detenimiento la muestra que se ofrece en la terraza. Son obras de Marta Minujin, unas estructuras inmensas de hierro tejido que representan cada mes del año. Ahora sí Laura descubre el ascensor, que sirve para descender más rápido y provocar la segunda y última discusión de la tarde. No se puede jugar en los ascensores, y lo entiende. Lo que es más difícil de explicar, es de qué manera se puede desde el arte jugar con cuestiones que son más importantes y delicadas que un ascensor.

La tímida alegría del padre es ahora entera satisfacción. Quizá sea un prejuicio tener tantas precauciones acerca de un emprendimiento privado que sirva para el desarrollo artístico, al fin de cuentas, como dice el mismo Constantini sobre el homónimo del MALBA en Nueva York, el museo MoMA, “ya nadie se acuerda que lo fundó Rockefeller”.

Ensayo de Raymond Carver

Escribir

Raymond Carver

Allá por la mitad de los sesenta empecé a notar los muchos problemas de concentración que me asaltaban ante las obras narrativas voluminosas. Durante un tiempo experimenté idéntica dificultad para leer tales obras como para escribirlas. Mi atención se despistaba; y decidí que no me hallaba en disposición de acometer la redacción de una novela. De todas formas, se trata de una historia angustiosa y hablar de ello puede resultar muy tedioso. Aunque no sea menos cierto que tuvo mucho que ver, todo esto, con mi dedicación a la poesía y a la narración corta.

Verlo y soltarlo, sin pena alguna. Avanzar. Por ello perdí toda ambición, toda gran ambición, cuando andaba por los veintitantos años. Y creo que fue buena cosa que así me ocurriera. La ambición, y la buena suerte son algo magnífico para un escritor que desea hacerse como tal. Porque una ambición desmedida, acompañada del infortunio, puede matarlo. Hay que tener talento.

Son muchos los escritores que poseen un buen montón de talento; no conozco a escritor alguno que no lo tenga. Pero la única manera posible de contemplar las cosas, la única contemplación exacta, la única forma de expresar aquello que se ha visto, requiere algo más. El mundo según Garp es, por supuesto, el resultado de una visión maravillosa en consonancia con John Irving.

También hay un mundo en consonancia con Flannery O’Connor, y otro con William Faulkner, y otro con Ernest Hemingway.
Hay mundos en consonancia con Cheever, Updike, Singer, Stanley Elkin, Ann Beattie, Cynthia Ozick, Donald Barthelme, Mary Robinson, William Kitredge, Barry Hannah, Ursula K. LeGuin... Cualquier gran escritor, o simplemente buen escritor, elabora un mundo en consonancia con su propia especificidad.

Tal cosa es consustancial al estilo propio, aunque no se trate, únicamente, del estilo. Se trata, en suma, de la firma inimitable que pone en todas sus cosas el escritor. Este es su mundo y no otro. Esto es lo que diferencia a un escritor de otro. No se trata de talento. Hay mucho talento a nuestro alrededor. Pero un escritor que posea esa forma especial de contemplar las cosas, y que sepa dar una expresión artística a sus contemplaciones, tarda en encontrarse.

Decía Isak Dinesen que ella escribía un poco todos los días, sin esperanza y sin desesperación. Algún día escribiré ese lema en una ficha de tres por cinco, que pegaré en la pared, detrás de mi escritorio... Entonces tendré al menos es ficha escrita. “El esmero es la UNICA convicción moral del escritor”. Lo dijo Ezra Pound. No lo es todo aunque signifique cualquier cosa; pero si para el escritor tiene importancia esa “única convicción moral”, deberá rastrearla sin desmayo.

Tengo clavada en mi pared una ficha de tres por cinco, en la que escribí un lema tomado de un relato de Chejov:... Y súbitamente todo empezó a aclarársele. Sentí que esas palabras contenían la maravilla de lo posible. Amo su claridad, su sencillez; amo la muy alta revelación que hay en ellas. Palabras que también tienen su misterio. Porque, ¿qué era lo que antes permanecía en la oscuridad? ¿Qué es lo que comienza a aclararse? ¿Qué está pasando? Bien podría ser la consecuencia de un súbito despertar. Siento una gran sensación de alivio por haberme anticipado a ello.

Una vez escuché al escritor Geoffrey Wolff decir a un grupo de estudiantes: No a los juegos triviales. También eso pasó a una ficha de tres por cinco. Solo que con una leve corrección: No jugar. Odio los juegos. Al primer signo de juego o de truco en una narración, sea trivial o elaborado, cierro el libro. Los juegos literarios se han convertido últimamente en una pesada carga, que yo, sin embargo, puedo estibar fácilmente sólo con no prestarles la atención que reclaman. Pero también una escritura minuciosa, puntillosa, o plúmbea, pueden echarme a dormir. El escritor no necesita de juegos ni de trucos para hacer sentir cosas a sus lectores. Aún a riesgo de parecer trivial, el escritor debe evitar el bostezo, el espanto de sus lectores.

Hace unos meses, en el New York Times Books Review John Barth decía que, hace diez años, la gran mayoría de los estudiantes que participaban en sus seminarios de literatura estaban altamente interesados en la “innovación formal”, y eso, hasta no hace mucho, era objeto de atención. Se lamentaba Barth, en su artículo, porque en los ochenta han sido muchos los escritores entregados a la creación de novelas ligeras y hasta “pop”.

Argüía que el experimentalismo debe hacerse siempre en los márgenes, en paralelo con las concepciones más libres. Por mi parte, debo confesar que me ataca un poco los nervios oír hablar de “innovaciones formales” en la narración. Muy a menudo, la “experimentación” no es más que un pretexto para la falta de imaginación, para la vacuidad absoluta. Muy a menudo no es más que una licencia que se toma el autor para alienar —y maltratar, incluso— a sus lectores. Esa escritura, con harta frecuencia, nos despoja de cualquier noticia acerca del mundo; se limita a describir una desierta tierra de nadie, en la que pululan lagartos sobre algunas dunas, pero en la que no hay gente; una tierra sin habitar por algún ser humano reconocible; un lugar que quizá solo resulte interesante par un puñado de especializadísimos científicos.

Sí puede haber, no obstante, una experimentación literaria original que llene de regocijo a los lectores. Pero esa manera de ver las cosas —Barthelme, por ejemplo— no puede ser imitada luego por otro escritor. Eso no sería trabajar. Sólo hay un Barthelme, y un escritor cualquiera que tratase de apropiarse de su peculiar sensibilidad, de su mise en scene, bajo el pretexto de la innovación, no llegará sino al caos, a la dispersión y, lo que es peor, a la decepción de sí mismo. La experimentación de veras será algo nuevo, como pedía Pound, y deberá dar con sus propios hallazgos. Aunque si el escritor se desprende de su sensibilidad no hará otra cosa que transmitirnos noticias de su mundo.

Tanto en la poesía como en la narración breve, es posible hablar de lugares comunes y de cosas usadas comúnmente con un lenguaje claro, y dotar a esos objetos —una silla, la cortina de una ventana, un tenedor, una piedra, un pendiente de mujer— con los atributos de lo inmenso, con un poder renovado.

Es posible escribir un diálogo aparentemente inocuo que, sin embargo, provoque un escalofrío en la espina dorsal del lector, como bien lo demuestran las delicias debidas a Nabokov. Esa es de entre los escritores, la clase que más me interesa. Odio, por el contrario, la escritura sucia o coyuntural que se disfraza con los hábitos de la experimentación o con la supuesta zafiedad que se atribuye a un supuesto realismo. En el maravilloso cuento de Isaak Babel, Guy de Maupassant, el narrador dice acerca de la escritura: Ningún hierro puede despedazar tan fuertemente el corazón como un punto puesto en el lugar que le corresponde. Eso también merece figurar en una ficha de tres por cinco.

En una ocasión decía Evan Connell que supo de la conclusión de uno de sus cuentos cuando se descubrió quitando las comas mientras leía lo escrito, y volviéndolas a poner después, en una nueva lectura, allá donde antes estuvieran. Me gusta ese procedimiento de trabajo, me merece un gran respeto tanto cuidado. Porque eso es lo que hacemos, a fin de cuentas.

Hacemos palabra y deben ser palabras escogidas, puntuadas en donde corresponda, para que puedan significar lo que en verdad pretenden. Si las palabras están en fuerte maridaje con las emociones del escritor, o si son imprecisas e inútiles para la expresión de cualquier razonamiento —si las palabras resultan oscuras, enrevesadas— los ojos del lector deberán volver sobre ellas y nada habremos ganado. El propio sentido de lo artístico que tenga el autor no debe ser comprometido por nosotros. Henry James llamó “especificación endeble” a este tipo de desafortunada escritura.

Tengo amigos que me cuentan que debe acelerar la conclusión de uno de sus libros porque necesitan el dinero o porque sus editores, o sus esposas, les apremian a ello. “Lo haría mejor si tuviera más tiempo”, dicen. No sé qué decir cuando un amigo novelista me suelta algo parecido. Ese no es mi problema. Pero si el escritor no elabora su obra de acuerdo con sus posibilidades y deseos, ¿por qué ocurre tal cosa? Pues en definitiva sólo podemos llevarnos a la tumba la satisfacción de haber hecho lo mejor, de haber elaborado una obra que nos deje contentos.

Me gustaría decir a mis amigos escritores cuál es la mejor manera de llegar a la cumbre. No debería ser tan difícil, y debe ser tanto o más honesto que encontrar un lugar querido para vivir. Un punto desde el que desarrollar tus habilidades, tus talentos, sin justificaciones ni excusas. Sin lamentaciones, sin necesidad de explicarse.


En un ensayo titulado Writing Short Stories, Flannery O’Connor habla de la escritura como de un acto de descubrimiento. Dice O’Connor que ella, muy a menudo, no sabe a dónde va cuando se sienta a escribir una historia, un cuento... Dice que se ve asaltada por la duda de que los escritores sepan realmente a dónde van cuando inician la redacción de un texto. Habla ella de la “piadosa gente del pueblo”, para poner un ejemplo de cómo jamás sabe cuál será la conclusión de un cuento hasta que está próxima al final:

Cuando comencé a escribir el cuento no sabía que Ph.D. acabaría con una pierna de madera. Una buena mañana me descubrí a mí misma haciendo la descripción de dos mujeres de las que sabía algo, y cuando acabé vi que le había dado a una de ellas una hija con una pierna de madera. Recordé al marino bíblico, pero no sabía qué hacer con él. No sabía que robaba una pierna de madera diez o doce líneas antes de que lo hiciera, pero en cuanto me topé con eso supe que era lo que tenía que pasar, que era inevitable.

Cuando leí esto hace unos cuantos años, me chocó el que alguien pudiera escribir de esa manera. Me pereció descorazonador, acaso un secreto, y creí que jamás sería capaz de hacer algo semejante. Aunque algo me decía que aquel era el camino ineludible para llegar al cuento. Me recuerdo leyendo una y otra vez el ejemplo de O’Connor.


Al fin tomé asiento y me puse a escribir una historia muy bonita, de la que su primera frase me dio la pauta a seguir. Durante días y más días, sin embargo, pensé mucho en esa frase: Él pasaba la aspiradora cuando sonó el teléfono. Sabía que la historia se encontraba allí, que de esas palabras brotaba su esencia. Sentí hasta los huesos que a partir de ese comienzo podría crecer, hacerse el cuento, si le dedicaba el tiempo necesario. Y encontré ese tiempo un buen día, a razón de doce o quince horas de trabajo. Después de la primera frase, de esa primera frase escrita una buena mañana, brotaron otras frases complementarias para complementarla.


Puedo decir que escribí el relato como si escribiera un poema: una línea; y otra debajo; y otra más. Maravillosamente pronto vi la historia y supe que era mía, la única por la que había esperado ponerme a escribir.


Me gusta hacerlo así cuando siento que una nueva historia me amenaza. Y siento que de esa propia amenaza puede surgir el texto. En ella se contiene la tensión, el sentimiento de que algo va a ocurrir, la certeza de que las cosas están como dormidas y prestas a despertar; e incluso la sensación de que no puede surgir de ello una historia. Pues esa tensión es parte fundamental de la historia, en tanto que las palabras convenientemente unidas pueden irla desvelando, cobrando forma ene l cuento. Y también son importantes las cosas que dejamos fuera, pues aún desechándolas siguen implícitas en la narración, en ese espacio bruñido (y a veces fragmentario e inestable) que es sustrato de todas las cosas.


La definición que da V.S. Pritcher del cuento como “algo vislumbrado con el rabillo del ojo”, otorga a la mirada furtiva categoría de integrante del cuento. Primero es la mirada. Luego esa mirada ilumina un instante susceptible de ser narrado. Y de ahí se derivan las consecuencias y significados. Por ello deberá el cuentista sopesar detenidamente cada una de sus miradas y valores en su propio poder descriptivo.

Así podrá aplicar su inteligencia, y su lenguaje literario (su talento), al propio sentido de la proporción, de la medida de las cosas: cómo son y cómo las ve el escritor; de qué manera diferente a las de los más las contempla. Ello precisa de un lenguaje claro y concreto; de un lenguaje para la descripción viva y en detalle que arroje la luz más necesaria al cuento que ofrecemos al lector. Esos detalles requieren, para concretarse y alcanzar un significado, un lenguaje preciso, el más preciso que pueda hallarse. Las palabras serán todo lo precisas que necesite un tono más llano, pues así podrán contener algo. Lo cual significa que, usadas correctamente, pueden hacer sonar todas las notas, manifestar todos los registros.

Ensayo de Laura Díaz

Una cosa más

¡Qué gran invento la literatura! Ese mundo de fantasías que nos atrapa y nos introduce en un espacio nuevo lleno de cosas por descubrir. Leemos, interpretamos, imaginamos. Pero...¿sabemos realmente en qué estaba pensando el escritor cuando escribió esto? ¿sabemos qué era lo que quería transmitir?

No muchos autores nos hablan de ellos como escritores, pero aquellos que lo hacen nos permiten introducirnos, aunque sea un poquito, en el mundo de la escritura, en la cocina. Raymond Carver (1938-1988) es uno de ellos. Autor estadounidense, al que muchos denominan como el padre del “realismo sucio”, Carver dedicó su obra a los cuentos cortos y a los poemas. Pero sólo en la madurez escribir cuentos y poemas se convirtió en una elección propia. Hasta entonces, Carver confesaba que [1]“las circunstancias de mi vida con esos niños (sus hijos) dictaban otra cosa. Decían que si quería escribir algo, y terminarlo, e incluso que si quería sentir alguna satisfacción con una obra concluida, tenía que limitarme a cuentos y poemas.”

Para Carver [2]“las influencias son fuerzas – circunstancias, personalidades, irresistibles como la marea”. Si bien afirma no haber sido influido por ningún escritor, admite que sus hijos fueron la principal influencia en su vida y sus escritos. Y, como lectores, podemos notarlo a simple vista. Los relatos de situaciones de la vida cotidiana, conversaciones mundanas, personajes ordinarios, gente como uno, realidades como las propias se suceden en sus cuentos. Cualquiera de nosotros podríamos estar protagonizando esa historia, estar pronunciando esas palabras, pero ¿qué es lo que genera este efecto?

La vida de Carver no fue fácil. Criado en los Estados Unidos de posguerra, las dificultades económicas y los problemas de alcohol de su padre signaron su vida. Más adelante, cuando él mismo se convirtió en padre de familia, parecía que la historia volvería a repetirse. Con tan sólo veinte años ya estaba casado y tenía dos hijos. Las mudanzas, los disímiles trabajos, los hijos, la cotidianeidad, los sueños, los anhelos, los problemas con el alcohol marcaron su vida y, seguramente, también su obra.

A medida que avanzamos las páginas de sus cuentos no podemos evitar preguntarnos ¿será una historia autobiográfica? En una entrevista Craver afirmó "You are not your characters, but your characters are you (…)A lot of things come from experience, or sometimes from something I've heard, a line somewhere."[3]

En “La vida de mi padre” Carver nos narra, como su título indica, la vida de su padre. Allí nos cuenta que [4]“en una Nochebuena tuve la oportunidad de contarle que quería ser escritor (...) ‘De qué vas a escribir?’, quería saber. Después, como para ayudarme, dijo: ‘Escribe sobre cosas que sepas. Escribe sobre esas excursiones a pescar que hacíamos.’ Dije que lo haría, pero sabía que no sería así.” Sin embrago, en su cuento “Nadie decía nada”, Carver escribe sobre un joven que, con la excusa de estar enfermo, falta al colegio y, cuando su madre se va a trabajar, escapa de su casa para ir de pesca a aquel lugar adonde solía llevarlo su padre cuando era pequeño.

“Por supuesto, ninguno de mis cuentos sucedió –no estoy escribiendo una autobiografía- pero la mayor parte de ellos tienen un parecido, así sea leve, con ciertas ocurrencias o situaciones de la vida”, afirma Carver.

Para Raymond Carver [5]“cada gran escritor, incluso cada escritor muy bueno, rehace el mundo de acuerdo a sus especificaciones” y eso es, justamente, la firma de cada uno, lo que lo caracteriza y lo hace inconfundible. En Carver podemos encontrar sus señas particulares en sus personajes comunes, trabajadores, que viven cada día con la esperanza de que algo puede alterar la cotidianeidad como Bill y Arlene Miller de “Vecinos”. Sus espacios cotidianos, en los que nos sentamos día a día, como la habitación y la cocina de Earl y Doreen Ober en “No son tu marido”. Sus conversaciones ordinarias, temas que hemos abordado infinidad de veces como “De qué hablamos cuando hablamos de amor”. Su firma se estampa en cada uno de esos cuentos que nos identifican como gente, como gente común.

[6]“Está también el misterio ¿qué es lo que antes no estaba claro? ¿por qué sólo ahora ha comenzado a estar claro? ¿qué sucedió? Y sobre todo: ahora ¿qué? Hay consecuencias como resultados de esos súbitos despertares. Siento un agudo alivio y anticipación.” Los cuentos de Carver están llenos de misterios, permanentemente estamos esperando que algo suceda, descubrir qué es lo que está pasando, a dónde nos va a llevar el relato.

En “¿Por qué no bailáis?”, Carver comienza con la descripción exhaustiva de los muebles de una casa que, ahora, se encuentran en el jardín dispuestos de igual manera que en el interior. En ningún momento se hace referencia al por qué de semejante situación, nos deja hipotetizar. De igual forma lo hacen los protagonistas de ésta historia, los dos jóvenes. Ellos intuyen que se trata de una venta de garaje y actúan de acuerdo a esa convicción: prueban los muebles, eligen lo que quisieran llevar, estiman precios.

Cuando aparece el dueño de los muebles se deja entrever que no se trata de una venta de garaje, pero ¿de qué se trata? El comportamiento del hombre es extraño: los invita a beber whisky, a bailar, les vende los muebles a precios muy bajos, pero nada más allá de esto.

La escena termina abruptamente sin darnos respuestas. Se retoma la narración con el tiempo ya avanzado, cuando la joven relata lo sucedido. El relato lo hace en un tono despreciativo e irónico, sin embargo nos hace suponer que algo sucedió, que esa situación modificó en algo su vida, pero no podemos saber qué fue: [7]“Siguió hablando. Se lo contó a todo el mundo. Tenía muchos más detalles que contar, e intentaba que se hablara de ello largo y tendido. Al cabo de un rato dejó de intentarlo.”

“De qué hablamos cuando hablamos de amor” es el tema sobre el cual gira la conversación de dos parejas amigas que se reúnen a tomar una copa. En este caso, la temática se vuelve aún más interesante porque los participantes han conocido el amor y de distintas formas. El tópico es tan amplio como añejo, sin embargo nunca se ha podido hallar una respuesta que satisfaga a todos, la respuesta siempre termina siendo subjetiva. Lo mismo sucede en esta historia.

Carver introduce a los cuatro personajes a lo largo de la conversación, los va mechando, imponiéndolos como pausas en el relato. Lo mismo hace con las descripciones de los espacios.

Sobre el final, ya con algunas copas de más, pareciera que el tema los superó, que los tocó en lo más profundo de su ser y que los dejó tiesos, pero eso sólo lo podemos suponer.

Los finales son desconcertantes, nos hacen pensar que hay una parte del relato que nos perdimos, que nos está faltando o, simplemente, a la que no se hizo referencia y debemos imaginar. ¿Pero es esto realmente así? ¿Será que simplemente los lectores no podemos acostumbrarnos a que un relato sea sólo eso, un relato sin ningún fin ulterior? ¿o será que el objetivo de Carver es que nos planteemos estas preguntas?

[8]“ ’Nada de trucos’. Punto. Detesto los trucos. (...) Los trucos son en últimas aburridos, y yo me aburro fácilmente, lo que quizá tenga que ver con una escasa capacidad de atención (...) Los escritores no necesitan trucos ni artimañas, ni siquiera tienen que ser los chicos más inteligentes de la cuadra. A riesgo de parecer tonto, un escritor necesita tan sólo presenciar con la boca abierta esta cosa o la otra –un atardecer o un zapato viejo- en puro y absoluto asombro.”

Resulta llamativo, porque sus cuentos están llenos de trucos, en “¿Por qué no bailáis?” o en “De qué hablamos cuando hablamos de amor”, como en tantos otros, se recurre constantemente a ese truco de insinuar que algo está por ocurrir y, sin embargo, nada sucede. ¿Será que Carver no considera a esa estrategia de escritura un truco? ¿o formará parte del misterio?

Carver logra el efecto que le interesa plasmar en sus cuentos, [9]“es posible escribir un diálogo aparentemente inocuo y producir un escalofrío en la espina dorsal del lector.” Este efecto viene a sumarse al truco al cual referimos previamente: recorremos los diálogos aparentemente inocuos con un escalofrío en la espina dorsal que nos pone alerta a cualquier cosa que pueda llegar a suceder. Nos deja en claro que le agrada cuando [10]“hay algún sentimiento de riesgo o una atmósfera de amenaza.”

Pero es a través de estas artimañas que logra lo que, a fin de cuentas, es su cometido: ganar la atención del lector. En ningún momento sus palabras se tornan confusas o imprecisas, es decir que puede dejar de temer que [11]“los ojos del lector se deslizarán sobre ellas y no se logrará nada”.

No sabemos si después de leer lo que los autores dicen sobre su escritura sepamos en qué estaba pensando el autor al momento de escribir, pero, seguramente, ahora estamos un poco más cerca.


[1] Carver, Raymond. “Fuegos” en La vida de mi padre: cinco ensayos y una meditación. Grupo Editorial Norma, Bs As., 1995, pág 68.

[2] Ibidem, pág. 53

[3]“Tu no eres tus personajes, pero tus personajes son parte de ti (...) muchas cosas provienen de la experiencia, o a veces de algo que escuché, una frase en algún lugar.” Entrevista extraída de http://www.sophieswoods.com/carver.html

[4]Carver, Raymond. “La vida de mi padre” en La vida de mi padre: cinco ensayos y una meditación. Grupo Editorial Norma, Bs. As., 1995, pág. 27-28.

[5]Carver, Raymond. “Escribir” en La vida de mi padre: cinco ensayos y una meditación. Grupo Editorial Norma, Bs. As., 1995, pág. 38.

[6] Ibidem, pág. 39.

[7] Carver, Raymond. “¿Por qué no bailáis?” en De qué hablamos cuando hablamos de amor. Anagrama, Barcelona, 1996.

[8]Carver, Raymond. “Escribir” en La vida de mi padre: cinco ensayos y una meditación. Grupo Editorial Norma, Bs. As., 1995, pág 40.

[9] Ibidem, pág 42.

[10] Ibidem, pág 47.

[11] Ibidem, pág 44.

Crónica de Victoria Athey

Crónica Cultural

Fotos sin tesis

Me dispongo a hacer una paseo cultural. Martes, mediodía, el sol es la estrella inaugurando la estación. El destino -punto de llegada-, Recoleta creo, en realidad voy donde el destino –en el otro sentido- me lleve. Por ahora, arribo desde el sur a la ciudad porteña en Correo Central. Tengo que subir por Corrientes hasta Florida para comprar un libro. Realmente me siento privilegiada, relajada en Capital, todo brilla, paseando, mirando todo con los ojos de turista, un día de semana en horario de almuerzo donde la muchedumbre alienada se apura por llegar a algún lugar.

Cuando salgo de la librería decido caminar hasta Retiro. Para dar uno vistazo a los árboles de la Plaza, esos ombues, de troncos gigantes, añejos, que se arraigaron tanto a la tierra que sus ramas crecen horizontalmente como una línea de tiempo.

Llegue a Libertador y sentí tanta libertad que no pude parar de caminar y dije _bueno, sigo a pie hasta Recoleta, si me canso me tomo un taxi, total hoy estoy de bacana. Pero no, a pesar de que esa mañana había transitado seis kilómetros en bici, el sol me energizaba y también un pancho –los panchos de Avenida del Libertador son otra historia, muy ricos, realmente-.

Así que llegué feliz al Parque reverdecido y desolado a comparación de un fin de semana. _Y yo te prefiero así, querida Recoleta, que tanto puesto, tanta artesanía, que tan Cosmopolita.

En realidad, mi decisión de venir aquí fue porque tenia ganas de aprovechar la salida e ir (después del Centro Cultural) al Museo de Bellas Artes. Me fanaticé con Xul Solar y quería ver alguna obra en vivo –cosa que hice y me desilusionó mucho ya que sus cuadros no son mas que pequeñas acuarelitas, son más lindos en mi maquina, a parte yo tengo muchos más -.

Me había fijado en Internet, el día anterior, a las apuradas, que había en el San Martin y no vi nada que me interesara y en el Centro Cultural Recoleta vi que había varias cosas. Ya sabia que estaba lo de Les Luthiers y no quería, buscaba algo clásico, fotografía o pintura. Después (en Recoleta) me enteré que en el MALBA había una exposición de pintura Latinoamericana, si hubiera entrado a la página quizás hubiera ido. La culpa fue de Xul.

Y cuando arribé a la Recoleta ni siquiera pude parar a descansar, mis piernas guiaban el destino. Subí la barranca directo al C.C., pasando por la rotondita de juegos de plaza de los niños, que era el lugar más poblado del parque. El único rastro de domingo eran dos mujeres Tarotistas, donde siempre, firmes y trabajando, _ bello, bello!.

Entro al Centro de la Cultura Recoletiano, me acerco a un mostrador donde había una señora atendiendo y pregunto que exposiciones hay para ver. Y me dijo un montón de cosas, como seis o siete, mi mente no retuvo mucho la información, así que decidí seguir a mis piernas.

Me dirigí a la izquierda, planta baja, en la primer sala entré. Más que sala era una galería, con amplias entradas hacia el pasillo, y grandes vidrios que daban a un patio interno, con banquitos, verde y plantas, y cosas de patio, pero todo vidriado, no se podía salir. O sea que, la sala-galería estaba iluminada naturalmente, y el sol me seguía acompañando.

Vistié (ver al pasar, como mirar por arriba, como un vistazo):

fotos y plantas en las fotos,

y blancos, negros y escalas de grises.

Vistié troncos, cactus/ Lezama, Jardín Botánico, leì

Una imagen llama:

infancia, y todos los tiempos en uno, Rió

Delta en su esencia,

bruma en el agua

Me acerco y contemplo

Bote viejo en tierra

Rió Capitán, espejo

Y sí, el Delta toco mi corazón, se aquietaron mis piernas. Llego el momento de la contemplación. Pero primero tenia que vistear, todavía no sabía si había llegado a destino. Miro fotos, playas desoladas, plantas, y hay un ruido. Hay algo que emite audio cerca. Pensé que era en otra sala pero la galería-sala tenia forma de L y al llegar a la curva localicé el sonido. Al final de la Ele (o al comienzo) había un televisor. Desde lejos, olfateo que es un corto, me acerco despacio, visteando las fotos. Hay dos chicas en la galería, que llegan sincrónicamente conmigo cerca del televisor. Era, efectivamente, un corto, pero en capítulos, del género de estudiante de cine, medio bizarro (en el mejor sentido de la palabra). Apenas comencé a prestar atención intuí que los protagonistas (que eran dos, pero eran la misma persona y el mismo actor) eran Lucas, el anfitrión de la Sala, es decir, Lucas Distéfano, el fotógrafo. El mismo Lucas que había viajado, por el Chaco, Barcelona, el Delta, Menorca, Mar de Ajó, Nueva Atlántida, retratando bellamente en esa naturaleza, con rastros de humanidad pero sin presencia de hombre alguno, la bruma del agua, las plantas posando, el Chaco penetrado, los cactus rotos, la noche en la playa, la población desde el acantilado de mar, los árboles mirándose en el rió, el poder del Rió de la Plata, la Cruz Roja de Mar de Ajó en crudo invierno, la casa de costa de mar abandonada y el Hotel cerrado, el cartel de Vende en las casas isleñas, los árboles brotando del agua del Delta del Paraná, y demás y muchos más, relatos y sentidos en las imágenes.

El corto terminó y las chicas se fueron. Leí en los créditos: Realización: Lucas Distéfano, no nombraba actores, cosa que no confirmaba mi teoría pero tampoco la refutaba.

Y empezó de nuevo –el corto- o era otro, hasta ese momento no lo sabía. Ahí mis piernas decidieron que había llegado a destino, y me senté. Pensaba, pensaba y miraba el corto _tengo que captar el sentido en relación a las fotografías_ me exigí.

La peliculita era divertida, se llama “No hay normales” _Chocolate por la noticia Lucas_. Es un tipo loco, que esta solo o son dos tipos (son iguales), y se mata el mismo o se matan entre ellos o lo mata su propia sombra o mata a su propia sombra, en una escena tipo Hitchkot y la sangre parece la salsa de los fideos que estaba comiendo. En uno de los capítulos (llamado “Alitas”) esta solo, se come dos alitas de pollo, y se convierte en pollo –es la parte más divertida-. Lucas actúa bien, en el video tiene cara de loco, tipo Capusotto, aunque no tanto, es más joven y más lindo.

Al final, resultó que vi dos veces el corto y decidí que no tenia porque hallar ninguna relación de sentido entre el video y las fotos, quizás la había pero me pareció que ya era puro fanatismo de casi licenciada.

Me levanté y comencé a mirar las fotos nuevamente –ahora sí puedo decir mirar o ver-. Diario en mano analicé cada una e hice anotaciones, de todas. Cada una tenía el nombre del lugar, y fecha, así que yo anotaba el lugar y palabras claves. Algunos ejemplos: Reserva Ecológica: ladrillos y materiales de construcción en la costa del Río; Paraná Guazú: Árboles que nacen del Río, casa abandonada atrás; Río Sarmiento: Río espejado, muchos muelles de los que tienen techito, luz de una barcaza que se asoma por la curva pero que no se ve; Jardín Botánico: Cactus luminoso.

En un momento, justo cuando estaba contemplando la foto del Río Sarmiento, alguien (sexo masculino) interrumpe mi momento de aislamiento cultural y me da una tarjeta. Me dice algo, que no recuerdo exactamente pero podría ser algo así como:

_Podes venir también acá que estamos exponiendo otras fotos. (algo así)

Primero miré la tarjeta, levanté la vista, lo miré a él y dije:

_Lucas! ¿Cómo andas? Te reconocí por el corto, yo sabía que el personaje eras vos, aunque no estaba explícito en los títulos.

Me preguntó si me gustaban las fotos. Le dije que sí, que a mí me gustaba mucho el Delta del Paraná, y esas fotos eran muy buenas. Él dijo que en la exposición de Palermo (la de la Tarjeta que me dio) había mas fotos del Delta en color. Luego tenía que pegar un papel -un texto impreso en una hoja A4 -. Había, a nuestro lado, un rectángulo de madera, de pie, como de un metro de alto y veinte por veinte de espesor, pintado de blanco mate, que hacía las veces de apoya tarjeta para la ocasión. Ahí se puso a pegar el papel, yo trataba de leer mientras lo ayudaba. Como vi que sólo le quedaba una copia más y no me la iba a dar a mí, le recomendé que pegue el otro en la pared (el que pegó en el rectángulo estaba muy bajito y yo lo iba a tener que reproducir a mano en mi diario de escritor). Me dijo que se lo iban a despegar pero inmediatamente accedió a mi propuesta y lo pegó. Dentro de toda la secuencia vino una señora a felicitarlo por las fotos. Luego pasaron unos turist por detrás y Lucas decía en spanish-english _OHHH! Wonderfull, Beautifull!

Nos saludamos, agradeció mi ayuda, siguió su camino por la galería y yo continué mi tarea. Comencé a copiar la hoja que trajo, todavía me quedaban tres fotos por mirar. El título era “Fotografías 2000-2007”, no estaba escrito por él, la autora se llama Mercedes Perez Bergliaffa. Reproduzco una parte: “Nadie reclama por esas plantas, nadie las extraña, desde su corteza afilada. Salvo el fotógrafo.”

Yo agradezco ver esas fotos ya que extraño, sí

Esos sauces,

llorones, eléctricos

meten sus colgantes cabelleras

en las fangosas corrientes

Esos árboles, nuestros semejantes

son también, aire, tierra, agua, y fuego

Gracias Xul.